Guardianas de la moral
La satisfacción de ver que el feminismo es una prioridad en esta crisis de gobierno queda empañada por el trato de icono que se le da al presidente


El 10 de marzo de 1910, después de burlar la seguridad de la National Gallery de Londres, la sufragista Mary Richardson sacó de su abrigo un cuchillo carnicero y la emprendió a estocada limpia contra el cuadro de Velázquez, La Venus del espejo. Aunque fue restaurado, todavía pueden verse suaves estrías cruzando la piel de la Venus. El otro cuerpo, el de Richardson, tuvo su propia ración de maltrato. Fue arrestada y, tras declararse en huelga de hambre, sometida a la alimentación forzada. Junto con la mezcla de leche, pan y brandy que los médicos empujaban por la boca y orificios nasales, las sufragistas se veían obligadas a tragar algo más: el orgullo, la autonomía, la voluntad. Sus díscolos espíritus eran puestos de nuevo en su lugar, embutidos en el cuerpo mortal del que no debían haber salido.
Bajo el razonamiento de que era la única manera de mantenerlas con vida, el Gobierno lograba una victoria simbólica: afianzaba la figura de la mujer desvalida, más desubicada que malvada, a la que había que rencarrilar y que tan presente estaba en el imaginario victoriano. La mujer como jarrón de porcelana, como útero acogedor, como ángel del hogar y guardiana de la moral. Y todo eso sin salir de casa.
El mito de la mujer angelical, oráculo y Santo Grial de la virtud colectiva, no desapareció con el sufragio femenino. Lo vimos materializarse con especial crudeza en la ola de fascismos del siglo XX, donde las intersecciones entre ideología y eugenesia exigían de las mujeres un papel reproductor tan celoso, convencido y fanático como el que se exigía a los hombres en el campo de batalla. También vimos a este ser angelical en el catálogo de novedades más vendidas del Occidente post-1945. Con el pelo cardado, los dientes relucientes y una tarta humeante en el horno, el ama de casa era el pilar de la familia nuclear, a la vez nicho de mercado de electrodomésticos y estandarte del orden anticomunista. La seguimos viendo, aunque cada vez menos, en campañas humanitarias: mujeres convertidas en imágenes del sufrimiento, herederas de La Pietà.
Es indudable que los movimientos feministas, en diálogo con otras luchas sociales, han desmontado en gran medida la hegemonía de esta feminidad. Sin embargo, su espectro —o ángel— sigue rondado nuestros marcos políticos y mentales. En un presente de moralismos disfrazados, donde a izquierda y derecha triunfa la dicotomía entre buenos y malos, entre virtuosos y despreciables, donde las muertes de migrantes tratando de llegar a costas europeas desvelan una frontera despiadada entre las vidas dignas y las vidas sin importancia, y donde hasta en el feminismo hay disputas acerca de qué cuerpos son correctos y qué cuerpos no, parece que cada vez es mayor la necesidad de entronar mesías y de aupar vírgenes. No me refiero a la personificación de Isabel Díaz Ayuso como la Virgen María (Ayuso, como Trump, tiene más de profeta que de plañidera), sino a la búsqueda de iconos a los que rezar y pedir perdón.
Pedro Sánchez compareció el viernes ante 70 dirigentes feministas del PSOE para pedir disculpas por haber depositado su confianza en unos hombres que no amaban a las mujeres —como en la novela de Stieg Larsson, se juntan corrupción y misoginia—, en referencia a las conversaciones grabadas entre José Luis Ábalos y Koldo García en abril de 2019, donde discuten con la indolencia de quien no sabe si le apetece más comer tortilla o pasta a la carbonara sobre a qué prostitutas llamar para el sábado próximo. “Roto de dolor” por las “conversaciones vergonzosas”, el presidente reafirmó su voluntad de abolir la prostitución y habló sobre la posibilidad de dimitir. Si lo ha descartado, dijo, es porque le parece una falta de responsabilidad.
La comparecencia es un gesto de reconocimiento a los valores feministas del partido, de acuerdo, pero también tiene algo de peregrinaje redentor. O quizá es la forma en que se ha contado. Este mismo diario empieza la cobertura del acto con un párrafo sobre el desmejorado aspecto del presidente, o, mejor dicho, sobre la impresión que algunas de las asistentes se llevaron al notar esta desmejora: “lo vieron muy abatido, muy delgado”, y la termina subrayando que, tras sincerarse con ellas como probablemente no lo había hecho hasta ahora con nadie —ya se sabe, nada como el tierno regazo femenino—, Sánchez recibió finalmente el apoyo de las dirigentes.
La satisfacción de ver que, ante una crisis de Gobierno de esta magnitud, el feminismo es tratado como una prioridad —y las voces de las políticas, como la condición esencial para trazar un marco de respuesta—, queda empañada por la sospecha de una vieja y conocida visión. Las mujeres como encarnaciones de la moral. Delgado y abatido, Sánchez podría ser el hijo, nieto, marido que llega a casa después de una jornada larga, listo para dejarse cuidar. El ángel del hogar lo recibe, apresurándose a hacerle un hueco en la mesa, en el sillón. O también podría tratarse del guerrero que recibe el beneplácito divino, una expiación de la culpa, purificación del espíritu: se postra ante el icono y se ofrece en devoción. Cuidado, los iconos solo parecen poderosos, el poder reside en los creyentes que actúan llenándose la boca con su nombre.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.