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El debate | ¿Tiene sentido resucitar especies extintas?

En las últimas dos décadas, varios tipos de animales desaparecidos han ‘resucitado’ gracias a la biotecnología, aunque siempre serán híbridos. El conocimiento científico para hacerlo existe; lo que está en cuestión es si merece la pena

Lobos gigantes

Colossal Biosciences, una potente firma biotecnológica estadounidense, anunció recientemente lo que presentó como la desextinción del lobo gigante, una especie desaparecida hace más de 10.000 años. Como en otros debates científicos, chocan la posibilidad técnica de un avance y el sentido de seguir adelante con él.

La escritora Sabina Urraca dice emocionarse con estas investigaciones como amante de la fabulación, pero las rechaza éticamente en un mundo hiperpoblado. Carles Lalueza-Fox, director del Museo de Ciencias Naturales de Barcelona e investigador del Instituto de Biología Evolutiva de Barcelona (CSIC-Universitat Pompeu Fabra), defiende que el conocimiento generado en la vanguardia científica siempre tiene aplicaciones en otros campos.


El acto caprichoso de un cerebro mimado

Sabina Urraca

Vivo en una contradicción respecto a los experimentos desextincionistas que se disecciona muy fácil. Las aspiraciones fantasiosas de mi mente chocan de frente con mi posición ética. Me explico: me exalta la posibilidad de poder ver a un tilacino, un animal extinto en 1936, volviendo a la vida. Sigo semanalmente las publicaciones científicas al respecto. Me inmiscuyo en foros de gente que asegura haber visto al famoso lobo marsupial en los bosques de Tasmania, e incluso aporta fotos borrosas. Absorbo estas imágenes embargada por la misma emoción con la que vislumbro, en otras imágenes también borrosas, la grupa del monstruo del lago Ness o el rostro de mi abuelo, al que casi no llegué a conocer: vibra en ellas la fantasmagoría ilusionante de asomarse a un abismo, saludar desde lejos.

Como escritora de ficción y amante de la fabulación, estoy a favor de las investigaciones que se dirigen hacia la desextinción de animales desaparecidos. Cómo no emocionarme ante tal salto de fe. Pero como habitante de este mundo absurdo, hiperpoblado, como parte de esta especie destructiva que somos, estoy éticamente en contra de la desextinción. ¿Por qué ocuparse en revivir al bucardo aragonés, al lobo gigante o al mamut cuando en mi propio edificio hay unos niños que pasan horas solos porque sus padres trabajan de sol a sol, y en la comunidad de vecinos se habla de la posibilidad de dar parte a los servicios sociales, con el peligro que ello implica? Las luchas científicas por la desextinción (de las que, también está bien decirlo, sólo me llega el eco de lo grandioso y vistoso; ignoro si en algún lugar alguien investiga la recuperación de un alga prodigiosa que pueda, por ejemplo, limpiar la basura que vertemos al mar) me resuenan a acto humano caprichoso. Como romper la habitación a machetazos y luego contratar a un decorador carísimo para que la deje exactamente igual que antes. Huelga decir, además, que algunos de estos logros desextincionistas, como el del lobo gigante, son recuperaciones meramente estéticas: cuando la empresa Colossal Biosciences, responsable de “la desextinción” del lobo gigante, desaparecido hace 12.500 años, dice que ha traído de nuevo a la vida a la especie no se atiene del todo a la verdad. Lo que han hecho en realidad ha sido diseñar genéticamente a un pariente del auténtico lobo gigante, de modo que presente características similares a las de este. Es decir, se trata de una ilusión estética, no una verdadera recuperación. Y todo lo que ha rodeado su descubrimiento lanza un tufillo que conjuga lo peor de cada casa: la grandiosidad capitalista del parque temático, la machirulez de engrandecer los logros, la visión del mundo como patio de juegos de millonarios que, una vez más que cubiertas las necesidades básicas, se entregan a gestas horteras, al más-caro-y-espectacular-todavía.

Cuando escucho en las reuniones de la comunidad acerca de esos niños vecinos, cuando voy a mi centro de salud y veo a ancianos esperando durante horas, siendo mal atendidos por médicos sobrepasados, cuando en mi isla, Tenerife, se veta el baño en el mar porque está lleno de aguas fecales, el tilacino revivido pasa a ser una ocupación de una mente del primerísimo primer mundo, de un cerebro mimado que no sabe ya con qué nueva fantasía entretenerse. Y así es como sigo cualquier avance al respecto: con la misma atención con la que permanezco atenta a un cuento, a una serie, a una novela que disfruto como ficción, pero que espero que nunca se haga realidad. Me emociona mucho más el universo absurdo, directamente delirante a veces, de los foros de “cazadores” de imágenes movidas, confusas, de bestias con un parecido lejano al tilacino o al guará. Incluso del bigfoot. Es decir, el territorio que roza con la magia y la fe y que nunca encontrará una prueba verdadera. En esa búsqueda, cero científica, absolutamente poética, es donde pongo yo el ojo. Uno de mis libros preferidos, Hay un monstruo en el lago, de Laura Fernández, lo explica mejor que yo: “Hay un monstruo en el lago. / Lo estamos imaginando. / Llevamos imaginándolo mucho, mucho tiempo”.

