La verdad se nos olvida
Al primer amor se concurre con la piel nueva y con palabras a estreno. Por eso se derrochan tantos bienes que luego resultan ser finitos

Cuatro horas llevan. Él debe tener unos 17. Ella 15, calculo. Casi no han cambiado de postura y les basta un banco a la sombra, en un extremo discreto del parque. El instante que están viviendo dura poco. Muy poco. Apenas dos o tres años en los que la vida negocia su madurez por etapas. Primero crece el cuerpo. Después se hace adulta la palabra y luego todo lo demás. Ellos no lo saben y creen que todo durará para siempre. Se conforman con mirarse y con debutar en un terreno desconocido que es orgánica y espiritualmente irresistible. Nadie puede distinguir si se quieren de verdad o si están ensayando que se quieren. Pero en el fondo da igual, porque la realidad, cuando es tan superlativa, adquiere límites difusos.
Al primer amor, valga la redundancia, se concurre con la piel nueva y con palabras a estreno. Por eso se derrochan tantos bienes que luego resultan ser finitos. Las promesas, las caricias, los diminutivos o el lenguaje privado: todo sin medida. Es una enorme fortuna poder amar y ser correspondido a esos años porque a esa edad uno siente el amor como un patrimonio único e irrepetido. Antes de la vida adulta uno ama no solo pensando que ya nunca podrá querer igual, sino creyendo que nadie ha querido tanto en toda la historia de la humanidad. Lo malo es que sentimos que nuestro dolor es igualmente excepcional cuando nos dejan.
Estos dos chicos ni siquiera lo sospechan, pero es posible que su puesto en ese mismo banco lo hayan ocupado otros chavales hace mucho tiempo. Pero ahora les toca a ellos y consagran su tiempo a vivir y a medir lo que les pasa. Incluso etimológicamente, la pasión es pasiva y es por ello ingobernable. Da envidia mirarlos. Pero también da vértigo porque, aunque no lo intuyan, lo tienen todo en contra.
La tiranía estadística debería advertirles que muy probablemente lo que están viviendo se termine. No es improbable que él acabe traicionándola. O tal vez sea ella quien reconozca la misma atracción, acaso más potente, en los brazos de otro chico. Se cuidarán, se descubrirán y compartirán planes que con los meses se harán pedazos. Con que no se hagan un daño irreversible, esta experiencia habrá valido la pena.
Todos hemos pasado por ahí y quienes nos descubrimos mirándolos compartimos un cierto gesto de condescendencia. Les envidiamos, aunque también sabemos que están al borde del precipicio. Pero a lo mejor los que tienen razón son ellos. Solo que con el paso del tiempo envejecemos, nos hacemos peores y la verdad se nos olvida.
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