Hulk Hogan y el poder
El luchador fue utilizado por Peter Thiel para destruir el primer grupo independiente de medios digitales. Su venganza fue profética


Dijo Baudrillard que el secreto mejor guardado del poder es que no existe. Como ocurre con el dinero, para extinguirlo bastaría con que nos levantáramos todos una mañana y decidiéramos que aquello a lo que hemos dado valor ya no lo tiene. Pero mientras nos ponemos de acuerdo, del poder sí se notan, y mucho, sus efectos. Cuanto más poderoso es alguien, más lejos llega su influencia tanto en el tiempo como en el espacio, y más difícil resulta trazarla. Veamos un ejemplo. La semana pasada murió el luchador Hulk Hogan, conocido en España como un freak de un entretenimiento televisivo menor. Es mucho menos sabido que sirvió de herramienta para la venganza —desmedida, subrepticia y diferida en el tiempo— de un gran poderoso, el inversor Peter Thiel. Gracias a ese tipo anabolizado de bigotes rubios fue destruido el primer gran grupo independiente de medios digitales.
En 2012 Gawker publicó un extracto de un vídeo sexual del luchador. Hogan interpuso una demanda que al principio parecía menor, pero pronto se transformó en un macrojuicio donde abogados de élite buscaban destrozar económicamente no solo a esa web dedicada al cotilleo, sino también a sus medios hermanos, como Gizmodo o Jezebel, y a algunos de sus trabajadores de forma individual. En 2016 se conoció el fallo: Hogan debía ser indemnizado con 140 millones de dólares. El grupo quedó arruinado y fue vendido.
Tuve contacto con los restos del imperio porque acabó en manos de Univisión, la televisión donde trabajaba en esa época, y mis tareas cotidianas cambiaron; esa es otra historia, aunque desde entonces tengo claro que cuando una mariposa aletea en Nueva York el viento se nota hasta en Soria, y nunca acabas de saber por qué. Pero volviendo al proceso, tras la sentencia Thiel reveló que lo había financiado en secreto con 10 millones de dólares, una cantidad que Hogan jamás hubiera podido permitirse. Dijo que fue “una de las mayores obras filantrópicas que había realizado”. ¿El motivo? En 2007, Gawker le había sacado del armario a la fuerza. Entonces era menos conocido, pero Thiel es considerado hoy uno de los tipos más peligrosos del mundo por su fortuna, su extraña inteligencia, su influencia en el Gobierno de Donald Trump (financió la campaña del vicepresidente J. D. Vance) y su interés en moldear el futuro a medida de su ideología, una mezcla de anarcocapitalismo, transhumanismo, cristianismo apocalíptico y fascismo. Solo una pincelada del personaje: esta semana hemos sabido que está en el consejo de una startup de enriquecimiento de uranio.
Uno de los periodistas de Gawker, Tom Scocca, escribió en su momento un profético post de despedida sobre esta era donde los poderosos pueden comprar los medios (Jeff Bezos con The Washington Post; Elon Musk con X) y, si no, ahogarlos en litigios hasta su fin, como hizo Thiel con Gawker o intenta Donald Trump con The Wall Street Journal, al que ha demandado por 10.000 millones de dólares por publicar una tarjeta de felicitación que envió a Jeffrey Epstein: “Gawker siempre dijo que se dedicaba a publicar historias verdaderas. Aquí hay una última historia verdadera: vives en un país donde un multimillonario puede sacar del negocio a una publicación. Un multimillonario puede acabar con un autor y dejarlo en la ruina y sin protección legal. Si quieres escribir historias que pueden enojar a un multimillonario, necesitas trabajar para otro multimillonario tú mismo, o para una corporación multimillonaria. La ley no te protegerá. No hay libertad en este mundo, sino poder y dinero”.
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