La última oportunidad para blindar nuestras democracias contra el populismo
Siete propuestas pueden ayudarnos a defender el Estado liberal frente a quienes quieren destruirlo


¿Cómo podemos defender nuestras democracias contra quienes quieren destruirlas? Hablamos mucho de estrategias para mantener a los populistas antiliberales y nacionalistas fuera del poder, pero el uso diario de la bola de demolición que hace Donald Trump demuestra lo importante que es también fortalecer la democracia para que pueda resistir un período de populistas en el poder.
Alemania tiene un concepto llamado wehrhafte Demokratie, que muchos traducen como “democracia militante”, pero que, en realidad, significa una democracia capaz de defenderse. De acuerdo con este lema, en Alemania hay quienes proponen prohibir el partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD), uno de los más populares del país. Sería un error que solo serviría para reforzar la convicción de sus partidarios de que el Estado democrático es una especie de conspiración elitista liberal y convertiría a AfD en mártir. El experimento francés del “arco republicano” —en el que hay una sola cosa en la que prácticamente todos los partidos se ponen de acuerdo, que es en mantener al margen al Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen— está resultando claramente contraproducente. Como es lógico, una variedad tan amplia de partidos no se pone de acuerdo sobre las reformas más urgentes, y RN puede seguir criticando desde fuera. Así que merece la pena detenerse en el ejemplo de Países Bajos, donde se permitió que el partido del incendiario populista Geert Wilders llegara al poder en un Gobierno de coalición. Cuando no cumplió lo que esperaban sus votantes, se retiró de la coalición, arrastrando al Gobierno en su caída, y perdió las elecciones posteriores (aunque por un estrecho margen) frente a un partido liberal dirigido por el joven y dinámico Rob Jetten.
Ahora bien, si vamos a correr el riesgo de dejar que los populistas lleguen al Gobierno, antes tenemos que reforzar los mecanismos de defensa de nuestra democracia; en caso contrario, la usarán contra sí misma, para desmantelarla —como ha hecho Viktor Orbán en Hungría y como está intentando hacer Trump en Estados Unidos—, y, paso a paso, unas democracias antes estables se convertirán en lo que los politólogos llaman un sistema autoritario electoral. Es decir, todavía con elecciones, pero que no son libres ni justas.
He aquí varias cuestiones que debemos tener en cuenta para blindar nuestra democracia contra el populismo.
Representación proporcional
Un sistema bipartidista en el que el ganador se lo lleva todo, como el que tiene Estados Unidos —y sigue teniendo esencialmente el Reino Unido en Westminster, pese a la fragmentación reciente de su panorama político—, puede ser útil hasta que un populista nacionalista se apodera de uno de los dos grandes partidos, como ha hecho Trump. Entonces el sistema es peor. Conviene más tener una representación proporcional, para que los populistas estén limitados por sus socios de coalición, como ocurre en Países Bajos y en gran parte de Europa continental.
Un organismo electoral
Quizá parezca un poco pintoresco, pero este aspecto es importante. El sistema estadounidense, absurdamente arcaico, en el que cada uno de los 50 Estados tiene procedimientos distintos, es una invitación permanente a la manipulación partidista de las circunscripciones, la supresión de votantes y todas las demás artimañas que los republicanos están claramente dispuestos a practicar con vistas a las elecciones de mitad de mandato del próximo otoño.
Medios de comunicación de servicio público
La esfera pública común necesaria para la democracia está erosionándose en todas partes por la fragmentación y la polarización simultáneas derivadas de la versión capitalista estadounidense de la revolución digital. No hay muchas soluciones fáciles. No obstante, los países que cuentan con una cadena pública de confianza, como Reino Unido, Canadá, Australia, Alemania o los países escandinavos, deben aferrarse a ella con todas sus fuerzas, proteger todavía más su independencia editorial, duplicar su presupuesto y aumentar su presencia en las redes sociales. El hecho de que el Reino Unido esté haciendo precisamente lo contrario y debilitando la BBC —probablemente la cadena pública más respetada del mundo— no es sino un ejemplo más de la capacidad aparentemente infinita de este país para hacerse daño a sí mismo.
