A por los autónomos, que somos pocos y cobardes
La reforma empezada en 2022 nos echa encima lo peor del mundo asalariado sin casi ninguna de sus ventajas


Soy un trabajador autónomo atípico: hay muy poquitos profesionales en España como yo. Desde que arrancó el Estatuto del Artista, cotizo por el epígrafe 864, específico para escritores, pero cuando me inscribí lo hice por el 861, de pintores y ceramistas, aunque la última vez que moldeé una figura de cerámica fue en la EGB y me pusieron un sufi compasivo. Cuando me hice autónomo, el Estado actuó como los padres antiguos cuando su hijo les contaba que quería ser artista. Ya sentará cabeza, decían en Hacienda, ya se buscará un trabajo de verdad. De momento, ponlo allí, donde los pintamonas.
Con el tiempo descubrí que mi rareza es legión. Cada cuentapropista, como dicen en Cuba, es raro a su manera. Los autónomos no existimos; somos una abstracción legal. No tenemos nada en común, salvo un régimen de cotización. Somos 3,4 millones de raros que diseñamos edificios, hablamos por la radio, desatascamos cloacas, damos masajes, empastamos caries, conducimos taxis o escribimos novelas. No hay forma de despertar en nosotros una conciencia de clase. A lo sumo, podríamos aspirar a cierto gremialismo, aunque ya me dirán qué sindicato puedo montar con los escritores, si somos cuatro y nos caemos todos mal. Cuando estaba con los ceramistas, aún podíamos amenazar con tirar vasijas en una manifestación, pero ahora vivo en un epígrafe desarmado. Ni estilográficas tenemos ya.
Hay tres asociaciones profesionales (ATA, UATAE y UPTA) que se atribuyen nuestra representación, pero no suman medio millón de afiliados (aunque dicen representar a muchísimos, no me explico por qué ni cómo). Entre esas tres siglas y dos ministerios cocinan nuestras cuotas y nuestros destinos, sin que la mayoría metamos baza.
Abundan por ello las frases del tipo “los autónomos quieren” o “los autónomos deben”, con predicados que insisten en el deseo de equiparar nuestro régimen al de los asalariados. Así se montan reformas como la del cuotazo frustrado de la ministra Elma Saiz. Todo se hace por nosotros, pero sin nosotros, pese a que el adjetivo autónomo califica a un sujeto al que intuimos acostumbrado a apañarse las cosas a su aire, sin que le salven ni pongan palabras en la boca.
Algunos somos autónomos por gusto. Renunciamos a horarios, vacaciones y otros derechos de los asalariados a cambio de ventajas que estos no tienen. La reforma empezada en 2022 nos echa encima lo peor del mundo asalariado sin casi ninguna de sus ventajas. Pasaríamos del fraude de los falsos autónomos al de los falsos asalariados, y el paraíso prometido por los legisladores, como tantas veces, devendría infierno. Pero solo puedo hablar por mí. A saber qué piensan mis 3.413.291 colegas.
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