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Columna
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La última en enterarse

Si usted, desocupado lector, creía que se trataba de otro más de los acosos mediático-judiciales que ahogan al Gobierno, o bien era ‘usté’ la tonta de la copla, o bien se hizo la loca (el loco) para mantener al sanchismo en el poder

Sánchez, Cerdán y Ábalos, en una reunión del Comité Federal del PSOE en febrero de 2020.
Elvira Lindo

“Ni mereces mi castigo / porque hablando tú conmigo / te equivoques y me sueltes / otro nombre de mujer. / Son cosillas pasajeras / que si yo me las creyera / mereciera hasta la muerte / por dudar de tu querer”. Esta antigua zambra, Tú eres mi marío, retrataba, tal vez sin pretenderlo, el drama de las mujeres engañadas que no quieren ver lo que a la vista está de cualquiera, las correrías de un marido golfo. La gran Martirio tiró en los años ochenta de guasa y reinterpretó el drama convirtiéndolo en la coplilla de una mujer, que, aun dándose con los cuernos al entrar por la puerta, prefiere agacharse un poquito y no perturbar la paz del hogar. La comedia es tragedia más tiempo, como reza la frase atribuida a Mark Twain, entre otros. Sin duda, en el pasado era un drama que una esposa tuviera que hacerse la tonta por no tener manera de librarse de quien la humillaba. El cuento ha cambiado: o bien a la cornuda le falta perspicacia o bien no quiere perder estatus y traga con todo.

Como suele pasar en España, esa España que ora y embiste, cuando se digna usar la cabeza, si usted, desocupado lector, no había sospechado que Santos Cerdán, el mismo que negociaba en Waterloo, el hombro sobre el que se apoyaba un presidente anteriormente engañado, el discreto hombre frugal que contrastaba con el incontenible Ábalos, si usted, iluso, creía que se trataba de otro más de los acosos mediático-judiciales que ahogan al Gobierno, una de dos, o bien era usté la tonta de la copla, o bien se hizo la loca (el loco) para mantener al sanchismo en el poder. En ningún caso se le permitirá, desconcertado votante, un atisbo de inocencia porque, de un tiempo a esta parte, si se odia a Sánchez, aún más se odia a quien lo mantiene en La Moncloa. Esa furia es la que se aprecia en la calle en una parte de la ciudadanía, que se cree en el derecho de hablar más alto y bronco de lo normal, la ira callejera alimentada por las gracietas acusadoras de la IA y las performances burlescas en el Congreso. Estamos en el momento en el que señalar la corrupción ajena te exime de tus propios pecados.

Pero la pregunta fundamental es esta: ¿se puede ignorar que aquel con quien compartes vida y poder está jugándotela? Para la derecha está claro que Sánchez se hizo el loco o participó; para quienes necesitan pruebas que evidencien una complicidad con este trío chusco no basta con la sospecha. Reconozco que a Ábalos creí verle desde el principio el aura del palillo de dientes en la comisura del labio, pero obedezco a una voluntad moralista de no fiarme de las apariencias; en el fantasmal Koldo era imposible reparar, y respecto a Cerdán, es este, sin duda, el personaje más misterioso de la trama. El hecho de que haya escenificado tan pulcramente el papel de hombre honrado y ajeno a los delitos de sus colegas le convierte en uno de esos embusteros patológicos, perteneciente a la raza de aquellos que acaban por creerse su mentira. Pero los dos sabuesos, Ábalos y Cerdán, no contaban con la astucia del leal Koldo, que desde un principio rumiaba una idea: si me cazan, me llevo a estos dos por delante. Parece mentira que esto siga dándose en un país cuyos gobiernos, todos, han estado marcados por la corrupción. Esa es nuestra condena de país rancio, cuna de pícaros. Parece que haber visto a otros en el banquillo no amedrentara al sinvergüenza.

La cuestión es que si el presidente no sabía, era su deber intuirlo, debería haberse olido que el gusto por el derroche era un indicio, que las formas siempre son un indicio, que de alguna manera se ha de sentir el tufo de los puteros. Si se considera delito morder dinero público en un Gobierno que se dice social, es del todo aberrante que quien asume pertenecer a un Gobierno feminista se vaya de putas. Elegir a los colaboradores como meros instrumentos para llegar o conservar el poder puede hacer que se olvide lo esencial: hay que creer en la ética que se predica.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.
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