Mucho cuidado con la soja de Brasil
El grano que se exporta al mundo se produce a costa de grandes cantidades de pesticidas y de la destrucción de biomas como la Amazonia


La Unión Europea, y principalmente España, uno de los principales importadores de soja brasileña, debería preocuparse mucho más por lo que consume. Un estudio que acaba de publicar el Instituto Escolhas, organización no gubernamental que investiga la agroindustria y la minería, ha revelado lo ineficiente, insostenible y peligrosa que es la producción de soja en Brasil. En 1993, un kilo de pesticidas producía 21 sacos de soja. En 2023, solo siete. La cantidad de venenos que se utilizan para producir la soja que se exporta a España y a varios países de la UE, así como a China y otras partes del mundo, se ha disparado de 16.000 toneladas a 349.000 en tres décadas, lo que supone un aumento del 2.019%. Esta soja es la que alimenta, por ejemplo, a gran parte de los cerdos de los que España está tan orgullosa. ¿Y quién se alimenta de los cerdos alimentados con soja brasileña y de todos los productos elaborados con la carne de estos animales?
Los sojeros de Brasil, en su mayoría partidarios de la extrema derecha, se jactan a menudo del peso de su producto en la balanza comercial brasileña. Pero si fueran honestos, se avergonzarían mucho. Brasil se ha convertido en el mayor productor de soja del mundo no por aumentar la eficiencia, sino por aumentar la superficie cultivada. Es decir, el aumento de la producción, que ha llevado a Brasil a superar a Estados Unidos desde 2019, ha costado principalmente dos biomas brasileños: la Amazonia y el Cerrado.
Según el estudio, entre 1993 y 2023, la superficie plantada con soja pasó de 11 millones a 44 millones de hectáreas, un aumento del 5% anual. La productividad, en cambio, solo aumentó un 2% al año: de 2.120 kilos de soja por hectárea, pasó a 3.423. De los cinco mayores productores de soja del mundo, Brasil es el que más pesticidas y fertilizantes utiliza por hectárea. El pesticida más utilizado es el glifosato. Para resumir los efectos del cancerígeno glifosato sobre la salud humana y del planeta necesitaría un espacio mucho mayor que esta columna.
La soja brasileña también demuestra que es mentira que las semillas transgénicas sean más resistentes y, por tanto, esenciales, como prometieron las corporaciones para convencer al mundo a utilizar una tecnología que interviene peligrosamente en la naturaleza. Hoy al menos el 93% de las semillas de soja brasileñas son transgénicas y el uso de pesticidas no ha hecho más que aumentar. Brasil es el mayor consumidor de pesticidas del mundo, con un consumo del 22% de todo el volumen mundial de venenos utilizados en la agricultura.
“El agro es pop” es el lema de los sojeros y otros representantes de la agroindustria, que tiene la bancada más poderosa y depredadora en el Congreso brasileño. Se venden internamente como un caso de éxito. Pero lo que demuestran los ”hechos es que el monocultivo de soja no solo produce deforestación en biomas vitales para hacer frente al colapso del clima y de la naturaleza, sino que además envenena la tierra, los ríos, los animales y, finalmente, a los seres humanos. Otra investigación, esta vez de la plataforma periodística Sumaúma, muestra que al menos cinco empresas transnacionales de la agroindustria pagaron menos impuestos sobre la renta en todo el mundo en 2024 de lo que recibieron en exenciones del Gobierno brasileño: JBS, Bunge, Bayer —que también es propietaria de Monsanto—, Yara y Syngenta. Solo las exenciones concedidas a Syngenta, que produce pesticidas y otros productos agrícolas, ascendieron a 725 millones de dólares, más que todo el presupuesto de 2024 del Ministerio de Medio Ambiente y Cambio Climático de Brasil.
El acuerdo comercial entre la Unión Europea y el Mercosur, que podría firmarse en breve si no hay movimientos efectivos de resistencia popular, demuestra lo obvio: la salud humana y planetaria están lejos de figurar entre las preocupaciones de la mayoría de los gobernantes. Con el caos arancelario de Donald Trump, es muy probable que España importe aún más soja de Brasil. La única posibilidad es que la población despierte de su parálisis y se organice colectivamente para hacer frente al envenenamiento de los cuerpos —los nuestros y el del planeta— presionando a los Parlamentos y a los gobernantes. No hay nadie a quien transferir la responsabilidad. Solo estamos nosotros. La otra opción es seguir envenenándonos. Con un poco de suerte, nos moriremos antes del fin del mundo.
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