Populismo ebrio: cómo la industria del alcohol blanquea sus efectos con la ayuda de medios y políticos
Mientras dirigentes como Ayuso trivializan el consumo de vino o cerveza, cierta prensa quita hierro a sus probados perjuicios. Una nueva guía ayuda a distinguir la información veraz sobre el alcohol


En el marco de las eternas dualidades dietéticas, la del alcohol es una de las más llamativas. Vivimos totalmente acostumbrados a mensajes enfrentados, tanto que a estas alturas algunos ya se ponen de medio lado. Dudamos de si huevos sí o huevos no, de si la leche y el pan son venenos o alimentos fundamentales, de si es mejor el aceite de oliva o el de coco, de si la fruta es buena buenísima o mala malísima... Hay decenas de ejemplos: de hecho, para cada argumento que promocione el consumo —o la abstinencia— de un determinado alimento, existe el correspondiente contraargumento. Sin embargo, las bebidas alcohólicas, aun viviendo y reproduciéndose en el mismo sindiós, tienen sus particularidades. La principal es que, actualmente, la evidencia científica que alerta de sus peligros es abrumadoramente consistente y, al mismo tiempo, encontramos mensajes complacientes e incluso netamente positivos al respecto de sus beneficios sobre la salud.
Mensajes populistas con el alcohol: una patada en la bisectriz de la ciencia
Más allá de los contenidos patrocinados, publirreportajes y cuentas en perfiles sociales de bodegueros, familiares, cuñados y allegados, las declaraciones populistas de ciertas figuras políticas sirven para dulcificar la penosa perspectiva que sobre la salud tiene el consumo de bebidas alcohólicas. Recientemente, la presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid buscó el aplauso fácil con aquello de que “somos callejeros, somos de Madrid, nos gustan las terrazas, la alegría, la cervecilla, el vino... ¿qué pasa?”. Y lo encontró, claro.
El caso de Ayuso no es único: a pesar del contexto casi predigital de 2007, quien más y quien menos se acordará de aquel “¡viva el vino!” de Rajoy (un momento censurado en su día por el propio PP). O el sardónico “¿Quién te ha dicho a ti las copas de vino que yo tengo o no tengo que beber?” de Aznar. Aunque lo parezca, los mensajes populistas sobre el alcohol, ya sean explícitos o subliminales, no son patrimonio de los españoles, ni de la derecha. En 2024 el expresidente socialista francés François Hollande, se calzó una pinta de cerveza de un trago en un claro gesto de compadreo con un equipo de Rugby en plena campaña electoral. No son de Madrid, pero parece que allí también les gustan las “cervecillas”.
No será por casualidad que la práctica totalidad de todos estos casos de exaltación u ostentación alcohólica se hace con un fin político, en un marco electoralista, con el objetivo de atacar a la oposición y muchas veces jugando a la contra de alguna medida legislativa de los oponentes políticos. Una estrategia que, por habitual que sea, no debería considerarse aceptable. Se trivializa con el consumo de una droga: legal, pero una droga. Es en este aspecto donde radica la madre del cordero. El consumo de bebidas alcohólicas se asocia al disfrute, a los momentos de ocio, la fiesta y las celebraciones. Por esta razón es tan fácil echar las redes del mensaje populista y triunfar: es una baza ganadora.

Una estrategia con muchas aristas
Son incontables las veces que en El Comidista hemos hablado de los riesgos asociados a las bebidas alcohólicas: en su relación, desde la primera gota, con el cáncer, las estrategias de la industria para acomodar su mensaje bordeando la ley y al margen de toda lógica, la reciente normativa dirigida principalmente a los más jóvenes, entre otros.
El alcoholismo es el aciago resultado de consumir cada vez más veces, cantidades al alza de este tipo de bebidas. Es decir, nadie llega a alcohólico desde la primera vez que prueba el alcohol, ni de la noche a la mañana. Pero al mismo tiempo conviene recordar que los riesgos comienzan con la primera gota de cualquier bebida alcohólica, por lo que no hay forma de consumir alcohol de manera segura; independientemente de lo responsable que sea la persona que lo consume.
Estas palabras no son mías, forman parte de una de las conclusiones del reciente documento, Informar sobre el alcohol: una guía para periodistas, que bien podría servir de guía a la clase política. Dicha guía, publicada por la OMS, tiene como objetivo mejorar el rigor informativo global sobre una sustancia que causa unos 2,6 millones de muertes al año.
