La verdad en medio del ruido
Las fotografías de Marisa Flórez atrapan las resonancias de la historia reciente con la claridad de una sentencia


Hay una exposición que merece la pena visitar en Madrid, se titula Un tiempo para mirar, está en el Canal de Isabel II y reúne cerca de 200 fotografías que Marisa Flórez hizo entre 1970 y 2020. “La fotografía es como una cita, una máxima o un proverbio”, escribe Susan Sontag en Ante el dolor de los demás (Alfaguara). Las imágenes de Marisa Flórez, cuya trayectoria ha estado estrechamente vinculada a este diario, le dan la razón. Cada una de ellas condensa un momento de la historia reciente de España y le otorga densidad y sentido, es como si calara y perforara la memoria que se tiene de lo más próximo y la hiciera resonar.
De todo hace ya 50 años, así que también en la exposición hay imágenes de aquellos años setenta en los que España cambió de manera profunda, dejando atrás una dictadura y abriendo paso a una democracia que desde entonces ha sufrido diferentes sacudidas y tropiezos, pero que afortunadamente sigue ahí. Un militante con el puño en alto se manifiesta en la Fiesta del Trabajo (1973). Los grises miran a unos jóvenes que protestan en la Gran Vía (1976). Oriana Fallaci visita la tumba de los últimos fusilados de Franco (1977); ese año hay motines en la cárcel de Carabanchel. Las autoridades civiles y militares, en el Congreso el día que el rey Juan Carlos sanciona la Constitución (1978). Arafat visita España por primera vez (1979). Marisa Flórez estuvo allí.
Todavía no ha pasado demasiado tiempo como para que quienes aparecen en esas imágenes sean solo unos perfectos desconocidos para quienes los observen amarrados al gesto en el que los atrapó la fotógrafa. Los periodistas trabajan sobre un tiempo que se desvanece y tienen la obligación de contarlo sobre la marcha. Pero para llegar a la verdad de los hechos primero hay que saber mirar, y actuar rápido y sin forzar las cosas. Marisa Flórez consigue hacerlo. Quizá con los años nadie sepa quiénes fueron aquellos políticos que pilotaban entonces una realidad habitada por los fantasmas del pasado y frágil ante los cambios que este país necesitaba con urgencia, pero hay fotografías que transmiten con la precisión de una sentencia la atmósfera de sus encuentros y desencuentros. En una de ellas, Adolfo Suárez mira por encima de sus gafas en el Congreso a un Manuel Fraga que parece irse medio borroso ya (1978); en otra, se inclina en La Moncloa para encender un cigarrillo del mechero que le acerca Felipe González (1977). En la de más allá, Blas Piñar avanza impertérrito delante de Santiago Carrillo, que lo ignora sentado en su escaño (1977). Fueron años de tensiones, pero también de cordialidad y de cercanía: José Pedro Pérez-Llorca abotona la chaqueta de Alfonso Guerra (1979).
Al volver sobre aquella época, hay momentos que siguen siendo dramáticos. 11 de febrero de 1978: el ministro del Interior habla por un teléfono del Congreso ante la actitud atenta y escrutadora del presidente del Gobierno; su mano aferrada a la manilla de la puerta de la cabina es suficiente para resumir el horror del terrorismo de ETA. Y los hay que resultan tristes. 13 de julio de 1977: dos figuras emblemáticas del exilio (La Pasionaria y Rafael Alberti) bajan por las escaleras del Congreso el día que se constituyen las primeras Cortes tras el final de la dictadura; por las miradas de los demás diputados, entre asombradas e indiferentes, es como si aquello les sonara a chino. Así fue, la nueva España que se construía en aquellos días ignoró en buena medida a los españoles que tuvieron que marcharse fuera cuando los franquistas impusieron tras la guerra su victoria.
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