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TRIBUNA
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Que te llamen pájara

No reinterpretemos las palabras según el carné ideológico de quien las dice

Una persona consulta la definición de 'pájara' en el diccionario de María Moliner.
Lola Pons Rodríguez

Hay una localidad en Fuerteventura que se llama Pájara. No entraré en la historia de este topónimo, perteneciente a la larga lista de lugares españoles con nombres curiosos que dan para noticias de relleno de cuando en cuando (desde la localidad de Asquerosa que visitó Federico García Lorca a Cariño, Parderrubias o Codos). En 2023, el Ayuntamiento de Pájara pidió a la Real Academia Española que incluyese en su Diccionario el nombre de su localidad, para que quien buscase pájaro y viese que, en femenino, se define pájara como el bajón momentáneo de un deportista o la hembra de la perdiz no dejase de saber que existe un pueblo canario así llamado. No es la primera vez que es noticia una petición a la RAE basada en el desconocimiento de los objetivos y los límites de un diccionario, pero el alcalde de Pájara, con un poco de “qué hay de lo mío”, no perdió ocasión para reivindicar su municipio por la vía lexicográfica, y la cosa, que sepamos, quedó ahí.

Recordé la anécdota de este topónimo canario al hilo del adjetivo pájara que aparece en uno de los wasaps filtrados hace unos días como alusión del presidente del Gobierno a una de sus ministras. Acudo al Diccionario de injurias que publicaron en el año 2019 los profesores Cristina Tabernero y Jesús María Usunáriz, basado en los pleitos judiciales navarros donde se dirimían denuncias interpuestas por injurias. En sus páginas, la lista de descalificaciones es extensa y, supongo que porque hay distancia de muchos años (son denuncias de los siglos XVI y XVII), me despierta una sonrisa ver que la gente se podía insultar llamándose arrastrado, boquituerto, desbarbado, hinchador de vacas, legañoso, mundano o pantierno, entre otros. Es terrible, por otro lado, comprobar en esos pleitos la cantidad de veces que lo religioso, lo racial o lo nacional valían como insultos, como judiazo, crucificador, francés o moriscado. No está pájara en ese listado de injurias. ¿Lo es?

No voy a sobreactuar y decir que es una cosa denigrante y terrible que te llamen pájara. Pero, probablemente sin alcanzar la categoría significativa de injuria, me parece evidente que no es grato ser llamado pájaro o pájara. En el Diccionario de la RAE, el sustantivo pájaro tiene, además de los significados generales del ámbito animal, la extensión figurada de ser como adjetivo la forma de llamar a “una persona astuta y con muy pocos escrúpulos”. A veces los diccionarios definen las acepciones de una manera que no se corresponde con el uso social vivo, pero creo que esta definición académica se aviene con el empleo que damos actualmente a pájaro como adjetivo. Y no, no es elogioso que te llame así tu jefe.

Sé que es un asalto a la intimidad que lo que se escribe para consumo privado sea difundido al público. Sé que no hay conversación de wasap que aguante su exposición sin ofender a algún cercano. Y sé que el contexto importa, claro que sí. Lo malo que tiene poner por escrito las cosas (verba volant, scripta manent decían los latinos: las palabras se las lleva el viento, lo escrito permanece) es que lo que en una charla oral se contextualiza simpáticamente, puesto por escrito cobra otro cariz, por eso lo más prudente en algunos puestos es desahogarse hablando y no escribiendo. Yo lo entiendo todo, enmarco las circunstancias, pero que te llamen pájara no es agradable.

La ministra así aludida le ha quitado importancia y lo ha tratado como la anécdota menor de una conversación antigua y ajena a ella; ha rebajado la trascendencia que se pueda dar a esto. Está en su libertad para hacerlo si lo considera de su conveniencia: hay momentos donde es mejor no meter el palo en candela y ya vamos bien servidos de crispación. Pero algo que me llama la atención desde hace tiempo es que nos quieran hacer creer que las palabras no significan lo que sabemos que significan. Lo digo porque del asunto de este adjetivo lo que más me ha sorprendido es que José Luis Rodríguez Zapatero, preguntado en televisión al respecto, haya dicho que este le parece “un adjetivo, completamente, bastante divertido”, y que aplicárselo a alguien “tiene que ver con que es una persona inteligente, lista”.

Yo no soy la que asigna los significados a la palabras, por mucho que me dedique a la lengua y a la filología, pero tampoco lo es el expresidente. Lo es la sociedad hablante, y en ella, en estos momentos, que te llamen pájara no es encomiástico ni equivalente a que te llamen lince. Y por eso escribo este artículo. Porque si alguien hace dos semanas pensaba que pájaro es un insulto y hoy piensa que es un adjetivo simpático y divertido, creo que tiene que medir la solidez de su espíritu crítico y su nivel de ecuanimidad, y valorar cuánta capacidad intelectiva nos da a quienes escuchamos sus palabras. Cada cual rema desde su barca hacia su orilla, pero no reinterpretemos las palabras según el carné ideológico de quien las dice. No puede haber dos significados distintos para un vocablo, según si el resbalón es nuestro o del vecino. Eso no es solo no entender lo que es un diccionario, sino no entender qué es la lengua, qué es el consenso social que sostiene la comunicación y cuánta es la responsabilidad de un ciudadano con voz pública en una democracia.

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Sobre la firma

Lola Pons Rodríguez
Historiadora de la lengua y catedrática de la Universidad de Sevilla, directora de los proyectos de investigación 'Historia15'. Es autora de los libros generalistas 'Una lengua muy muy larga', 'El árbol de la lengua' y 'El español es un mundo' y colaboradora en la SER.
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