No necesitamos que nadie nos aliente desde un estrado a beber más vinos ni más cañitas, mientras ajusta los micros del atril. El alcoholismo es la segunda causa de muerte prevenible en España —que se dice pronto—, por eso quince sociedades científicas se han posicionado recientemente y han emitido un documento alertando sobre el consumo de alcohol en este país, al tiempo que proponen medidas para mejorar el contexto.

Alegaciones maravillosas del alcohol en la palestra pública, pero no en el etiquetado
Los mensajes sobre que el consumo de cualquier bebida alcohólica va a ser beneficioso para nuestra salud son literalmente inabarcables. Se supone que pueden —según ciertos contenidos y medios— ayudarnos a mejorar nuestra salud cardiovascular (todo un clásico), aumentar nuestro rendimiento deportivo e incluso la fertilidad masculina, aliviar el dolor de cabeza, reducir el riesgo de caries, de diabetes o de osteoporosis, paliar los síntomas de la fibromialgia y ayudarnos a adelgazar, entre otros muchos parabienes. Ahí es nada.
En frío, estos mensajes pueden parecer exageraciones o invenciones. Pero no. Son reales, aunque aquí no vas a encontrar los enlaces a semejantes disparates. ¿Cómo es posible que semejantes alegaciones de salud estén presentes en los medios de comunicación o en boca de ciertos influencers y sanitarios y, sin embargo, nada aparezca en la publicidad o en el etiquetado de estos productos? Es posible porque la ausencia de este tipo de mensajes en el etiquetado de las bebidas alcohólicas está prohibido por la legislación; además, de forma tajante.
A diferencia de lo que ocurre con ciertos alimentos o productos que contienen ciertas cantidades de nutrientes, digámosles, interesantes (vitaminas, minerales, fibra, ácidos grasos monoinsaturados) en el caso de las bebidas alcohólicas, da igual lo que contengan: nunca podrán trasladar ningún efecto beneficioso para la salud ni en el etiquetado ni en la publicidad. Aunque aportaran lágrimas de unicornio o se mezclaran con el bálsamo de Fierabrás, jamás verás en su promoción directa una alegación de propiedades beneficiosas para la salud.
El Reglamento (CE) nº 1924/2006 relativo a las declaraciones nutricionales y de propiedades saludables en los alimentos sostiene en su artículo 4, apartado 3, que en las bebidas con una graduación superior al 1,2% en volumen de alcohol (más de 1,2 grados) no podrá figurar ni una sola declaración de propiedades saludables, ni nutricionales. Es decir, no se puede mencionar, ni por asomo, los supuestos beneficios que algunos estudios han creído encontrar al respecto del consumo de esas bebidas. Ninguna. Por eso Actimel, que no tiene una versión con alcohol —de momento— sí puede decir, por ejemplo, que ayuda a tus defensas aunque tenga menos vitamina B6 que un plátano. En ninguna bebida alcohólica encontrarás ese tipo de mensajes.

El truco del almendruco
Con este panorama la industria alcoholera –la Big Alcohol, tal y como se la conoce en el mundillo– lo tiene francamente difícil para mencionar, directamente, las supuestas bondades que tiene el consumo de sus productos y, con ello, ablandar las conciencias de los consumidores. Pero hace tiempo que encontraron una forma indirecta de hacerlo: solo necesitaron un ingrediente (el dinero) y habilidad para ponerlo en el sitio adecuado.
Con él se pueden crear becas doctorales, financiar grupos de investigación en universidades varias, lubricar las carteras de ciertos investigadores, realizar estudios científicos dirigidos y crear notas de prensa (de dichos estudios). A partir de aquí viene la parte importante, el meollo: la responsabilidad que tienen los informadores de asumir este tipo de contenidos complacientes —para la Big Alcohol y el propio medio que las aloja— y dañinos para la salud pública y los consumidores. Esta es una de las razones por las que abundan los mensajes maravillosos asociados al consumo de bebidas alcohólicas.
