La inmortal música de Tom Lehrer
Sus canciones combinaban la parodia musical y la sátira política y social. Era matemático y escribió canciones sobre científicos nazis, la Guerra Fría o el Vaticano


Ha muerto Tom Lehrer a los 97 años y el mundo es un lugar menos inteligente y divertido. Su biografía y su aspecto tenían algo de screwball comedy. Criado en una familia judía del Upper East Side, entró en Harvard a los 15 años y se licenció en matemáticas a los 18. Empezó a componer canciones satíricas que cantaba para los amigos, y en 1953 se gastó 15 dólares en grabar un disco del que sacó 400 ejemplares. Con el tiempo vendió casi medio millón de copias. Explicaba que su música se expandía lentamente: “como el herpes, no como el ébola”. Salía en televisión e hizo giras en el extranjero, pero no le gustaba mucho actuar: si el disco estaba grabado, era como un novelista que lee su libro en voz alta cada noche. A finales de los sesenta dejó la música; se dedicó a dar clase de matemáticas en el MIT, Harvard y la Universidad de California.
Sus canciones combinaban la parodia musical y la sátira política y social. El tono era irreverente, el humor negro, la música alegre, el piano ágil, la voz elegante, la comicidad irresistible. En una de sus piezas más conocidas, The elements, recitaba la tabla periódica siguiendo una melodía de The pirates of Penzance de Gilbert y Sullivan. Era un virtuoso: lo muestran Clementine, donde parodia estilos musicales, y sus letras llenas de ingenio y rimas inesperadas. Se burló del Concilio Vaticano II (“Genuflect, genuflect!”, entonaba); sus canciones hablan del imperialismo y militarismo estadounidense, de la Guerra Fría, de científicos nazis trasplantados a América, de plagios matemáticos, de nuevas corrientes pedagógicas, de la tercera guerra mundial, de la hipocresía geopolítica, de la contaminación. Hizo temas sobre Alma Mahler, la necrofilia, la pornografía. Defensor de los derechos civiles, detestaba la canción protesta: en The folk song army se mofaba de las arengas a favor del bien y en contra del mal. Decía que la sátira política había muerto cuando Kissinger recibió el Premio Nobel de la Paz.
En 2022 renunció a los derechos de sus canciones. Muchos temas de su obra parecen proféticos. Contaba que le gustaba provocar risa y no aplausos: si el público aplaudía solo mostraba que estaba de acuerdo con él. Pensaba que la sátira no tenía impacto real: los cabarets de Weimar, recordaba, no habían valido para detener a Hitler. Sus canciones hacen pensar en musicales de Broadway y en Lenny Bruce, en Mark Twain y en Randy Newman. Era un genio; su precisión y ligereza harán que su música viva para siempre. Si no lo has escuchado aún, tienes suerte. Búscalo: te hará reír.
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