Occidente debe castigar a Netanyahu, no a Israel
Ante el horror que está sucediendo en Gaza, Europa se ha quedado sin razones para no actuar

“Occidente está perdiendo toda su credibilidad al permitir a Israel que haga lo que quiera”. Lo ha dicho el presidente francés, Emmanuel Macron, quien parece ser consciente de que los ciudadanos europeos no entienden por qué sus gobiernos no han reaccionado de manera mucho más enérgica a la tragedia de Gaza. Parte de esa inacción es comprensible por una lógica implacable: Europa no pinta nada en Israel. Allí no es vista como un interlocutor importante. También es explicable por la habitual división europea en cuestiones de política exterior. En el conflicto palestino-israelí existen, al menos, cuatro bloques diferenciados: el ala más crítica, liderada por España y apoyada por Irlanda, que pide el reconocimiento inmediato del Estado Palestino y una suspensión total de la compra y suministro de armas europeas a Israel. En el punto medio, Francia (junto con Reino Unido y Canadá) quienes están criticando duramente al gobierno de Netanyahu, al tiempo que proponen reconocer de inmediato un Estado palestino si se libera a todos los rehenes y Hamas se rinde. Otro bloque, los “amigos” de Netanyahu en Europa, liderados por el húngaro Viktor Orbán, y un cuarto actor, tal vez el más importante, Alemania, para quien la seguridad de Israel es, oficialmente, una “razón de Estado”, una exigencia política indiscutible tras el Holocausto.
Sin embargo, cada vez hay más voces en Alemania que empiezan a poner en cuestión esa “razón de Estado” ante el horror que estamos presenciando a diario. El país más poderoso de los Veintisiete acaba de estrenar un gobierno de coalición con el SPD (socialdemócratas) al frente del cual está un político conservador, Friedrich Merz, que siempre se ha declarado amigo de Israel y del primer ministro Netanyahu. Sigue la línea de la democracia cristiana alemana que, en la inmediata posguerra, vio en el apoyo total a Israel y en su apoyo financiero una manera de ganar prestigio como país democrático y dispuesto a enmendar los errores del pasado. Durante la campaña electoral, Merz cometió un error. Invitó a Benjamin Netanyahu a visitarle oficialmente cuando él fuera canciller en Berlín, dejando entrever que ya se encontraría una fórmula para que este no fuera detenido a pesar de ser un perseguido del Tribunal Penal Internacional. Apenas tres meses después, Friedrich Merz cruzaba su Rubicón ideológico al afirmar que “sinceramente, ya no puedo comprender” el comportamiento del Ejército israelí. Y añadía: “Somos el país menos indicado para dar consejos sobre Israel, pero cuando se sobrepasan ciertas fronteras, cuando se vulnera el derecho internacional, entonces Alemania y su canciller deben pronunciarse”.
El 80% de los alemanes se ha declarado muy crítico con lo que estamos viendo día a día en Gaza y Cisjordania. El 60% cree que se debe dictar un embargo de armas a Israel, porque con ellas se está asesinando a civiles palestinos. El año pasado los israelíes compraron armamento germano por valor de 160 millones de euros. Pero el gobierno de Merz no ha dado aún ese paso por razones de política interna. Entre la cincuentena de rehenes que todavía están en manos de Hamás hay nueve personas con pasaporte alemán. Por otra parte, los judíos alemanes temen que el antisemitismo rampante en la República Federal aumente aún más (como ocurre en la vecina Francia) y con más actos violentos si Merz sigue siendo complaciente con las autoridades de Jerusalén.
Mientras el gobierno de coalición alemán se debate sobre qué hacer con Israel (y eso puede llevar su tiempo), los ministros de Exteriores de la Unión Europea han dado un pequeño pero significativo primer paso: considerar y reevaluar el tratado comercial Europa - Israel, que data de 1995; cosa que ya han hecho los británicos, dejándolo en suspenso. La decisión final está en manos de los jefes de Estado y de Gobierno, quienes podrían jugar la carta económica contra Israel, ya que la presión diplomática europea es ignorada por Netanyahu y sus socios y secuaces. Europa debería mandar también una señal de apoyo a la débil oposición democrática israelí, cada vez más aislada por una población de mayoría oriental, que, a pesar de 20 meses de guerra y de dolor, continúa apoyando mayoritariamente la política expansionista del gobierno, ahora también en Cisjordania, con el nihil obstat de los Estados Unidos.
Europa, en cualquier caso, no puede ni debe ser vista como un cómplice de Israel, de ese gobierno responsable de una limpieza étnica y de unos asesinatos de civiles que no quiere que se llamen genocidio. Hasta ahora han sido las sociedades civiles europeas, algunos intelectuales y asociaciones de juristas franceses y británicos quienes han puesto el grito en el cielo ante la pasividad y la omisión de nuestros políticos. Pero las dimensiones y la contumacia de la matanza exigen nuevas medidas. No se trata de castigar en su conjunto al pueblo de Israel, sino a unos gobernantes que están contribuyendo a la degradación total de la imagen de su país y de los judíos en todo el mundo.
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