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COLUMNA
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Dejar de beber

La épica sobre el consumo de alcohol está cambiando, afortunadamente

Delia Rodríguez

En casa estamos volviendo a ver Mad Men, una serie donde se fuma y se bebe tanto que después de cada episodio hay que abrir las ventanas para airear el salón. Desde el primer capítulo, situado en 1960, publicistas y directivos de tabaqueras encadenan pitillos mientras piensan en cómo librarse de las primeras multas por promocionar un producto que ya saben que es adictivo y peligroso. La solución es destacar la libertad y la felicidad asociadas a su uso. Uno de los jefes de la agencia, Bert, recrimina a otro, Roger, que fumar tanto delante de los clientes le hace parecer débil al negociar. Le cuenta que Hitler sacó lo que quiso del primer ministro británico Chamberlain reuniéndose en un viejo palacio donde el humo no estaba permitido, a lo que Roger responde “lo único que me queda claro de esta historia es que Hitler no fumaba”. Como ocurrió con el tabaco, en los últimos años la ciencia ha demostrado que el alcohol es dañino a cualquier dosis, aunque cueste escucharlo. Lo dicen los metaanálisis, la OMS y las sociedades médicas. No existe tal cosa como un consumo moderado adecuado, igual que no hay un número de cigarros correcto o una cantidad adecuada de veces que te puede arrollar un tren. Beber es cancerígeno, destroza el hígado, el cerebro y el corazón. Si socializar es beneficioso para el bienestar lo es a pesar del alcohol, no gracias a él.

Afortunadamente la historia está cambiando, y con ella, los hábitos de consumo. La cultura tecnológica de Silicon Valley, tan influyente, se ha alejado de las resacas, incompatibles con la optimización del cuerpo, la mente y la longevidad. Los chavales, que toman mucho menos, miran a sus mayores con la misma estupefacción con la que observamos a los niños y embarazadas de Mad Men con el cigarro en la boca. Como explicó en marzo Raquel Peláez en su columna, la épica de esta juventud no está tan relacionada con las borracheras como la nuestra. Vamos mejorando. “Se ha escrito mucho sobre la heroína, pero preferimos ignorar que el alcohol arrasó con la anterior generación”, recordó sabiamente Eider Rodríguez, autora de un libro devastador sobre el tema, Material de construcción.

Broncano, que es abstemio, dio las campanadas brindando con Champín. En el último año han contado en los medios que ya no consumen el músico Dani Martín, el rapero Arkano, los actores Mario Casas y Eduard Fernández. Bob Pop se moderó debido a una enfermedad neurodegenerativa y escribió un ensayo. Varias creadoras están reflexionando en público sobre el alcance de la cultura del alcohol tras dejar de beber. Las autoras de EL PAÍS Flavita Banana y Ángeles Caballero han concedido sendas entrevistas al podcast de Yonki Books, una editorial especializada en adicciones, explicando sus motivos. “Es obvio que hay que dejarlo, ¿no?”, responde la dibujante, cuya decisión siguió a la identificación de unas altas capacidades que habían pasado bajo el radar: tras ello pudo entender mejor su conducta y modificarla. En el caso de Caballero, influyó el alcoholismo de su madre, reflejado en su obra. La escritora Luna Miguel publicó en Babelia el año pasado un texto que ha vuelto a circular donde analiza el glamour literario del alcohol, del que fue víctima desde muy joven. La novelista Aixa de la Cruz escribía en su boletín que ha descubierto “que en tres meses te puedes desintoxicar de una sustancia y también de su cultura”. Ojalá consigan destruir una narrativa tan dañina quienes pueden crear una nueva épica, más sana y mejor.

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Sobre la firma

Delia Rodríguez
Es periodista y escritora especializada en la relación entre tecnología, medios y sociedad. Fundó Verne, la web de cultura digital de EL PAÍS, y fue subdirectora de 'La Vanguardia'. En 2013 publicó 'Memecracia', ensayo que adelantó la influencia del fenómeno de la viralidad. Su newsletter personal se llama 'Leer, escribir, internet'.
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