No hay un solo militante de Vox más español que yo
Los europeos nos dimos unas constituciones para que ninguna autoridad moral nos dijera cómo vivir, amar, hablar, vestir o celebrar


Una consigna es una frase vacía con un significado que se presenta rotundo y evidente en sí mismo, pero no aguanta tres preguntas sin revelar que no dice nada. Por ejemplo: “Los inmigrantes no se integran” y “los inmigrantes no acatan nuestras costumbres” son dos frases unívocas. Para quienes creen en ellas, son proposiciones tan evidentes como “el sol sale por el Este” o “la lluvia moja”. Pero si empezamos a preguntar algo tan sencillo como qué significa la integración y qué costumbres son las que hay que acatar, se abren galimatías llenos de peros, no obstantes, sin embargos y reducciones al absurdo. Al final, quien sigue sosteniéndolas lo hace porque sí, como quien cree en los milagros y en la transubstanciación de los cuerpos.
¿Qué significa integrarse en una sociedad abierta y plural que no exige a nadie integración alguna? Los europeos nos dimos unas constituciones en las que la libertad y la autodeterminación individual son valores supremos e inalienables por costumbres o coacciones algunas. Lo hicimos así para que ninguna autoridad moral nos dijera cómo vivir, amar, hablar, vestir o celebrar. Respetando unos mínimos de convivencia (que casi ninguna tradición religiosa o popular respeta, por cierto), como cantaba Víctor Manuel, aquí cabemos todos o no cabe ni Dios.
Obligar a alguien a acatar costumbres supondría exigir a los inmigrantes un requisito al que ningún ciudadano está obligado. Yo soy tan español como Santiago Abascal —porque la ciudadanía española es una condición absoluta que no admite grados, nadie puede ser más español que nadie— y no acato casi ninguna de las costumbres que, según su partido, conforman la identidad nacional.
No soy religioso, huyo de procesiones y ritos católicos, jamás me verán en una fiesta popular, verbena, tradición venerable de los pueblos de España o rito de exaltación colectiva. No me emociona ninguna forma de folclore de ningún rincón de las Españas. Las palabras auténtico, nuestro o tradicional, que para muchos son reclamos, para mí son disuasiones. Me importa muy poco si las lenguas ibéricas, incluida esta en la que escribo, se mantienen o desaparecen, desplazadas por el inglés o el mandarín. Prefiero una hamburguesa a un cachopo, y un buen cuscús a un cocido montañés. Aborrezco el fútbol, incluido el femenino, y las celebraciones patrióticas y nacionalistas me causan una urticaria que debo tratarme con cremas dermatológicas muy caras.
Y no hay un solo militante en Vox que tenga un gramo de españolidad más que yo. Ni uno. No hay un solo patriota de pulsera y tatuaje con más derecho que yo a habitar este país. Es hora de que se lo dejemos claro.
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