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Columna
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¡Salvad a los microbios!

La inmensa mayoría de la materia viva bulle en el mar y bajo nuestros zapatos sin que le prestemos atención

Microondas
Javier Sampedro

Los aficionados al campo, ese lugar donde los pollos se pasean crudos, como dijo el poeta, tienden a olvidar que la peste, la tuberculosis y el sida son también obra de la madre naturaleza. Y a los conservacionistas, por tanto, ni se les ocurre incluir a los microbios en su lista de especies amenazadas. Pero las bacterias y los virus llevan en la Tierra más tiempo que ningún otro ser vivo, y todos nosotros —las adelfas, los jaguares y las personas— provenimos de ellos en línea directa. Los ciclos del carbono, el nitrógeno y el oxígeno, en los que se basa la vida en el planeta, dependen por entero de los microbios. A la Tierra le da igual que desaparezca el oso panda o el ser humano, pero sin bacterias y virus esto no funcionaría en absoluto.

Un grupo de conservacionistas, no muy grande por el momento, está intentando convencer a sus colegas de que hay microbios que deben considerarse especies amenazadas. Los activistas celebran esta semana una reunión en el Instituto Oceanográfico Scripps, de la Universidad de California en San Diego, donde reivindican a los olvidados del mundo microbiano: las bacterias, arqueas, protistas, hongos unicelulares y virus que nos dan el aire que respiramos, digieren los alimentos en nuestras tripas, fabrican el pan y la cerveza, fijan el nitrógeno de nuestros cultivos y nos permiten entender la biología en sus niveles más fundamentales.

Escribe un 1 y ponle 31 ceros detrás. Ese es el número de microbios en la Tierra. Casi todos han pasado inadvertidos hasta hace poco porque no crecen en cultivo, pero ya no hace falta que lo hagan: basta sacar un cubo de agua del mar y secuenciar todo el ADN que salga de ahí. Así se descubren cada día miles de especies de bacterias y virus que hasta ahora habían pasado por debajo del radar de los microbiólogos. En esas ristras de letras genéticas a, g, t, c se esconden secretos profundos de la vida actual y su pasado remoto, ventanas de conocimiento que nunca habíamos tenido oportunidad de abrir, soplos de aire fresco para un nuevo amanecer del entendimiento.

En Cuatro Ciénagas, en el estado mexicano de Coahuila, una bacteria llamada Bacillus coahuilensis es capaz de sintetizar sulfolípidos. Explicaré esto. Cualquier bacteria, como cualquiera de nuestras células, está rodeada de una membrana hecha de fosfolípidos, unas moléculas largas de grasa (lípidos) que llevan un átomo de fósforo en un extremo (fosfo). Pero ‘Bacillus coahuilensis’ se ha saltado esa norma y, por alguna razón, utiliza azufre (sulfo) en vez de fósforo. La razón, sospechan los científicos, es que la bacteria ha evolucionado en un ambiente donde el fósforo escasea, como tal vez ocurría en la Tierra primitiva. Lo más interesante es que Bacillus coahuilensis se está ramificando en varios linajes que muestran nuevas formas de metabolizar el azufre y el fósforo. Es un asiento de primera fila para contemplar el drama de la evolución en pleno segundo acto.

Todo eso desaparecerá como lágrimas bajo la lluvia si Bacillus coahuilensis se extingue. Y esta bacteria prodigiosa está amenazada. Los micro-conservacionistas presentarán sus ideas en el Congreso Mundial de Conservación que se celebrará en octubre en Abu Dabi, Emiratos Árabes Unidos. De momento solo cuentan con 100.000 dólares de la Fundación Gordon y Betty Moore, lo que quizá resulte insuficiente para salvar el mundo. Bruce Willis cobraba más por hacer lo mismo.

Lo que vemos captura nuestra atención, pero lo más importante suele ser lo que no vemos. El 95% del universo es materia oscura y energía oscura, y nos pasamos el día preocupados por el otro 5% al que pertenecemos. De modo similar, la inmensa mayoría de la materia viva bulle en el mar y bajo nuestros zapatos sin que le prestemos la menor atención. Error.

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