El caso de Portugal importa
El populismo ultra no va a resolver los males que enumera. Pero tiene fuerza para imponerse por un poder externo al sistema: el que la cultura digital ofrece como una daga universal


El intervalo absoluto que separa la sombra de la luz nos permite ver. El intervalo irreductible que separa el mal del bien permite que haya valores en el mundo. (Eduardo Lourenço)
1. La agitación en la que se ha visto inmersa la sociedad portuguesa en estos tiempos puede analizarse desde los diversos campos de las ciencias sociales y humanas y sus alrededores, pero para quienes prefieren abordar el tema no desde el análisis sino desde la premonición, la voz de las artes se convierte en el elemento fundamental de referencia. Modestamente, el campo en el que me muevo para comprender nuestras particulares derivas es el de la literatura, que generalmente percibe lo que la historia acaba confirmando después. De forma simbólica, los portugueses tienen al poeta Camões como patrón de su día festivo nacional. Sin embargo, el pasado 10 de junio, mientras se celebraba el Día de Camões, un actor que interpretaba al poeta en una función en Lisboa fue atacado con extrema violencia por un grupo de inspiración nazi a la entrada del teatro. Y esa fue solo la parte más visible de los disturbios irracionales que se produjeron ese día.
2. Nada destacable en comparación con lo que ocurre en otras partes del mundo. Pero eso es precisamente lo que hace interesante el caso portugués. Porque durante décadas se creyó que lo que podía suceder en otras sociedades no sucedería en la nuestra. El caso portugués puede resumirse en dos o tres párrafos: tras el turbulento período de la Primera República, a principios del siglo XX, en el que la violencia destruyó el sueño que gravitaba en torno a un ideal democrático, el dictador Salazar logró la proeza de domeñar a los portugueses. En un momento dado de su larguísimo mandato, él mismo acabaría acuñando la expresión “sociedad de suaves costumbres”, una expresión que se popularizó entre nosotros como forma de autoelogio. Portugueses pobres, sensatos y amables. El fado de Amália Rodrigues titulado Cantiga da Boa Gente elogia este vínculo entre la pobreza y la felicidad. Con todo, al cabo de 48 años, este falso destino llegaría a su fin con la Revolución de los Claveles de 1974, y se establecería una democracia liberal.
El carácter original de una revolución sin derramamiento de sangre reforzó la imagen de los portugueses como un pueblo pacífico. Todavía en 2012, durante una protesta en las calles de Lisboa, las imágenes de la multitud protestando con flores en las manos y cantando dieron la vuelta al mundo. La imagen de una joven que besa a un policía que estaba de pie, defendiendo el orden, tuvo una amplia circulación. Los titulares de la prensa extranjera se preguntaban: “¿Quién es ese pueblo que protesta cantando y esgrimiendo flores y no pancartas?“. Así era. Mientras las costuras de las democracias liberales empezaban a rasgarse, Portugal se presentaba como un caso de estudio. El Partido do Centro Democrático Social, conservador de inspiración cristiana, era el partido más derechista del Parlamento. Se escribió, en aquel entonces, que los portugueses tenían recuerdos tan tristes de la dictadura que jamás votarían por ninguna formación que se le pareciera. Se consideraba la victoria de la memoria histórica sobre la erosión que el paso del tiempo podía llegar a crear.
3. En 2019, sin embargo, esas certezas se tambalearon. Con el paso del tiempo, Portugal pasó a tener su propia formación de extrema derecha, como en los años cuarenta, cuando los portugueses podían presumir de tener ya su dictador, como sucedía en Italia y Alemania, y dictador era una palabra que se antojaba positiva, pues controlaba los desmanes de las repúblicas liberales. Ahora, el júbilo imparable de un segmento creciente de la sociedad portuguesa también cuenta con su imparable partido nuevo. Este partido ha experimentado un ascenso meteórico: pasó de un diputado en 2019 a 12 en 2022, 50 en 2024 y 60 en 2025. Cualquier otra tosca desavenencia de los partidos democráticos, y su líder será pronto primer ministro de Portugal durante muchos años. Los demócratas portugueses deben prepararse para afrontar el arduo camino que los espera.
4. Los analistas de las ciencias sociales son muy conscientes de cómo se ha llegado a este punto: factores derivados del sistema económico global que ha impedido la instauración de sociedades más justas, el cansancio de los laxos partidos tradicionales que han tolerado maniobras tácticas de todo tipo, la corrupción de alto y bajo nivel, la fatiga de las sociedades ante sus sistemas libertarios más activos, etcétera, etcétera; elementos todos ellos ampliamente detectados. A todas estas razones, que no parecen ir acompañadas de arrepentimiento ni remordimiento por parte de sus responsables, añado una más, proveniente del ámbito de las ciencias humanas: la idea, extraída de unas declaraciones del antropólogo brasileño Roberto Da Matta, de que estamos experimentando un contraciclo global, que no tiene su origen en el ciclo.
De hecho, este contraciclo no tiene ningún proyecto para resolver lo que el ciclo democrático no ha resuelto. Carece de elementos para solucionar la injusticia social, la pobreza, la justicia en los tribunales, el equilibrio en la comunicación social o la armonización de los flujos migratorios, así como tampoco la corrupción ni la violencia, que critica, pero que practica activamente a la vista de todos. En otras palabras, no ha venido a resolver los males que enumera. Pero tiene la fuerza para imponerse porque su contraciclo proviene de un nuevo poder externo al sistema: el poder guerrero que la cultura digital ofrece como una daga universal. ¿Cómo resolverlo? ¿A qué sabios podemos convocar para hallar una cura si esta cultura promueve a quienes toman el poder por estos mismos medios? Sigo creyendo en el poder de la palabra, en el poder del diálogo cara a cara, en la voz de la verdad y en la aplicación de la justicia sin ira ni odio. Creo en ello, aunque su práctica sea difícil y desmoralizadora a veces.
5. En el caso portugués, que es muy particular, sin embargo, hay otro factor que proviene de la premonición más que de cualquier ciencia: la ficción portuguesa nos enseña que, en el último cuarto del siglo XX, resistiendo a la revolución, hubo un Portugal sumergido renuente a la transición a la democracia y que mantuvo intactos los valores totalitarios. Varios escritores de generaciones sucesivas han hablado de ese estrato de profunda resistencia al cambio. Recuerdo El delfín, de José Cardoso Pires, publicado en 1968, y su triángulo formado por las figuras del ingeniero Palma Bravo, su esposa Maria das Mercês y su sirviente negro Domingos. Releerlo confirma cómo el Portugal de la década de los veinte del siglo XXI es la resurrección del autoritarismo, del machismo, del racismo y, en resumen, de los llamados nuevos valores. Casas Pardas, de Maria Velho da Costa, publicado después de la Revolución de los Claveles en 1977, muestra cómo las mujeres de aquella época son las madres que ahora caminan por las calles alabando la misoginia de Salazar. Manual de inquisidores, de Lobo Antunes, de 1996, muestra cómo el paterfamilias, el dictador, yacía en su diván, en la oscuridad. Ahora ha despertado y camina por las calles anunciando un mundo nuevo.
Las frases que encabezan este artículo como epígrafe pertenecen a un filósofo que comprendía a la perfección la maquinaria portuguesa. Añado otro extracto del mismo libro, Heterodoxia, publicado en 1987. Escribe Eduardo Lourenço: “Qué lástima que los muertos que mataste sigan obstaculizando tus pasos como si estuvieran vivos”. Un familiar de Eduardo Lourenço me dijo que era bueno que Eduardo ya no estuviera con nosotros, para no que vea cómo su premonición se ha convertido en realidad.
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