Instrucción número 21
Diga: “El día está lindo”. Escuche que él responde: “Más o menos”. Den un paseo como un coito seco, cerrado, sin detenerse en ningún sitio

Tiene que ser durante un domingo de sol. Escuche que él pregunta, mientras acaricia a los gatos: “¿Querés que vayamos a dar una vuelta?”. Perciba un peso de hastío en la palabra “¿querés?”. Comprenda que esa salida no es algo que él desee, sino algo que hace por usted, una limosna, una dádiva, una concesión. Diga: “¿Vos tenés ganas?”. Escuche que él responde: “Como quieras”. Piense en las uñas de los pies que se ha pintado ayer, que solían insuflarle una personalidad sólida, eficaz y compacta, y que ahora la hacen sentir humillada porque la pintura es una tabla ouija con la que intenta invocar una plenitud que ni siquiera recuerda. Diga: “Bueno”, y después: “Gracias”, cuando él abra la puerta de calle. Pregúntese en qué momento el cariño fue suplantado por estos rescoldos disecados, esta amabilidad yerta. Suba al auto. Diga: “El día está lindo”. Escuche que él responde: “Más o menos”. Den un paseo como un coito seco, cerrado, sin detenerse en ningún sitio. Al regresar a su casa, vea que él enciende el televisor y empieza a acariciar a los gatos. Imagine los parques, la gente andando en bicicleta o bebiendo en los bares o yendo al cine. Perciba el peso mezquino del aburrimiento, la agonía del desperdicio. Sienta que acaban de depositarla en su casa como alguien a quien hay que pasear para mantener tranquilo, un perro o un loco. Diga: “Estoy cansada”. Escuche que él pregunta: “¿De qué?”. Responda: “De todo”. Abra la puerta, diga: “Me voy a caminar”. Cierre con un movimiento suave. Camine. Al regresar, vea que él sigue acariciando a los gatos, mirando televisión. Escuche que pregunta: “¿Caminaste mucho?”, sin esperar respuesta. Recuerde que solía mirarla con perturbación, decirle que era un paisaje deslumbrante. Dígase que ahora son dos incendios forestales avanzando sin furia el uno hacia el otro, empobreciendo todo a su paso, teñidos no por el rojo del fuego, sino por el blanco medicamentoso de la indiferencia. Piense: “Nos une la ternura por los gatos. Nada más”. Hágase un té.
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