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Columna
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Diez puntos para Fernando Clavijo

El presidente canario acudió a la Conferencia de Presidentes para intentar hacer política útil

El presidente del Gobierno de Canarias, Fernando Clavijo.
Jordi Amat

La inercia de nuestra política es perderse en el laberinto español de siempre porque lo más cómodo, y lo más estéril, es seguir dándose golpes contra la misma pared para no tener que pensar distinto y buscar así una mejor salida a los problemas compartidos. Lo pienso mientras escucho la constructiva comparecencia ante los medios de Fernando Clavijo tras asistir a la Conferencia de Presidentes. Parece de otro mundo. De uno mucho más civilizado, mucho menos confrontado. Como la tarde del viernes el Rey presidía en Gran Canaria un acto previo a la celebración del Día de las Fuerzas Armadas, las responsabilidades institucionales obligaron a Clavijo a marcharse rápidamente de Barcelona. Sus compañeros le cedieron el turno inicial y al cabo de unos minutos fue el primer presidente que expuso en el jardín del Palau de Pedralbes cuál era su valoración de lo discutido en una reunión cuya función federalizadora, como ha ocurrido tantas veces desde su creación, ha vuelto a mixtificarse tanto por cálculos personales como por intereses partidistas. Dijo Clavijo que el plan de vivienda presentado por el Presidente Sánchez le parecía positivo y, a la vez, repitió cuáles habían sido sus propuestas.

Y no es que tuviese motivos para creer que esta vez sí serían discutidas. En la anterior Conferencia, celebrada en Santander el 13 de diciembre del año pasado, ya podría haberse discutido la propuesta de acuerdo sobre la aplicación del principio de solidaridad territorial en la gestión de la crisis de los menores migrantes no acompañados. La primera virtud de aquel acuerdo, más allá de su contenido, era que no partía de un interés único y particular, sino que planteaba una serie de soluciones —un plan estratégico, un modelo de distribución, la cooperación con los países de origen…— elaboradas a la vez por el gobierno canario y por el vasco. Esa fecunda lógica interterritorial, en lugar de ganar apoyos, quedó interrumpida. Aunque ambos gobiernos hicieron llegar el documento al Ministro de Administración Territorial para que la circulase entre los otros presidentes en la Conferencia, al final solo se repartió cuando la reunión ya había terminado. Uno de los principales problemas humanitarios que existen en España, y que tensa la sociedad canaria desbordada por la situación, no pudo discutirse con rigor, aunque los presidentes saben que el drama solo podrá resolverse con una metódica solidaridad entre todos. “Oportunidad perdida”, dijo entonces.

El viernes Fernando Clavijo volvió a la Conferencia de Presidentes sin esperanza, pero con convencimiento. No para hacer ruido ni con estrategias de sabotaje, sino para intentar hacer política útil. O esa pareció su actitud y, ahora más que nunca, es una actitud que puntúa. En la nota de prensa oficial que difundió su gobierno, se lee que en Barcelona reclamó a sus colegas el cumplimiento del reparto de chavales según impone un Real Decreto. Lo hizo “mirándolos a los ojos”. La primera virtud de una Conferencia de esta naturaleza es que obliga a sus asistentes a escuchar conjuntamente los problemas de los demás sin intermediarios. Y aunque los gobiernos del resto de las comunidades autónomas ya saben cuál es la magnitud del reto migratorio, y por ello miran hacia otro lado, es necesario para el buen funcionamiento del Estado de las Autonomías que su homólogo canario disponga de un lugar formal donde explicarles a todos, otra vez y a la vez, que la situación que vive su comunidad es crítica y es insostenible. “Canarias se siente sola y no es positivo que nos sintamos solos en el Estado”. En esta ocasión el anfitrión, el president Illa, además de comprometerse con la acogida, apoyó la iniciativa vasca y canaria. Suma. Diez puntos para Fernando Clavijo.

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.
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