La guía de la OMS sobre comunicación y alcohol, necesaria desde su planteamiento a sus contenidos
Con el fin de alertar y concienciar sobre la responsabilidad de los grupos editoriales, directores de medios de comunicación y, en general, de todos los informadores, nace esta guía para periodistas. También pueden ir tomando nota políticos e influencers antes de afrontar cualquier pieza “informativa” sobre las bebidas alcohólicas. Sirva también para que los consumidores —tanto de información en medios como de reels— podamos estar alertas sobre ciertos contenidos en los que se santifique el consumo de bebidas alcohólicas. Creada por la OMS y alojada en la web del Ministerio de Sanidad, la guía ofrece claves para desenmascarar algunas de las estrategias de promoción alcohólica desde los medios de comunicación:
Poner atención en la ciencia detrás del contenido: noticias y publireportajes a favor del alcohol utilizan expresiones como “un estudio ha demostrado”, “confirmación científica” y otras muy parecidas. Este tipo de recursos suelen valer para que el periodista quede tranquilo respecto a la seriedad de la pieza, al tiempo que ejerce de poderoso punto de palanca de cara a los usuarios del contenido. Sin embargo, la interpretación de la ciencia requiere de un grado de tecnificación que pocos poseen.
No es lo mismo un estudio realizado in vitro, que otro realizado en animales o en humanos. Tampoco lo es el diseño del estudio, ya sea observacional (recuerda correlación no implica causalidad) o de intervención. Ni que sea una revisión sistemática o un metaanálisis. Ni que la muestra sean seis personas o 400.000. La forma en la que se obtuvieron los datos, la duración del estudio, lo adecuado de las conclusiones en relación a los resultados, también son elementos imprescindibles a la hora de valorar el alcance de un determinado estudio. Aunque no sea habitual tenerlo en cuenta. Además, es preciso ser consciente que muchos de estos estudios están propuestos y diseñados a mayor gloria de las bebidas alcohólicas, lo que nos lleva al siguiente punto.
Los conflictos de interés: es fundamental evitar las influencias de los operadores comerciales del alcohol. Existen premios de periodismo financiados por la industria y centros de estudios patrocinados por esta que, no será por casualidad, no aparecerán mencionados en la pieza. Si aparecen, hay que recordar que lo harán con instituciones lobistas, cuyo nombre está diseñado para generar confianza. Por ejemplo, en España son especialmente conocidos la Fundación para la investigación del vino y la nutrición, creada por Bodegueros de España; el Foro para la Investigación de la Cerveza y Estilos de Vida, impulsada por la Asociación de cerveceros de España y la “Fundación alcohol y sociedad” (creada por la Federación de bebidas espirituosas). Unas veces aparecerán con su elegante nombre y otras con sus siglas.
Ser consciente de toda la escena cuando se habla del consumo de bebidas alcohólicas: tal y como se dice que Hitler era un gran amante de sus mascotas caninas, todos los comestibles pueden contener algún elemento que, tomado de forma aislada y en otro contexto, podría resultar positivo. A veces, para entender lo absurdo de ciertos argumentos, conviene llevarlos al extremo. Por ejemplo: la Amanita phalloides, una seta altamente tóxica, es rica en vitaminas del grupo B, aporta minerales esenciales y... ¡muy pocas calorías! ¿Eso la convierte en saludable? Evidentemente no. El contexto importa. Del mismo modo, aunque algunas bebidas alcohólicas contengan compuestos que, aislados, podrían parecer interesantes desde un punto de vista nutricional, lo que las define no es eso, sino su contenido en alcohol: una sustancia teratogénica, neurotóxica, inmunosupresora y adictiva. También legal; pero no por ello menos peligrosa.
Así, sea lo que sea que se quiera transmitir o aprender sobre el alcohol, sobre su impacto entre los más jóvenes, la salud de las mujeres gestantes, el relato de una noticia luctuosa, la fabricación casera, las disparidades sociales o económicas, la salud mental o la seguridad vial, sugiero que antes de empezar, tengas presente esta guía.
Me despido con una reflexión que suele citarse a medias. El aforismo latino In vino veritas —en el vino, la verdad— se suele invocar para glorificar lo etílico como fuente de autenticidad. Sin embargo, pocas veces se recuerda su continuación: In aqua sanitas; en el agua, la salud. En mi opinión, no se debería permitir que el discurso mediático y político trivialice los riesgos del consumo de bebidas alcohólicas ni desplace el conocimiento científico. La realidad no se sostiene en la complicidad cultural o electoralista: cuando se habla desde una tribuna pública, hacerlo de espaldas al interés general es, sencillamente, una irresponsabilidad.
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