Me colé en la fiesta de Lamine
Un joven de la periferia de la periferia decidió proclamar junto a la élite de su generación que le sobra la pasta, reflejando los sueños de buena parte de la juventud de hoy

No me invitó, pero lo vi. Sucedió en el fiestón de Lamine Yamal. Apareció entre futbolistas e influencers, cantantes de rap y reguetón y mujeres despampanantes contratadas para embellecer la noche. A pesar de su evidencia desacomplejada, la polémica sobre el show de Misterpeke no ha permitido interpretar el significado de lo que se vivió en esa reunión de chavales con millones de seguidores en las redes: fue la exhibición del triunfo absolutamente improbable de aquel tipo con aparatos dentales y que cumplía 18 años. Un joven de la periferia de la periferia —hijo de una camarera de Guinea y un pintor de Marruecos, que creció en un barrio muy pobre— decidió proclamar junto a la élite de su generación que le sobra la pasta. ¿Cinismo de ricos? ¡Qué fácil es la tentación del moralismo! Fue una celebración de los sueños de buena parte de la juventud de hoy. Tal vez no son los que tuvimos —antiguallas boomers, hola bro—, pero tampoco les estamos dejando muchas opciones para que tengan otros. Para decirlo en pedante, en esa mansión exclusiva en Olivella rodeada de seguridad para ocultar lo que ocurría dentro se manifestó el espíritu de la época.
Para que lo supiéramos, porque hacerlo público es parte del éxito, el futbolista del Barça colgó buenas fotografías y un vídeo en sus redes que podría ser el videoclip de una estrella. Yamal fardó de su nuevo collar: oro y diamantes, piedras preciosas blaugranas, el código postal de su barrio de Mataró en una de las piezas de la cadena y colgando sus iniciales YL con más oro y diamantes. Costó, según parece, 342.000 euros y lo diseñó Víctor Rodríguez: hijo de puertorriqueños nacido en Nueva Jersey, propietario desde 2015 de la joyería Tajia Diamonds de Nueva York (entre Madison y Park Avenue) y que tiene entre sus clientes a celebridades de la música y el deporte. El homenajeado llevaba un blazer cruzado de un diseñador que ha vestido a muchas de las estrellas del show business: Mike Amiri, hijo de padres iraníes, criado en Beverly Hills, estética del glamour de Hollywood. En otras de las fotografías, ya con otra ropa, está bailando feliz ante la mesa del DJ al lado de Morad: brillante rapero de la periferia de Barcelona, hijo de padres marroquíes, varias veces detenido. En otra canta con Dystinct, nacido en Bélgica, hijo de padres marroquíes, éxito global cantando sobre todo en francés y árabe.
Cuando el año pasado Lamine Yamal fue la estrella de la selección española en la Eurocopa, escribí una tópica columna de nostálgico socialdemócrata: que si la barriada de Rocafonda se salvó primero con el centro de atención primaria, que si después la biblioteca municipal, que si hace poco la peatonalización para que los vecinos vuelvan a pasear… Pero esa confianza democrática en el Estado de bienestar como motor de igualdad ha quedado cancelada para muchos desde la crisis de 2008. Esta desaparición de la idea de progreso en el horizonte vital de diversas generaciones tiene su traslación en la propuesta identitaria de las formas culturales que consume la juventud. Viven en otra era.
Lo razona Oriol Rosell en el espléndido ensayo Matar al papito. Por qué no te gusta el reguetón (y a tus hijos sí). Lo que dice de esos cantantes vale para Yamal y para muchos: “De lo único que aspiran a librarse es de la pobreza. El objetivo es gozar de la gran vida de la que se han visto sistemáticamente excluidos por su etnia y extracción social”. ¿El tema de la fiesta? La mafia italiana. ¿El look de Lamine? Un gánster, capo de la banda, ícono juvenil.
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