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Red de Redes
Columna
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Votos y negocios en nombre de Cristo

Cada vez más políticos hacen gala de fe religiosa para defender posiciones ideológicas ultra, hacer propaganda o captar adeptos para ganar elecciones

Empresarios latinos rezan con Donald Trump, en el centro, durante el encuentro de este 22 de octubre.
Francesco Manetto

“Me gustaría entender, con mis pequeños ojos mortales, cómo nos veremos después. Sería hermosísimo si hubiera luz”. Con estas palabras, Aldo Moro se despedía por carta de su esposa antes de ser asesinado por las Brigadas Rojas en mayo de 1978. El político italiano había sido primer ministro y en el momento de su secuestro era líder de la Democracia Cristiana, un partido que gobernó durante más de 40 años y cuyo nombre encerraba no solo una declaración de intenciones, sino su razón de ser. Moro era católico, incluso podía manifestar dudas, como sugiere esa frase, pero por encima de todo era un estadista. Como él, muchos dirigentes de aquella formación dejaban la fe para su esfera vital más íntima: un comportamiento propio de cualquier representante público maduro y responsable que choca con una tendencia cada vez más asentada, sobre todo en Estados Unidos y en América Latina, de exhibir sonrojantes malabarismos religiosos en público y redes sociales. Todo, para defender posiciones ideológicas ultra, hacer propaganda o captar adeptos para ganar votos. O dinero.

Días antes de anunciar su retirada de la primera línea de la política y su ruptura con Donald Trump, la congresista Marjorie Taylor Greene, una de las figuras más radicales del movimiento MAGA (Make America Great Again), contestaba a un cuestionamiento con una interpretación cristológica. “Obedecer a Jesús, perdonar y pedir perdón no es arrodillarse, es caminar en obediencia a Cristo nuestro señor y poner nuestra fe en acción. Nada ha cambiado en mí, excepto que me niego a seguir formando parte de la malvada y tóxica locura del complejo político-industrial que está destrozando nuestro país”, lanzó en su perfil de X.

La frontera entre el ideario del trumpismo forjado por uno de sus primeros políticos, Steve Bannon, y la cara más reaccionaria e intolerante de las iglesias cristianas es cada vez más difusa. El propio Bannon sabe que funciona, quizá como cabalgar fantasiosas o deliberadamente falsas teorías conspirativas. En la escenografía de sus vídeos proselitistas suelen resaltar, al fondo, al menos un Cristo Pantocrátor y tres imágenes más. Hace dos semanas, en una de esas grabaciones, proclamó: “Trump no es perfecto; es un instrumento imperfecto, pero imbuido por la providencia divina”. Esa confusión se vio en todas sus aristas en el funeral de Charlie Kirk, activista juvenil asesinado en septiembre, un acto en el que quedó comprobado el auge de nombres a medio camino entre la política y la homilía.

En Latinoamérica, donde las iglesias evangélicas llevan décadas ganando terreno, la música y la letra del discurso religioso han penetrado la vida pública de forma difícilmente reversible. Uno de los flancos de la ofensiva de la derecha contra el Gobierno de Claudia Sheinbaum en México apela precisamente a un fanatismo que remite a la tradición del Yunque. El actor Eduardo Verástegui lo mismo reza un rosario en X, dispara contra un blanco con un rifle, se revuelve contra la masonería o califica de “terroristas” las políticas de género o climáticas.

El fenómeno alcanza, en cualquier caso, a distintos sectores ideológicos. En los últimos días de máxima tensión con Estados Unidos, también Nicolás Maduro ha aprovechado el tirón del fervor religioso. “Como presidente de la República Bolivariana de Venezuela, yo, Nicolás Maduro Moros, voluntariamente desde el Palacio de Miraflores, hoy, martes 18 de noviembre del año 2025, declaro que ratifico como señor y dueño de Venezuela a nuestro señor Jesucristo”, proclamó en un acto solemne. En paralelo, proliferan siniestros influencers. “¿Sabéis por qué el que me sigue a mi [sic] tiene éxito? ¿Sabéis por qué el que me sigue a mi recibe críticas? No... no es porque yo soy el pto amo... yo no soy el motivo. Porque el que me sigue a mí en realidad está siguiendo a Jesús”, escribía la semana pasada en una publicación de Instagram que terminaba con dos pasajes del Evangelio de Juan. Sin el más mínimo indicio de ironía.

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Sobre la firma

Francesco Manetto
Es editor de EL PAÍS América. Empezó a trabajar en EL PAÍS en 2006 tras cursar el Máster de Periodismo del diario. En Madrid se ha ocupado principalmente de información política y, como corresponsal en la Región Andina, se ha centrado en el posconflicto colombiano y en la crisis venezolana.
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