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TRIBUNA
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Y después del odio, ¿qué?

Lo que queda tras la rabia que están sembrando los partidos ultraderechistas es la nada

Lucía Lijtmaer

Primera escena: se alarga una sobremesa. De esas en las que juegas con las migas del pan que sobró y cuentas las manchas de vino tinto en el mantel. De vez en cuando, oyes el tintineo de una copa. Y en algún momento, alguien saca el tema. Sea quien sea. Y como quien da un golpe sobre la mesa, alguna voz dice: “Pues que ganen cuanto antes, y así antes se irán”.

Hay muchas versiones de esta escena. El hastío ante el oportunismo político de los líderes que enarbolan el miedo a la ultraderecha para hacerse hueco se hace palpable. También la incomodidad ante algunos discursos en el Congreso del tipo “estás conmigo o estás contra mí”, aquello que muchos llaman polarización.

Aun así, en los últimos meses escucho y leo a gente culta y con experiencia discutir sobre la posible llegada de la extrema derecha al Gobierno de nuestro país con cierto pragmatismo que me resulta desconcertante. Y su inevitabilidad, pasmosa.

Mientras sucede todo esto y las cosas parecen mirarse desde una privilegiada distancia, el voto entre los más jóvenes se consolida para la ultraderecha, y ronda el 25%.

No es ninguna novedad que los nuevos partidos ultraconservadores basan su ideario en ir a la contra. Javier Milei y su partido La Libertad Avanza enarbolaron un discurso que denominan libertario y que implicó infinidad de recortes amparándose en denostar todo aquello que tuviera que ver con los derechos sociales: políticas feministas, jubilados, opositores… Todo es tildado de “zurdo”. Y acaba de ganar las elecciones legislativas.

Lo mismo sucede en Polonia y Hungría, cuyos gobiernos han tenido retóricas antinmigración y que demonizan al colectivo LGTBI de manera notoria. Orbán ha realizado declaraciones contra inmigrantes, particularmente musulmanes, promoviendo una narrativa que los retrata como una amenaza para la identidad nacional y la seguridad del país.

Pero todo esto ya lo sabemos. Quizás lo que falta es conectar los puntos. Es decir, cómo de la palabra se pasa al acto. El estallido de violencia xenófoba de Torre Pacheco. Los homenajes a Mussolini y las manifestaciones en favor la reemigración en Italia. Los disturbios en La Haya tras discursos que vinculan la inmigración a problemas de seguridad y recursos públicos. El más reciente informe de la organización ACLED, que recopila y analiza información sobre conflictos, indica que en Europa los grupos radicales de derechas estuvieron detrás del 85% de los actos de violencia “radical” registrados en un periodo reciente. El discurso de “identidad europea amenazada” está presente en estos actos.

En América Latina, como señala un artículo de Harvard Review, los movimientos de derecha radical exultan identidades patriarcales, autoritarias y raciales, lo que facilita la violencia contra indígenas, afrodescendientes, minorías sexuales o los que consideran “enemigos de la patria”.

Y España no se queda atrás: el reciente documento De España al mundo muestra cómo diversos actores ultraconservadores españoles (entre ellos el Opus Dei, Hazte Oír y Vox) han articulado estrategias transnacionales que impactan en América Latina y África, lo que ha contribuido al crecimiento de la extrema derecha y al bloqueo de los derechos sexuales y reproductivos.

Segunda escena: Enrique Tarrio tiene en la actualidad 42 años y reside en Miami. Se unió a los Proud Boys, el grupo de extrema derecha, y se hizo fan del candidato Donald Trump en 2020. El 6 de enero, cuando Trump encendió la chispa de la duda sobre la legitimidad de la victoria de Joe Biden y animó a sus seguidores a invadir el Capitolio, Tarrio estaba a 70 kilómetros, en un hotel. En el juicio posterior, se demostró que Tarrio había participado activamente en el asalto a la institución y se le condenó a 22 años de cárcel. Durante el juicio se disculpó con estas palabras: “Fui mi peor enemigo. Mi arrogancia me convenció de que era una víctima”. Cuando Trump ganó las elecciones, le indultó junto a todos los otros condenados. En la actualidad, Enrique Tarrio ha creado una aplicación para animar a los ciudadanos a delatar a personas indocumentadas.

Entonces, ¿qué hay del después de la siembra de odio? Tierra quemada. Paul Celan y T. S. Eliot, dos de los poetas más importantes del siglo XX, usaron precisamente esa imagen para poder nombrar el horror. Eliot echó mano de una tierra baldía, arrasada, como símbolo de un continente destruido moral, espiritual y físicamente tras la Primera Guerra Mundial. La vida intenta abrirse paso (abril, recordemos, el mes más cruel) por un terreno muerto, quemado por la historia, incapaz de dar fruto. Celan recurrió a imágenes parecidas para intentar hacer arte después del horror del Holocausto, en Fuga de la muerte, cuya palabra original en alemán implica, literalmente un tránsito sobre una tierra quemada. Una tierra no fértil, sin palabras, donde solo queda el residuo del lenguaje.

Recordemos, como dicen los poetas, que en tiempos de ceniza, es el fuego de la historia el que nos advierte que no se sale tan fácilmente del odio, cada vez que nos preguntemos: y después, ¿qué?

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Sobre la firma

Lucía Lijtmaer
Escritora y crítica cultural. Es autora de la crónica híbrida 'Casi nada que ponerte'; el ensayo 'Ofendiditos. Sobre la criminalización de la protesta' y la novela 'Cauterio', traducida al inglés, francés, alemán e italiano. Codirige junto con Isa Calderón el podcast cultural 'Deforme Semanal', merecedor de dos Premios Ondas.
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