El jardín de las instituciones que se bifurcan
El sistema tradicional de contrapesos, concesiones y consenso ya no funciona. Ahora pensamos que hay que colonizar las instituciones porque de lo contrario perderíamos el poder


Timothy Garton Ash apuntaba siete propuestas para proteger a las democracias del populismo: poder judicial independiente, organismo electoral autónomo, neutralidad de la Administración, medios con vocación de servicio público. En teoría, la mayoría estaríamos de acuerdo con casi todas; en la práctica, la cosa es distinta. Uno de los objetivos de Garton Ash y de tantos liberales es evitar la erosión institucional, pero es un empeño condenado a la melancolía. El sistema tradicional de contrapesos, concesiones y consenso ya no funciona. Ahora pensamos que hay que colonizar las instituciones porque de lo contrario perderíamos el poder: entonces nuestros adversarios podrían hacer lo que hacemos nosotros, y eso sería peligrosísimo. En vez de lamentarse, parece más prometedor profundizar en la tarea de la bifurcación de las instituciones. Ya que no vamos a estar felices con su funcionamiento, que cada cual escoja la suya. Así se genera un equilibrio. Por ejemplo, el Tribunal Supremo es un órgano de derechas. En cambio, el Tribunal Constitucional es un órgano “progresista”. No se sabe bien lo que significa progresista, pero describe una sintonía con la razón histórica del sanchismo, que puede ser veleidosa. De derechas es todo lo que no sea progresista esta semana. La función de las televisiones públicas, nacionales y regionales, es propagandística. Deben generar adhesión entre los votantes del partido que gobierne y rechazo en la oposición. Los organismos que promocionan la lengua también deben participar de la división: de ahí el enfrentamiento entre el Instituto Cervantes y la Real Academia Española. La Generalitat de Cataluña ha distinguido este año a Luis García Montero con el Premio Blanquerna. La Comunidad de Madrid tendría que crear uno (Fortunata, Paradox) y premiar a Santiago Muñoz Machado. Otra ventaja de esta separación es que nos exime del engorroso peaje de la ironía, que algunos definen como conciencia de la propia contingencia: el periodismo no debe ser activista, salvo en el activismo de mi causa; debe fiscalizar al poder, salvo cuando conviene estar a su servicio; y los ataques del ejecutivo a la judicatura están mal pero solo en el extranjero. La bifurcación de las instituciones puede parecer excéntrica, pero no es más que reconocer explícitamente lo que muchos dan por hecho, como indica el presidente del Gobierno cuando da a entender que otras instancias jurisdiccionales corregirán la condena del Tribunal Supremo a Álvaro García Ortiz. Como ocurre con la fragmentación de la verdad, gracias a esta bifurcación todos podemos estar contentos con lo que decidimos ver y nadie tiene por qué sentirse huérfano.
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