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COLUMNA
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El nuevo centro del mundo

Seis años después de la muerte de Santos Juliá, sus análisis siguen sirviendo para entender las dinámicas del presente

José Andrés Rojo

En un pasado, más o menos reciente, los mensajes políticos no llegaban a todos los que tienen que votar. O solo llegaban en momentos muy concretos, cuando los candidatos se acercaban a los rincones más agrestes, remotos y olvidados durante las campañas electorales. Ahora no. Ahora cada uno tiene su móvil, incluso en los parajes más apartados del barullo en el que se cuecen los propósitos de los partidos. Es verdad que la radio y la televisión dieron grandes pasos para acercar las tensiones y los avatares del mundo a quienes habitan en la periferia del sistema, pero ahora con los móviles cada persona es el centro alrededor del que pivota todo lo demás. En cada móvil está la realidad entera a gusto de su propietario.

Esto es lo que ha ocurrido de manera acelerada, pongamos que en los últimos seis años, el tiempo en que nos falta Santos Juliá, que murió el 23 de octubre de 2019. Hace unos meses el historiador regresó a las librerías de la mano de Miguel Martorell y Javier Moreno Luzón con una exhaustiva selección de los artículos que publicó en este periódico reunida en Nunca son inocentes las palabras (Galaxia Gutenberg). Sus diagnósticos y observaciones siguen sirviendo y ayudan a entender cuanto sucede hoy: la corrupción, las convulsiones de las luchas partidistas, las tensiones territoriales, la relación con Europa, el uso de la memoria, las maneras diversas de ejercer el liderazgo y, si quieren afinar, incluso el horror de la guerra en Gaza. El Gobierno de Israel, escribe en 2002, “está más que poseído por la doctrina del desprecio: a sus ojos, la vida de los palestinos —hombres, mujeres, niños, inocentes o culpables, armados o inermes— no vale nada. Todos son lo mismo: terroristas o cómplices de terroristas. Su condición humana les ha sido arrebatada hasta su última raíz, el derecho a su tierra, a sus casas. Una vez desposeídos, no les queda más que una salida: la fuga, el exilio”.

Nada nuevo bajo el sol, lo que explicó Santos Juliá hace un tiempo sirve palabra a palabra para comprender lo que está sucediendo en la Franja desde hace unos meses. Y, sin embargo, lo seguimos extrañando cada vez más. Es como si nos faltaran la contundencia de su voz, la fortaleza des sus argumentos, su escritura llena de ironía y lucidez. Y su ausencia parece que también nos ayudara a entender hasta qué punto se ha producido una transformación del espacio público, y cómo han dejado de tener relevancia cuestiones que antes sí la tenían.

Por ejemplo, aprobar unos Presupuestos. Antes se consideraba importante y necesario —amén de que se trata de un mandato constitucional— presentar las cuentas que sirven para respaldar y hacer viables las políticas que un Gobierno quiere poner en marcha durante los próximos meses. En estos tiempos lo que está en el aire es que tengan que ponerse en discusión y debatirse los proyectos a corto, medio o largo plazo: ¿para qué? Desde el momento en que el móvil de cada cual es el centro del mundo, reina lo instantáneo. Los políticos ya no tienen que convencer a nadie de sus planes para conservar el poder y gobernar, de lo que se trata es de seguir amarrando a los suyos cultivando sus emociones y dando coba a sus peores instintos. De hecho, en las cámaras legislativas ya no hay argumentos, solo insultos y ruido. La democracia, tal como se entendía, está a punto de irse al garete, y no hay político que anteponga los intereses de Estado a sus urgencias partidistas. Todo se andará, parecen decirse, mientras conservemos y mimemos a nuestras hinchadas.

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.
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