Ojalá lo dejáramos ahí, en la superficie de un lago que se ondula levemente, en la fe en algo que siempre está a punto de aparecer. Pero que nunca aparece.


Para salvar el planeta, hay que rediseñarlo

Carles Lalueza-Fox

Como en cualquier debate, debemos ponernos de acuerdo en la definición de las cosas, y aquí emerge la primera dificultad. Se dice que la desextinción pretende traer de vuelta a la vida especies extinguidas, pero esto no es posible en un sentido literal y nunca ha sido su objetivo. Lo que se pretende es modificar genéticamente una especie emparentada con la extinguida para recrearla de la forma más semejante posible. Por tanto, la desextinción no es la restauración de lo antiguo sino la creación de algo nuevo. En el caso de los mamuts, estaríamos creando mamufantes, elefantes asiáticos modificados con genes de mamut. Cuántos cambios genéticos harían falta para que este organismo se pareciera más a un mamut que a un elefante sería otro debate (se estima que mamuts y elefantes difieren en 1.642 genes), pero estamos muy lejos de disponer de técnicas de edición génica que vayan más allá de un par de docenas de cambios.

El propósito subyacente de la desextinción es doble: contribuir a la restauración ecológica y poner a punto técnicas de frontera, especialmente de edición génica, que puedan aplicarse también en conservación. Por desgracia, los objetivos reales han sido pobremente explicados por empresas como Colossal, que recientemente ha publicitado, de forma falsa, la desextinción de los “lobos gigantes”.

La desaparición de múltiples especies en los últimos miles de años por la acción de los humanos ha alterado el equilibrio de numerosos ecosistemas. La desaparición de los mamuts del norte de Eurasia convirtió la “estepa mamútica”, compuesta por praderas de hierba alta, en el paisaje improductivo y congelado de la Siberia actual. Con el aumento de temperaturas, los científicos estiman que este paisaje podría liberar en los próximos años más de 2.000 gigatoneladas de metano a la atmosfera, exacerbando los efectos del cambio climático. Algunos científicos proponen que liberar mamufantes podría revertir los cambios en el paisaje siberiano, pero sería más efectivo con grandes rebaños de caballos y bisontes. Otros casos podrían ser más realistas: la desaparición de la mariposa xerces azul en 1941 de las dunas al sur de San Francisco, que se debió a la urbanización de su restringido hábitat, conllevó problemas para las dos plantas endémicas a las que polinizaba. Existe ahora un proyecto para reconstruir este hábitat en el Parque del Presidio de San Francisco, pero los ecólogos necesitan introducir alguna mariposa que haga el rol de la xerces azul.

Otra derivada de las técnicas de desextinción es que pueden aplicarse en conservación. Consideremos el lince ibérico. Debido al cuello de botella demográfico que sufrió esta especie, acumuló numerosas mutaciones deletéreas que constituyen un hándicap añadido a su viabilidad. No importa que esté aumentando su población; esta huella genética seguirá siendo un problema. Una posibilidad sería buscar la diversidad genética perdida hace centenares de años, cuando no estaba en peligro, e introducir cambios genéticos del pasado que lo hicieran más resiliente para el futuro.

Es más fácil conseguir financiación para romper las barreras del conocimiento que para proyectos tradicionales, pero el conocimiento generado en la vanguardia siempre tiene aplicaciones en otros campos. Decir que con los fondos destinados a la desextinción se podría evitar la extinción de nuevas especies es una argumentación falaz. Estos fondos no se extraen de recursos de conservación, ni de parques nacionales; simplemente, no están conectados.

Algunas personas consideran que con la desextinción los científicos quieren jugar a ser dioses. No me parece un argumento válido. Los seres humanos llevan miles de años transformando los ecosistemas, incluyendo el clima planetario. El ambiente actual es el producto de la intervención humana del pasado. Y los científicos llevan más de cien años transformando la sociedad con la medicina, y no por esto se consideraron dioses. La desextinción es sin duda controvertida, pero quizás es el momento de pensar que, si queremos salvar el planeta, tendremos que rediseñarlo.

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