Su nombre era Anas
Los lectores escriben sobre Anas al Sharif, uno de los periodistas de Al Jazeera asesinados por el ejército israelí en Gaza, la precariedad que sufren los jóvenes en Chile, los prejuicios racistas y la IA

El reportero Fadi al Wahidi tenía 25 años cuando el pasado octubre el ejército israelí le disparó mientras ejercía su trabajo. Estuvo a punto de morir, a día de hoy continúa inmovilizado. Al borde de su cama de hospital, siempre que podía, tras sus coberturas, cansado y hambriento, estaba el infatigable periodista Anas al Sharif, de 28 años: su amigo. Movió montañas para sacarlo de Gaza, salvar su vida. El pasado domingo, Israel asesinó a Anas. Me refiero a él por su nombre y no por su apellido porque no hablo del periodista que será recordado, sino del hombre joven, del amigo. Fadi no paró de publicar en sus redes vídeos de ambos. Parecía otra vida. Poco después, compartía un vídeo donde no podía parar de sollozar. Pienso en cómo reaccionaría cualquier persona de mi entorno si su amigo fuera asesinado. Pienso en ellos a cada minuto. En estas vidas rotas y en esta amistad desgarrada por el genocidio.
Sofía Álvarez Jurado. Fuente-Tójar (Córdoba)
Los ‘ninis’ en Chile
Más de 336.000 jóvenes entre 15 y 24 años no estudian ni trabajan, según el INE de Chile. Nos llaman ninis como si se tratara de un sello generacional o una elección. No lo es. Nuestra situación se sustenta en el dolor y rechazo: en un sistema laboral que te cierra las puertas si no tienes contactos y que opera con procesos de selección poco transparentes. Hablamos de ofertas fantasma, exigencias absurdas, currículos que nunca se leen, contratos precarios. El problema no es la falta de ganas, sino la falta de oportunidades reales. No nos sobra voluntad, sino barreras.
Macarena Andrea Palou Frederick. Concepción (Chile)
Racismo, no
Recientemente, empecé a trabajar en el sector de la hostelería. Se trata de un sitio en el que suele haber mucha gente y, en ocasiones, uno puede llegar a abrumarse. ¿Y saben qué? La persona que me anima a seguir cuando estoy cansado, la persona que me dice por las estancias “Ángel, tío grande, vamos a ello”, la persona que se preocupa de que todos hayamos comido, la persona que nos calma a todos cuando se nos cae una copa y la persona que nos ayuda a limpiar las mesas no se llama precisamente José, ni Paco ni Antonio. Se llama Adam.
Ángel Juan Román García. Murcia
Adictos a la IA
Preguntas a tu amiga qué opina frente a una lista de inseguridades, retos laborales, miedos y sueños. Se queda mirando y, sin pensar, te dice: “No sé, pregúntale a la IA”. La escena es tan desconcertante como habitual en la actualidad y vislumbra la gran dependencia que hemos empezado a tener a los modelos generativos. Sinceramente, me niego a ser parte de una revolución tecnológica si en el camino amputa nuestra capacidad de pensar, ya sea correcta o erróneamente. “No existen temas banales. Hay que tener imaginación y curiosidad”, me respondió la escritora Carolina Sanín a un comentario cuestionando la relevancia de su columna de opinión sobre el bigote masculino, en una revista colombiana. Y sí, no hay temas “banales” que analizar, en un mundo lleno de ecos humanos de las IA. Ya sea sobre los bigotes o sobre los problemas urgentes de tu interior, pensar independientemente es, hoy, más humano que nunca.
Alejandra Azuero Flórez. Valladolid
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