Propiedad de los medios
La censura está pasada de moda. Los autoritarios actuales controlan el discurso a través de la propiedad. En Turquía y Hungría, los amigos oligarcas de los líderes poseen los medios de comunicación más importantes. A primera vista, puede parecer un pluralismo mediático perfecto, pero detrás de la máscara la realidad es totalmente diferente. En este aspecto, es casi imposible formular una regla general. La propiedad extranjera, por ejemplo, ha sido una maldición para los periódicos británicos (pensemos en Rupert Murdoch), pero en algunos países poscomunistas ha contribuido a defender la democracia (la cadena de televisión polaca TVN, por ejemplo). Cada caso es distinto.
Poder judicial independiente
Esto es una obviedad, pero resulta vital. El caos judicial que se vive hoy en Polonia, donde la coalición gobernante discute la legitimidad de los jueces nombrados por el anterior Gobierno populista, muestra lo que sucede cuando se pierde el Estado de derecho. En Alemania ha habido hace poco un incidente desastroso en el que la candidatura de un jurista liberal de izquierda para un puesto en el Tribunal Constitucional, ya aprobada por todos los partidos de la comisión parlamentaria correspondiente, se fue al traste por el rechazo de un grupo de conservadores rebeldes. Este es precisamente el tipo de cosas —como los ataques contra la BBC— que no deben hacerse cuando se cierne la amenaza de los populistas. El Tribunal Supremo del Reino Unido, a diferencia del de Estados Unidos, conserva su reputación de imparcialidad. Pero, cuando el responsable de Justicia de la oposición, Robert Jenrick, agita una peluca de juez ante la conferencia de su partido para denunciar a los jueces activistas de izquierda es evidente que la amenaza trumpista no está lejos.
Neutralidad de la Administración civil
En Estados Unidos, el Proyecto 2025 de la Fundación Heritage, muchos de cuyos principios está aplicando el Gobierno de Trump, recomienda explícitamente la subordinación directa del Estado administrativo al ejecutivo. Lo más preocupante es quizá que esa subordinación ya se observa en el Departamento de Justicia, donde cientos de funcionarios han sido despedidos o han dimitido y, a continuación, se ha empezado a perseguir a los personajes más críticos con Trump, como John Bolton, James Comey y Letitia James.
Monarquía constitucional
¿Parece ridículo? Pues, cuando Yascha Mounk le preguntó en su podcast The Good Fight al destacado especialista estadounidense en constitucionalismo comparado Tom Ginsburg cuál es la mejor forma de defender las democracias liberales, curiosamente, señaló las ventajas de tener una monarquía constitucional. Los populistas antiliberales presumen siempre de hablar en nombre de la nación, pero, si hay un monarca constitucional que es el representante supremo indiscutible y apartidista de esa nación, el espacio está ya ocupado, al menos en parte. No estoy sugiriendo que Estados Unidos recupere a alguno de los herederos de Jorge III (aunque hay un miembro de la realeza británica que vive en Los Ángeles), pero si un país cuenta con una monarquía constitucional, como Reino Unido, Suecia o Países Bajos, conviene que la conserve, porque, por paradójico que parezca, en la práctica es un baluarte de la democracia.
Podría mencionar muchos otros ámbitos, como los servicios de seguridad, el ejército, las universidades y las relaciones incestuosas y neoligárquicas entre el gran capital y la política. En todos los casos, la solución concreta de cada país será diferente y ninguna de ellas resultará fácil. Es útil contar con disposiciones detalladas en una Constitución que sea difícil de modificar, pero lo que James Madison, en The Federalist Papers: Nº. 48, denominó de forma memorable “barreras de pergamino” no es ninguna garantía. Tenemos que ser nosotros, el pueblo, quienes nos movilicemos para proteger la democracia. Cuando estuve en Praga el mes pasado, mis amigos checos estaban preparándose para defender la televisión y la radio públicas y salir a la calle si era necesario.
Porque lo que está penosamente claro es que cuando se pierde cualquiera de estos controles y equilibrios esenciales es muy difícil restablecerlos. Destruir es mucho más fácil que construir. No hay más que ver el caos en el que se encuentra Polonia hoy y en el que se encontrará Estados Unidos mañana. En la democracia liberal, como en la salud, más vale prevenir que curar.
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