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CÓDIGO ABIERTO
Columna
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Arte después de la muerte

Un grupo artístico utiliza células de un músico fallecido en 2021 para crear una melodía

El compositor Alvin Lucier en 1986.
Javier Sampedro

Sí, arte después de la muerte. Y no, no me refiero a la pomposa y francamente demodé inmortalidad del artista a través de su obra. Imagina lo que debe de estar disfrutando Homero con la nueva película de Ulises que ha hecho Ralph Fiennes. Como dijo o debió decir Woody Allen, “yo no quiero ser inmortal a través de mi obra, sino a través de no morirme”. Con lo de arte después de la muerte me estoy refiriendo más bien al último experimento de Alvin Lucier. Un experimento tan último, de hecho, que el pobre no ha tenido ocasión ni de verlo. Es todo muy extraño, pero voy a intentar explicarlo.

Un grupo artístico difícil de clasificar acaba de estrenar una instalación llamada Revivification en la Galería de Arte de Australia Occidental, en Perth, que promete usar la “innovación biológica de vanguardia para resucitar el genio musical de un compositor fallecido”. Se refiere, ya lo habrás adivinado, a Alvin Lucier, que murió en 2021 a los 90 años. Lucier era un compositor experimental estadounidense que viajó a Roma en 1960 con una beca Fulbright y quedó hipnotizado al conocer la obra de Anton Webern, John Cage y Luigi Nono. En una de sus piezas más notables, I am sitting in a room (Estoy sentado en una habitación), el propio Lucier repite la misma frase obsesivamente hasta que su rebote contra las paredes la convierte en puro sonido sin mensaje. También fue pionero en hacer música con la mente, a través de unos electrodos que leían su actividad cerebral.

En 2020, un año antes de morir, Lucier dio su consentimiento para que científicos de Harvard extrajeran células de su sangre, retrasaran su reloj para convertirlas en células madre y obtuvieran de ahí minicerebros, unos organoides de un milímetro donde las células donadas por el músico se diferencian en varios tipos de neuronas y forman circuitos similares a los del cerebro. Esta técnica se viene usando para elaborar modelos de enfermedades neurológicas y probar fármacos contra ellas. En este caso, pretenden ser una recreación del cerebro de Alvin Lucier, y no para probar fármacos, sino para hacer música. En eso consiste la exposición de Perth, según sus organizadores. Si algún lector va a Australia estos días, ya me contará qué tal está. Es música venida del más allá, si nos ponemos estupendos.

Y no es la única forma de inmortalidad con que nos quiere seducir la tecnología actual. Hay compañías que están ofreciendo deadbots o griefbots (robots de muertos, o de duelo), unos primos de ChatGPT que conversan a imitación del finado, si uno no es muy exigente con lo que le pide a un imitador. Las copias digitales de un muerto están ya hasta un poco rancias en la ciencia ficción, pero no olvidemos que eso son ficciones. Es ahora cuando esos sistemas empiezan a existir en el mundo real. Es curioso cómo los relatos futuristas hacen perder impacto a las verdaderas noticias tecnológicas. A un techie que vea muchas series todo se le hace un déjà vu, pero el diablo mora en los detalles, y los guionistas suelen fallar ahí estrepitosamente.

En el mundo real, inmortalizar a alguien implica recolectar un montón de datos del difunto y usarlos para entrenar un modelo grande de lenguaje (large language model, LLM), como el que subyace a ChatGPT, Gemini, Copilot y sus competidores. Las compañías requieren a los familiares del muerto todos sus mensajes, audios, vídeos y hasta su orla del instituto, caso de haberla. El deadbot deduce de ahí la respuesta más probable que habría dado el difunto a cualquier cuestión. Quizá sea divertido, aunque parece probable que surjan toda clase de experiencias irrepetibles. Imagina que el muerto era un asesino en serie sin que su familia lo supiera. Vaya historión.

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