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TRIBUNA
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En zona de riesgo: las advertencias políticas del apagón

En crisis como la del lunes los ciudadanos quieren sentir el amparo del Estado; no es momento para el ruido

Sánchez, el martes en su comparecencia en La Moncloa tras el Consejo de Ministros.
Josep Ramoneda

1. El apagón. Me ha sorprendido la tibieza con la que el presidente Pedro Sánchez ha afrontado la caída del suministro eléctrico del pasado lunes. La amenaza no fue más allá de la medianoche, pero el cortocircuito comunicacional, en una sociedad que alardea de su infinita capacidad de intercambio, tuvo un innegable impacto. Del encierro físico de la pandemia pasamos al aislamiento mental de la desconexión. En nuestro paraíso tecnológico, en el que paseamos por las redes con un simple movimiento de los dedos, ¿era pensable ver de pronto la gama de instrumentos del nuevo modelo relacional convertidos en objetos sin chispa, perfectamente inútiles salvo para generar frustración y melancolía? Pues sí. Aunque solo fuera por unas horas, el cierre de las puertas de la interconexión nos condenaba al ensimismamiento. Solo la radio seguía a nuestro alcance como voz que penetraba en el territorio de la oscuridad, un estado proceloso que nos deja a tientas. Y la luz regresó.

Desde su primera aparición, el presidente Sánchez, quien se distingue por cierta intuición política que le permite afirmar su personaje en momentos inesperados y, en cierto modo, anticiparse a contracorriente, estuvo raramente contenido. Llegó a la escena política pillando con el paso cambiado al PSOE, primero, y a Mariano Rajoy, después. Ni la vieja guardia socialista ni el PP entendieron sus advertencias. Cuando los herederos del felipismo se lo quitaron de encima, carretera y manta, se recorrió España y se ganó a un partido que vivía en el desencanto después de tantos años de hegemonía. Y, después, Rajoy, pillado a contrapié, quedó tan desconcertado que anticipó la derrota tomándose unas copas con los compañeros.

Este sentido de la oportunidad, en plena crisis del desvarío arancelario de Trump, llevó al presidente a la reciente visita a Xi Jinping que la derecha quiso ridiculizar y que le ha permitido hacer gala de una polivalencia estratégica que otros en Europa nunca podrán ni siquiera aparentar, señalando con su gesto la nula intención de plegarse a los desvaríos de Washington y anticipando vías para capitalizar la mutación de las relaciones de fuerzas mundiales. Y en esta independencia de criterio hay que situar también su ausencia del entierro del papa Francisco. En pleno éxtasis mediático, con la prensa volcada en Roma, anunció sin más que la delegación española al entierro la presidía el jefe del Estado y él se quedaba en casa: un guiño al laicismo republicano.

Por esta vena intuitiva que ha demostrado el presidente, me sorprende el ritmo lento y plano con que ha afrontado la crisis del apagón. Con perfil bajo, por su parte, y con comparecencias del Gobierno burocráticas y poco relevantes no se contribuye a tranquilizar a la ciudadanía en momentos de desconcierto, en los que cunde la sensación de que estamos en zona de riesgo. La gente necesita explicaciones que la acompañen. Y esta vez Sánchez no ha dado todavía el paso al frente. No es que la oposición haya estado mejor: más bien lo contrario. Es conocido que Alberto Núñez Feijóo no tiene otro reflejo que saltar contra cualquier cosa que diga Sánchez. Las ideas y propuestas no van con él.

En situaciones de crisis que se deben a factores excepcionales y tienen causas no imputables directamente a los gobernantes, se genera en la ciudadanía un desconcierto e inseguridad que, por lo general, el que gobierna siempre tiene ventaja para capitalizar. Los ciudadanos quieren sentir el amparo del Estado. Y no es momento para el ruido. Pero para ello es necesario la presencia y la palabra de los que mandan. Sánchez ha espaciado sus actuaciones, siempre con una cierta imprecisión. Un miedo a mojarse que no va con él y que favorece el despliegue de las gastadas interpretaciones conspiratorias.

Por supuesto, las autoridades no pueden improvisar ni dejarse llevar por las conjeturas. Pero sí que hay muchas explicaciones que la gente requiere, con razón. Y lo que cuesta entender, por ejemplo, es que la electricidad de dos países —Portugal y España, y una parte de Francia— pueda depender de un punto cuya destrucción en cinco segundos provoque la catástrofe. La gente necesita el amparo, y este empieza por la palabra.

2. El contexto. “Nunca habíamos visto tan incierto el futuro”; “¿dónde vamos a parar?”; “¿qué será de Europa, incapaz de defenderse?“. Pocas veces he escuchado tan reiteradas expresiones de desconcierto y desorientación como en estos últimos tiempos. La ciudadanía requiere atención. El despotismo ensimismado de Donald Trump es el icono de una inquietante crisis política y moral.

¿Son las ideas y los valores que hicieron que Europa y Estados Unidos se creyeran depositarios de la libertad y de la democracia los que están en crisis? ¿O estamos ante un orden económico y social (un sistema de dominación) en el que podrían confluir Rusia y Estados Unidos, con China de espectador ventajista y Europa en almoneda, según le gusta escenificar a Trump, quien desde su simplismo no se da cuenta de que, si Putin le da cuerda, es precisamente para hacerle descabalgar? El episodio del apagón nos deja un rosario de advertencias, ¿quién las capitalizará? ¿Qué le hace dudar al presidente Sánchez a la hora de captar este momento de oportunidad? ¿O es él también presa del desconcierto?

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