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Diablo sin vacaciones

Aunque en el horizonte solo veamos las ruinas de un futuro de apocalipsis climático y neoimperialismo, siempre resplandece la sensatez popular

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, entre el presidente de la Xunta, Alfonso Rueda (derecha), y el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, este domingo en el Centro de Coordinación Operativo Contraincendios de Ourense.
Víctor Lapuente

Este verano, el diablo no toma vacaciones. En la península Ibérica, lanza llamaradas sobre la agostada tierra y aviva el fuego con ráfagas de su aliento seco. Y siembra la cizaña entre los políticos. En la península de Alaska, susurra escalofriantes discursos imperiales a los dos egos más gélidos del orbe, Trump y Putin, ansiosos por repartirse el destino de la población mundial desde un rincón despoblado, cual villanos de cómic. Parece que este verano no tiene canción, sino letanía. Pero, aunque en el horizonte solo veamos las ruinas de un futuro de apocalipsis climático y neoimperialismo, en un lugar siempre resplandece la esperanza: la sensatez popular.

Una democracia federal madura vive en un conflicto permanente en la superficie, pero debajo late un consenso de básicos. La ciudadanía mira la imagen del satélite de los incendios devorando España y no puede distinguir las fronteras entre las comunidades autónomas. Sabe que estamos ante un problema complejo —calentamiento global más olas de calor más pobre sistema de prevención de incendios y gestión de bosques— que exige un pacto de Estado (específico sobre incendios; no difuso sobre cambio climático) que mejore la coordinación entre administraciones. El diagnóstico de los expertos, compartido por los grandes medios de comunicación (un punto fuerte de nuestro país), es de conocimiento público. Y falta que la clase política, enfrascada aún en el “y tú menos”, se suba al barco. Pero lo hará, por su propia lógica de supervivencia.

Si fuéramos un país más centralizado, como Francia o Italia, tendríamos menos enfrentamientos (públicos) entre dirigentes regionales y nacionales, tanto para la gestión de catástrofes como del día a día. No habría batalla entre Madrid y Cataluña sobre financiación autonómica. Pero tampoco discusión sobre qué modelo político es mejor. ¿Unos servicios públicos “mínimos” y relativamente privatizados, como Madrid, al precio de una potencial pérdida de calidad? ¿O unos “máximos”, como Cataluña, al precio de una mayor carga fiscal?

Un país con Ayuso e Illa puede ser una maravilla. Para lograrlo, nos falta un elemento clave: automatizar la negociación multinivel —de la financiación, los incendios o las riadas—. Por mor de las desgracias acumuladas, hoy estamos más cerca de crearlo que ayer.

Y en Estados Unidos el sistema federal es también el mejor escudo frente al autoritarismo de Trump. Los gobernadores estatales lideran la resistencia. A la larga, ese será el problema de Rusia: que no tienen a Mañueco, Rueda ni Marlaska.

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