Irán, ahora qué
Como si no hubiésemos aprendido nada del pasado, se ha abandonado la vía de la diplomacia y la negociación en beneficio de la militar


“Sabemos cómo y cuándo comienzan las guerras, pero no sabemos cuándo se terminarán”, escribió el cardenal Richelieu al rey Luis XIII en medio de la Guerra de los Treinta Años. Esto deberían tenerlo grabado a fuego quienes se embarcan en una aventura militar como la lanzada en Irán. La Administración estadounidense ha decidido entrar en la guerra entre Irán e Israel con un ataque preventivo en violación del derecho internacional, puesto que no existía riesgo inminente de ataque iraní, como así lo reconoce la propia CIA. La situación actual parece rimar con la invasión de Irak ordenada por el presidente Bush en 2003 que acabó arrastrando a Europa, incluida a España, a un conflicto que devastó el país, desestabilizó la región y abrió la puerta a grupos extremistas como el Estado Islámico.
Irán, debilitado por la presión externa y por la creciente oposición interna al régimen, ha atacado de manera simbólica una base militar en Qatar, Israel ha respondido, tras lo cual ambos se han avenido a una tregua. La batalla de los 12 días parece haber terminado. La guerra contra el acceso de Irán al arma nuclear continúa.
Porque pese a la detonación de bombas antibúnker de enorme potencia, no parece que se haya destruido la capacidad nuclear iraní, ni siquiera que se haya dañado en lo esencial, habiendo únicamente retrasado unos meses su avance, según la inteligencia estadounidense. Irán tiene ahora un gran incentivo para hacer en el corto plazo lo que no ha sido capaz de alcanzar en dos décadas. En un contexto de brutalización del mundo, el mensaje es muy claro: solo el arma nuclear sirve de verdadera disuasión. Es el fin del régimen de no proliferación nuclear. Es el inicio de una nueva carrera armamentística nuclear.
Por otra parte, la Cúpula de Hierro de Israel no lo era tanto. Israel ha sufrido destrucción, más que en el pasado. Y a pesar de los gritos de victoria, el país no fue capaz de obtener una ventaja decisiva en el campo de batalla.
Como si no hubiésemos aprendido nada del pasado, se ha abandonado la vía de la diplomacia y la negociación en beneficio de la militar, donde se mezclan los objetivos de contener el avance nuclear iraní con el deseo claramente expresado por Israel de cambio de régimen en Teherán, que nos recuerda mucho a lo ocurrido en Afganistán o Libia.
Europa no debe permanecer pasiva. No puede renunciar a su papel histórico en este conflicto. No olvidemos que los acuerdos nucleares precedentes —hasta que el presidente Trump los desmanteló en su primer mandato— fueron posibles, en gran medida, gracias al papel de mediador de la Unión Europea y en particular de su Alto Representante, implicados desde el año 2000 para evitar el acceso de Irán al arma nuclear. En este grave contexto, Europa debería trabajar en una triple dirección.
En primer lugar, aunque lleve tiempo que Irán acepte sentarse a negociar directamente con Estados Unidos, se deben mantener abiertos espacios para el diálogo con Teherán. Es prioritario generar confianza, para lo cual es importante que Irán siga permitiendo el acceso de inspectores de la Agencia Internacional de la Energía Atómica a las instalaciones nucleares como modo de generar confianza. Europa podría convocar en breve una reunión con Irán en formato E3 (ministros de Exteriores de Alemania, Francia y Reino Unido y la Alta Representante de la Unión Europea) junto con países del Golfo y Turquía. Fue un error dejar la negociación sobre Irán únicamente en manos de Estados Unidos. Aprendamos la lección e invirtamos esfuerzos políticos en Oriente Próximo.
En segundo lugar, ahora que tan de moda está acusar a la Unión Europea de ser ingenua, propongamos soluciones realistas. No hay una solución militar a este conflicto. El programa nuclear iraní ha avanzado demasiado como para ser irrevocablemente destruido. Además, Irán nunca aceptará una capitulación. Si las demandas son maximalistas, el país redoblará esfuerzos para dotarse de capacidades nucleares, con el apoyo de sus aliados. Pero sí podemos proponer un mecanismo de monitoreo y transparencia reforzado, así como una reducción de la capacidad de enriquecimiento de uranio, quizás en el marco de un consorcio regional del que Estados Unidos podría formar parte.
En tercer lugar, está claro que la hegemonía de un país en la región es hoy por hoy una ilusión. Europa debe apoyar una arquitectura regional que estabilice Oriente Próximo cubriendo la cuestión nuclear, las rutas de navegación, las milicias paragubernamentales y otras fuentes de tensión en la región que no puede permitirse otra espiral de conflicto.
Irán con armas nucleares no es una opción, pero Estados Unidos debería también haber aprendido ya la lección sobre la inefectividad de la vía militar. Parafraseando a Hannah Arendt, estaríamos asistiendo a la banalidad de la arrogancia: la arrogancia de una política exterior trumpiana, visceral y poco reflexiva, con consecuencias devastadoras a nivel mundial. Ahora, más que nunca, es momento de apostar por la vía diplomática, de la mano de una comunidad internacional tan denostada como necesaria.
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