La incógnita por resolver
No sabemos si la lealtad mal entendida se impuso al sano criterio de rodearse de los mejores para la tarea política


Los partidos políticos tienen un problema ontológico que resulta irresoluble. Lo que para ciertos líderes es una misión personal y trascendente, es, para alguno de sus soldados, tan solo una ocasión de medrar y ganarse la pensión. Es algo así como un equipo ciclista donde uno quisiera ganar la etapa mientras sus compañeros de rodada aprovecharan la ruta para robar comercios y levantarle las faldas a las que pillan de paso. Las elecciones primarias dentro de los partidos fueron un invento democratizador que ha culminado en fracaso. No es lógico que una disputa por el liderazgo interno ofrezca siempre una conclusión malsana, la de un partido dividido —en el mejor de los casos— en dos mitades irreconciliables. De procesos de primarias han surgido escisiones, dimisiones, abandonos de la política, traiciones y muy pocas veces transparencia y cordialidad. Quizá los procesos selectivos todo lo envenenan, quién sabe. Hace unos años elogiamos en este mismo espacio la valentía de Pablo Casado al llegar al liderato de su partido conservador, cuando anunció que pondría a la venta la sede nacional porque su reforma había sido pagada con dinero robado a los contribuyentes. Unos cuantos telediarios después, la promesa regenerativa ya no era imprescindible para remontar en las encuestas y su liderato descarrilaría por rencillas internas sucias y aún sin aclarar.
Ahora le ha tocado el turno a la corrupción desvelada y grabada entre dos altos cargos del partido socialista. Ambos eran hombres de confianza del presidente Sánchez desde los tiempos en que hubo de ganar el proceso de primarias internas contra todo pronóstico. Muchos de los apoyos que recabó procedían de marginados y apartados representantes territoriales que lograron a su lado la proeza de vencer. Nadie sabe a estas alturas si la lealtad mal entendida se impuso al sano criterio de rodearse de los mejores para la tarea política. Ya bastante complicado es llevar las riendas de un país como para hacerlo con el lastre de pelotas, oportunistas y trincones. Volvemos a la metáfora ciclista; ya bastante difícil es ganar la etapa como para hacerlo sin compañeros que contribuyan con los relevos precisos y esforzados. Pese a todos los palos que propios y ajenos han puesto en las ruedas del gobierno de coalición que ha presidido Sánchez, no está de más señalar la alta calidad de prestaciones de un independiente como Carlos Cuerpo en Economía o de una representante de otro partido como Yolanda Díaz en Trabajo. Eso es una pequeña muestra de lo que los ciudadanos no aquejados del todo por el sectarismo creciente y el espíritu crítico menguante están esperando. No es pedir demasiado, es pedir lo que hay que pedir.
Nos encontramos ante una incógnita desasosegante. Si los corruptos del partido guardan grabaciones y elementos de extorsión para manchar a más figuras señaladas cercanas al presidente Sánchez, entonces convendría ir plegando velas y marcando el camino para unas elecciones rápidas, dolorosas pero higiénicas. Si, por el contrario, la confianza en la propia honestidad es sólida y no está basada en la bendita y boba esperanza de que lo feo no salga a la luz, entonces se requiere de cirugía urgente y una cura profunda que al menos permita llegar a las siguientes elecciones con una tarea defendible de gobierno y una candidatura fresca, renovada y ajena a las hipotecas y las enemistades que las dichosas primarias trajeron consigo.
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