Ir al contenido
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Jumilla y lo de siempre

Lo que la inmigración pone realmente en tela de juicio no es la inseguridad, sino la identidad

Una mujer con hiyab en Sevilla.

Los lugares más peligrosos, inseguros y violentos del mundo no tienen inmigración. Ciudades como Acapulco, Manzanillo o Puerto Príncipe son nacionalmente muy homogéneas. No podía dejar de pensar en este dato mientras veía las cacerías fascistas de Torre Pacheco de hace unas semanas. Pero sería falaz identificar como causa del alto grado de violencia en esas ciudades la ausencia de inmigración. Y si el lector entiende por qué sería falaz, debería comprender fácilmente por qué también lo es el razonamiento inverso: la inmigración no es causa de violencia o inseguridad.

Y es que a Vox y a sus adláteres no les interesa la cuestión de la inseguridad ni el bienestar de los vecinos. Eso es puro oportunismo. La histeria desatada se debe a que lo que la inmigración pone realmente en tela de juicio no es la inseguridad, sino lo de siempre. La identidad. En este caso, la identidad nacional española. La prueba la hemos vuelto a tener hace unos días. A raíz de la prohibición del ayuntamiento de Jumilla, en manos del PP, de dos celebraciones musulmanas en espacios públicos, Santiago Abascal, líder de Vox, dijo que “hay que proteger los espacios públicos de prácticas ajenas a nuestra cultura”.

Yo, en materia de celebraciones religiosas y culturales, oscilo entre dos posiciones opuestas. O bien prohibiría cualquier tipo de manifestación religiosa o cultural en el espacio público, incluidas desde luego “las nuestras”, o bien las permitiría todas, igualando “las nuestras” a las de “los otros”. Ambas ideas tienen inconvenientes serios y yo no termino de decidirme. Unos días me despierto un poco afrancesado y otros más bien agringado, supongo. De lo único de lo que estoy seguro es de que “nuestra cultura” no merece ningún trato privilegiado en el espacio público por ser la nuestra. O lo que es lo mismo: no sé qué soy, pero sé que no soy nacionalista. Y es que, como decía Hannah Arendt por carta a Gershom Scholem, “existe un peligro real de que a un nacionalista coherente no le quede otra opción que convertirse en un racista”. Abascal, Sílvia Orriols —alcaldesa de Ripoll— y sus imitadores solo son nacionalistas coherentes. Y los llamados nacionalistas moderados, tanto los catalanes como los españoles, no son en realidad moderados. Son, y solo de vez en cuando, nacionalistas incoherentes.

Pocas cosas han resultado más devastadoras para la humanidad que las políticas destinadas a preservar las identidades nacionales. En su nombre se han cometido pogromos, atentados, ocupaciones y otras ignominias. Por eso resulta infame ese discurso que intenta calmar a los nacionalistas —tanto a los coherentes como a los incoherentes— afirmando que la identidad nacional no está en peligro por la inmigración. Lo que habría que hacer, más bien, es celebrar que se atisbe la feliz desaparición de las identidades nacionales.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_