Escoge ciencia, escoge Europa
El programa presentado por Macron y Von der Leyen necesita concretar su financiación, pero supone un significativo paso para una universidad europea


La situación de las universidades y, por extensión, las perspectivas de la investigación científica en los Estados Unidos presentan un panorama desolador. El ataque de la Administración de Trump tiene mucho más de estructural que de episódico. En estos primeros cien días de gobierno republicano se ha comprobado que hay una voluntad sólida de luchar contra todo lo que implique defensa de la diversidad, de la inclusión y de la equidad, defensa de la libertad de pensamiento, defensa de los valores esenciales que han caracterizado a las democracias contemporáneas desde 1945. En este sentido, no es casual que las universidades y sus docentes, estudiantes e investigadores, hayan sido especial objeto de ataque y de intimidación.
Hay unas 30.000 instituciones en todo el mundo que se caracterizan a sí mismas como universidades. Si analizamos su trayectoria, su funcionamiento y los resultados de su labor de docencia e investigación, solo una parte de las mismas pasarían el filtro de lo que se conoce como el modelo humboldtiano de universidad. Es decir, una universidad que dedica una parte muy importante de su tiempo y de sus recursos a promover la investigación al más alto nivel posible y con la máxima libertad de acción. Una universidad que se compromete a promover una formación de calidad en el campo de las artes, las humanidades y las ciencias, entendiendo que esa combinación es la clave de la educación integral de la persona. Y, en tercer lugar, una universidad que basa su forma de gobernarse en la autonomía de sus docentes e investigadores para definir sus propias prioridades al margen de las peripecias políticas de cada coyuntura.
Muchas de las mejores universidades en Estados Unidos son universidades privadas, pero han tenido y siguen teniendo una profunda concepción de sentido y de servicio público. Su éxito no se mide por sus resultados económicos sino por la calidad de sus docentes, la solidez, credibilidad e impacto de sus publicaciones y por el respeto de sus órganos de gobierno a la libertad de pensamiento, de crítica y de acción de sus profesores y estudiantes. No es pues extraño que desde el minuto cero, Donald Trump y J. D. Vance hayan dedicado todo tipo de calificativos negativos a las mejores universidades, envíen cartas amenazadoras de deportación a estudiantes extranjeros con ideas políticas propias, y hayan empezado a cortar los fondos de investigación que alimentan sus laboratorios, doctorados y centros de investigación. Lo probaron con relativo éxito con la Universidad de Columbia, y han pinchado en hueso con la Universidad de Harvard. Pero el mal ya está hecho. Y la conclusión a la que pueden llegar fácilmente muchos de los más prestigiosos docentes e investigadores, estadounidenses o no, presentes en esas universidades y centros de investigación es que mejor buscarse otro lugar en el que proseguir con su labor.
Así lo han entendido Emmanuel Macron y Ursula von der Leyen cuando este lunes, en el aula magna de la Universidad de la Sorbona, lanzaron la campaña “Escoge Ciencia, Escoge Europa”, destinada a atraer investigadores y docentes de primer nivel residentes ahora en los EE UU. Lo cierto es que la probabilidad de una llegada masiva de tales científicos es aún difícil de imaginar, ya que la distancia que existe entre los fondos dedicados a ciencia en Estados Unidos y los que dedica Europa al tema —incluso sumando fondos de cada país con los procedentes de la Unión Europea— es aún significativa. Ursula von der Leyen anunció hace poco la posible constitución de un fondo que agrupara los recursos ya existentes en investigación, innovación e inversión estratégica, pero eso aún no se ha concretado. Sin un aumento significativo de fondos dedicados a este tema, la posibilidad de dar un salto en el sistema universitario y científico europeo es muy problemático.
No obstante, la oportunidad existe y la campaña tiene sentido si añadimos al escenario el ambicioso plan que tiene la Unión Europea (surgido precisamente de una iniciativa de Emmanuel Macron también en la Sorbona, en 2017) de las llamadas Alianzas Europeas de Universidades. Hoy hay 64 asociaciones de este tipo, que juntan a 560 universidades de toda Europa y que pretenden establecer títulos universitarios conjuntos. Después del indiscutible éxito del programa Erasmus, que en 35 años ha hecho circular por Europa a cerca de 14 millones de estudiantes con un presupuesto muy limitado, este nuevo eslabón en la construcción de una auténtica universidad europea es muy significativo. En España hace unos meses se constituyó el grupo de “Universidades Españolas en Universidades Europeas” con presencia de 55 universidades (46 públicas más nueve privadas) que forman parte de alguna de las alianzas.
Las universidades son clave para la formación cultural de las personas en su sentido más pleno, y, al mismo tiempo, reúnen a científicos que han de contribuir con sus investigaciones a responder a preguntas aún sin resolver, mejorar las respuestas ya existentes y, sin duda, ayudar a que mejoremos nuestra capacidad de respuesta a los grandes dilemas sociales y ambientales que tenemos planteados. Europa tiene un conjunto de universidades capaz de propagar en el mundo un conjunto de valores, de diversidad, inclusión y equidad que constituyen nuestro acervo democrático común.
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