Este abismo de desconexión
La globalización del miedo hace que miremos hacia otro lado anestesiados ante la tragedia de la guerra. Es lo que pasa en Irán


“Cunde la idea de la democracia más como una causa que como una consecuencia”, decía Manuel Vázquez Montalbán en un contexto no tan distinto del actual. Y añadía: “No es una formulación inocente”. El combativo sabio del Raval no se asombraría hoy ante el miedo reinante, ese temor al futuro que parece alimentado por un sistema político que se niega a ofrecer respuestas, solo preguntas y, desde luego, mucha, demasiada retórica. Leo en Le Monde una expresión que describe esta inquietud creciente: ansiedad política. Al igual que aquella “ecoansiedad” que describía la angustia ante el cambio climático, nos enfrentamos a una nueva forma de ansiedad ligada a la política, a la gobernanza, a la creciente alienación de un sistema y un relato que se muestran cada vez más distantes y ajenos a nuestras vidas. Resuena en la sensación de amenaza constante, en la impotencia que sentimos cuando las decisiones de los políticos no solo están fuera de nuestro control, sino desalineadas con nuestra realidad cotidiana. Ocurre cuando la política, en lugar de ofrecer soluciones, alimenta nuestras preocupaciones con promesas vacías, polarización extrema, crisis perpetuas.
La tentación de dar la espalda a las noticias y desconectarse del ruido es cada vez más fuerte, pero es un alejamiento peligroso. Al abandonar el diálogo y la participación activa perdemos la capacidad de influir en las decisiones que nos afectan y también la esencia misma de la promesa democrática: la posibilidad de ser escuchados y construir un futuro común. En este contexto de desafección y desconcierto, la comunidad internacional mantiene su vergonzoso silencio ante situaciones extremas. El ataque a Irán, como ocurrió con Irak, es una ofensiva inmoral e ilegal cuya sola justificación es la política de la fuerza, la lascivia guerrera del humo y el fuego. Pero no hay movilizaciones masivas o protestas en las calles, no se oye el clamor por la justicia y el fin de la masacre palestina, de las guerras unilaterales. Tampoco se oyó con Ucrania. El desencanto, la fatiga y la desconfianza en las instituciones democráticas parecen haberse apoderado de la protesta cívica. Lo que antes hubiera sido un punto de inflexión es hoy un hecho invisible para la mayoría. La globalización del miedo hace que miremos hacia otro lado o tal vez estemos anestesiados, inmunes a la urgencia de la tragedia, a la “obscenidad de lo real”. Vázquez Montalbán, de nuevo.
La declaración sobre Irán de la Alta Representante para la Política Exterior de la UE, Kaja Kallas, muestra una Europa que ya no es faro de derechos y justicia internacional sino cómplice de guerras ilegales y genocidios televisados en directo, cínica súbdita de la política de “fuerza” de EE UU e Israel. El acento en el “derecho a protegerse de Israel” no solo rompe la credibilidad de Europa como defensora de la paz: expone la profunda crisis que atraviesa la democracia internacional. Pedir “la vuelta a la diplomacia” sin denunciar los actos israelíes solo puede interpretarse como un apoyo tácito a sus acciones. La desconexión entre relato y realidad es demasiado brutal, pero debemos utilizar aquello que sí tenemos aún: nuestras voces, nuestros votos, nuestra capacidad de movilización cívica y humana. Porque las fuerzas infames que ganan terreno en Europa se alimentan de nuestra frustración y nuestro miedo, y no necesitan mucho más que unas élites ensimismadas e incapaces para reconocer y hacer estallar en mil pedazos este abismo de desconexión.
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