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Columna
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El año de la terapia sintética

Aterra pensar que hay millones de personas lidiando con las complejidades de un trauma sin más guía que una inteligencia artificial

Buscador de la máquina de realidad virtual ChatGPT.
Marta Peirano

El trauma no es la memoria de un acontecimiento terrible que no hemos superado. Ese es un concepto erróneo, como pensar que estar deprimido es lo mismo que estar triste, o que los celos son un exceso y no un defecto de amor. El trauma es la memoria de un acontecimiento incomprensible que no ha sido procesado adecuadamente porque, en el momento en el que ocurre, no lo hemos entendido bien. Es un recuerdo mal etiquetado, un archivo almacenado incorrectamente que, cuando ejecutamos cualquier programa que lo utilice, produce un error. Sigmund Freud lo llamaba “compulsión de repetición”, pero es también un agujero de gusano que conecta dos puntos del espacio-tiempo, porque respondemos a situaciones actuales reviviendo el trauma original. Es básicamente un error en el código o, como se dice en la industria, un bug.

Por qué almacenamos mal un recuerdo. La mayor parte de las veces es porque vivimos una experiencia abrumadora cuando somos demasiado pequeños para darle sentido, y el adulto que tendría que ayudarnos a hacerlo no cumple su función. Porque es inmaduro, o irresponsable, o piensa que los niños no se enteran de las cosas y nos deja a solas procesando cosas —una muerte, una depresión, un divorcio— que superan nuestro limitado vocabulario infantil. Otras veces es porque el acontecimiento incomprensible es una injusticia, una violencia verbal, emocional o física, y el adulto responsable es el perpetrador. Entonces el niño recibe una interpretación falsa o distorsionada, diseñada para proteger al adulto y responsabilizar a la víctima. El mundo deja de tener sentido. Aquí empieza el error.

El evento se almacena en el archivo de las cosas que hace mal el niño. El maltrato se almacena en la carpeta del amor. Ambas son interpretaciones falsas que, una vez registradas, generan errores de coherencia interna que se manifiestan con paradojas recurrentes. Típicamente, sentirse responsable de los errores que cometen otros, o buscar el amor en las únicas personas que no lo pueden dar. Con el tiempo, la recurrencia del error lo normaliza y lo blanquea. Cada vez que se ejecuta, el trauma se afianza; no solo para nosotros, sino también para los demás. Asumir la responsabilidad de la oficina te convierte rápidamente en cabeza de turco. Todo es culpa tuya porque todo lo intentas arreglar. Si te enamoras de suficientes maltratadores, la adicta al drama eres tú. Cómo puedes tropezar una y otra vez con la misma piedra sin que sea culpa tuya.

Pero tropiezas, porque el archivo mal etiquetado es de solo lectura. Por eso es un trauma y no un capricho, y por eso la compulsión de repetición. Es como un clavo que se levanta en el piso, y va enganchando jirones de la ropa, las alfombras, pelos y calcetines. Con el tiempo, acaba formando una bola tan grande que el resto de la casa se reconfigura a su alrededor. Verlo no significa saber cómo quitarlo. La bola de jirones no deja ver el clavo, ni por dónde tirar. Para modificar el código, hay que ir sacando archivo por archivo. Parafraseando a Wilfrid Sellars, entender cómo encajan las cosas en el sentido más amplio posible del término, sin generar nuevos errores a continuación. Me aterra pensar que millones de personas emprenden ahora mismo ese delicado proceso sin más guía que ChatGPT, en un milenio plagado de acontecimientos traumáticos, interpretado por líderes inmaduros, irresponsables y narcisistas que trafican con desinformación.

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Sobre la firma

Marta Peirano
Escritora e investigadora especializada en tecnología y poder. Es analista de EL PAÍS y RNE. Sus libros más recientes son 'El enemigo conoce el sistema. Manipulación de ideas, personas e influencias después de la economía de la atención' y 'Contra el futuro. Resistencia ciudadana frente al feudalismo climático'.
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