Un lugar en el arca
Las grandes tecnológicas están resucitando una peculiar eugenesia que considera la discriminación algorítmica y el sesgo artificial herramientas necesarias de una nueva “selección natural”


En muchos aspectos, la tarifa arancelaria de Trump es un reality en el que no sólo concursan los países que comercian con EE UU, sino también las propias empresas estadounidenses, que asisten al derrumbamiento de sus mercados con los ojos secos y la boca cerrada. Un Dios poseído por un espíritu revolucionario puede invocar el diluvio cuando “la maldad de los hombres era mucha en la Tierra, y todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal”. La operación no sólo le permite sanear las instalaciones, sino elegir todo aquello que merece ser salvado, es bonito y se porta bien. El Gobierno es un arca que salva con ayudas y excepciones, licencias, inmunidad absoluta y la garantía de una reconstrucción oligárquica y monopolista. Cuando el diluvio se acabe, el futuro será nuestro. El revival eugenésico que prospera en el Valle tiene la misma factura. La discriminación algorítmica y el sesgo artificial no son errores en el código sino herramientas necesarias de un nuevo sistema de “selección natural”.
La eugenesia es la pseudociencia que asegura que se puede mejorar la raza humana a partir de aspectos seleccionados, bajo numerosas premisas anticientíficas. Por ejemplo, que hay rasgos innatos superiores, determinados por la composición biológica y genética de cada persona, y que esos rasgos se manifiestan a través de su fisonomía, sus logros y su estatus social. Todo hombre se hace a sí mismo, para bien y para mal. Que esos mismos atributos son heredados por sus hijos y que la raza puede prosperar de forma más eficiente favoreciendo deliberadamente la propagación de esos rasgos y eliminando la incidencia de otros. Por ejemplo, practicando esterilizaciones forzosas en poblaciones cuyos rasgos revelan inferioridad genética: piel oscura, frente prominente, baja estatura y una incapacidad intelectual para comprender que la destrucción del entorno en el que viven es un proceso innato e inevitable del progreso de la humanidad en su conjunto. Para implementar medidas, es necesario establecer categorías de desviaciones genéticas, psicológicas y físicas que justifiquen su aislamiento, aunque sea por motivos sanitarios, y a menudo su destrucción. Hay muchas maneras de implementar esos programas. Por ejemplo, restringiendo el acceso al tratamiento durante una pandemia para que la naturaleza acelere su curso. No hay sitio en el arca para los que no están destinados a sobrevivir.
El concepto vuelve de entre los muertos con relativa facilidad porque nunca está muerto del todo. Hay algo que engancha con su falso sentido común. Quién no quiere que sus hijos crezcan libres de enfermedades y que sean más altos, guapos, listos y rápidos que todos los demás, especialmente cuando pensamos desde una sociedad individualista y competitiva, más preocupada por la supervivencia de lo propio que por la sostenibilidad de lo común. Pero, sobre todo, la eugenesia es un vampiro que chupa la sangre del desarrollo científico sin metabolizarla nunca bien.
De hecho, el origen de esta meritocracia genética reprogramable es un bienintencionado primo de Darwin llamado Francis Galton que, habiendo leído mal El origen de las especies, nos dejó como legado un vocabulario de fundamentos estadísticos sobre la genética del comportamiento, y el concepto de cociente intelectual. Dos valores basados en principios de correlación profundamente anticientíficos y fundamentalmente racistas, perfectamente alineados con la era del big data, las herramientas de edición genética, los sistemas de reconocimiento biométrico y la inteligencia artificial.
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