Qué no daría yo por no haber callado tanto
Gaza es ya nuestro Beirut, nuestra Etiopía. Cuántos niños tendrán que morir para que reaccionemos


La escena no tendría que haber trascendido, pero ya saben lo que le dijo aquel miembro de la ‘Ndrangheta a otro sicario de la mafia calabresa: “Ten cuidado, que llevar encima un teléfono móvil es como llevar a un carabiniere en el bolsillo”. La advertencia fue grabada, efectivamente, por los agentes que les seguían los pasos y que consiguieron detener a 40 integrantes de la organización criminal más poderosa de Italia e incluso grabar en vídeo algunos de sus rituales secretos. Esto no va de mafias ni mucho menos, pero sí de que cualquier cosa, buena, mala o regular, puede ser grabada, difundida y convertida en viral por el teléfono móvil que ya forma parte de nuestro cuerpo. En este caso, para bien.
Fue hace unos días, bien entrada la noche, en una calle del barrio sevillano de Triana. Unas mujeres mayores caminan juntas después de haber disfrutado de la Velá de Santa Ana, que cada año por estas fechas se celebra a lo largo de la calle Betis, a la orilla del Guadalquivir. Van hablando de sus cosas, de sus achaques, incluso una de ellas —Loli Durán, la protagonista de esta historia— camina apoyada en uno de esos carritos que se convierten en providencial asiento. En el vídeo, que alguien graba desde una cierta distancia, al principio sin que ellas se percaten, se las escucha entonar una canción de Rocío Jurado: “Qué no daría yo por empezar de nuevo / A pasear por la arena de una playa blanca / Qué no daría yo por escuchar de nuevo / Esta niña que llega tarde a casa/ Y escuchar ese grito de mi madre en la ventana/ Mientras yo deshojaba primaveras/ Por la calle mayor y por la plaza”.
❤️ La esencia de la 'Velá de Santa Ana' en este grupo de vecinas que vuelven a casa de madrugada
— 101TV Sevilla (@101TVSevilla) July 24, 2025
📱 Más información en https://t.co/bSKgLQK0Sl #Triana #Sevilla #Velá pic.twitter.com/MFt9dsJa9a
La escena, subida enseguida a la red social X por la persona que lo grabó y difundida ampliamente por los medios locales, dio pie a que, al día siguiente, Loli fuera invitada a cantar desde el escenario de la Velá. Allí contó: “Íbamos dos o tres amigas y empezamos a cantar y a decir ‘yo ya no canto mucho porque se me olvidan las letras’ y así cantamos el qué no daría yo…”. La mujer acepta la invitación a volver a interpretar la canción, no sin antes brindar al cielo con una mano en la que brillan dos alianzas juntas.
No es frecuente que de ese desbarajuste que constituye la red antes llamada Twitter surja algo tan puro, tan emocionante —o tal vez te lo haya parecido porque fuiste niño en Triana, tu madre también se llamaba Loli y murió hace ahora tres veranos—, pero el caso es que en esos dos minutos, en quienes la interpretan y en la propia letra se reúnen muchas cosas.
Por un lado, esas mujeres que caminan juntas, que se apoyan en la alegría y en los días nublados, encarnan la resistencia de un barrio a morir como ya fueron cayendo muchos otros. También ahí —en la letra de esa canción de Rocío Jurado y en el sentimiento y el quejío que ponen Loli y sus amigas al interpretarla— se esconde el lamento, la melancolía, por aquellas cosas que ya no volverán. Las familias de Valencia que vieron sucumbir sus casas enteras por la riada no lloraron por los frigoríficos que se perdieron ni por los televisores nuevos, sino por tener que decir adiós a las cosas que no se pueden comprar.
Hay todavía algo más. Un aviso para navegantes. Tal vez llegará un día en que, como en un viejo poema de Manuel Rivas que no logro poner en pie, nos desvelará el camión de la basura y nos preguntaremos: ¿qué queda por caerse en Beirut? O, como en aquel final del poema Si se supiera de Manuel Vázquez Montalbán: “Cuántos deben morir cada día en Etiopía / para que nos salga social / de pronto / la poesía”. Nuestro Beirut, nuestra Etiopía, será Gaza. Qué no daremos entonces por no haber callado tanto.
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