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RED DE REDES
Columna
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“Esto con Franco no pasaba”

El apagón activó a los nostálgicos de la dictadura, que olvidaban que el dictador cayó en el timo de un austriaco que prometía convertir el agua en gasolina

Apagón España
Natalia Junquera

Como ya ocurrió en la devastadora dana del pasado octubre, el apagón de este lunes envalentonó en las redes sociales a los nostálgicos del franquismo, que en cuanto pudieron tuitear compartieron sus sesudos análisis. “Esto con Franco no pasaba”, escribió el abogado de los herederos del dictador, Luis Felipe Utrera Molina, quien la semana pasada apostaba por el antiguo prior del Valle de Cuelgamuros, Santiago Cantera (el mismo que estuvo a punto de ser esposado en la exhumación de los restos de Franco en 2019) como próximo papa. El mensaje tiene más de un millar de me gusta, y no es original. “Una pandemia, el volcán, guerras, una dana, un apagón... Creo que ha llegado el momento de devolver a Franco al Valle de los Caídos”, tuiteó Gonzalo Pogui, quien en su perfil se presenta así: “Empresario y católico. El mejor líder es aquel capaz de rodearse de los mejores talentos. Creo en Santi Abascal”.

Alberto Pugilato, con una parroquia tuitera de casi 61.000 fieles, también deja ver su morriña por la dictadura: “Franco quiso impulsar la activación masiva de reactores nucleares para que los españoles nunca se quedaran sin luz. Gracias, democracia”. Así, poco a poco, tuit a tuit, entre los trending topics o cuestiones más comentadas en X (#apocalipsis; #apagón; #cortedeluz...) se coló, una vez más, el que el poeta Rafael Alberti bautizó como el Funeralísimo.

No recordaban los nostálgicos que, a principios de los años cuarenta, el dictador fue estafado por un austriaco de nombre pintón, Albert Edward Wladimir Fülek Edler von Wittinghausen, quien le convenció de que tenía la fórmula para convertir agua, extractos de plantas y otros ingredientes secretos en un combustible superior a la gasolina, la fikelina, como la llamaba cariñosamente el represor. En su biografía, Paul Preston relata que el Funeralísimo se apresuró a anunciar que España sería autosuficiente en energía y un país rico exportador de petróleo. Ignacio Martínez de Pisón, quien buceó durante años en el periplo de timos del austriaco (una viuda, un comerciante, el padre que había tenido a su hijo internado en campo de concentración nazi...), escribió El estafador que engañó a Franco, donde explica que la primera ley de protección de la industria nacional durante la dictadura fue precisamente para favorecer el desarrollo de la fikelina, incluyendo la expropiación de unos terrenos a las afueras de Madrid para instalar una fábrica. Franco llegó a convencerse de que su propio coche funcionaba con esa gasolina mágica —el chófer, previamente untado, estaba en el ajo— y se llegaron a construir tanques subterráneos para almacenar la nueva pócima. Filek ya había intentado colársela, sin éxito, a las autoridades de la República, que lo enviaron a prisión acusado de espionaje. Esos antecedentes penales y las loas a “la Cruzada”, le permitieron ganarse el favor del dictador. Descubierto el engaño, fue encarcelado discretamente y en 1946, deportado a Alemania.

Entre los asuntos más comentados en X también se coló #agenda2030, el nombre por el que se conocen los objetivos de desarrollo sostenible de Naciones Unidas (fin de la pobreza extrema y de las desigualdades, hambre cero, energía no contaminante...) y la fecha fijada para conseguirlos. La mayoría de los tuits relacionados con esa etiqueta eran para criticarla. “Urgente. Abascal avisó hace cinco años de las consecuencias de demoler centrales nucleares: ‘España debe apostar por la soberanía energética y alejarse de la Agenda 2030. La nueva religión climática la acabarán pagando las personas más desfavorecidas y los más humildes”, tuiteó Unai Cano (55.400 seguidores). Vox retuiteó en bucle este lunes mensajes suyos de hace meses criticando lo que llama ecologismo radical y reivindicando la energía nuclear, como forma de arrimar el apagón a su sardina.

Mientras, la España que estuvo horas sin poder tuitear, llamar o wasapear, dejaba, una vez más, pruebas de la distancia sideral que separa el mundo real de la burbuja de ira que acapara las redes sociales. A pie de calzada, en la glorieta de Quevedo, en Madrid, y con el chaleco reflectante del coche, Lucía, psicóloga de 33 años, ayudaba a parar los vehículos para que la gente pudiera cruzar en las calles sin semáforos con otra chica que también había tenido la misma idea. Celia, en las colas kilométricas de espera del autobús que la Policía organizaba en Cuatro Caminos, afirmaba: “Comprensión y paciencia. Es lo que toca”. Otros compartían su radio con desconocidos. En Cibeles, un empleado de la EMT explicaba uno por uno a los trabajadores que se habían quedado tirados cómo volver a casa: escuchaba el destino y empezaba a recitar números, los de los autobuses que hacían ese recorrido.

La España que madruga, de la que tantas veces ha querido apropiarse la extrema derecha, no suele tener tiempo de opinar en Twitter y este lunes de apocalipsis tampoco. El día dejó bellas estampas analógicas de cómo muchas personas, liberadas del deber por sus empresas, se encomendaron a otra tarea: ayudar en lo que podían.

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Sobre la firma

Natalia Junquera
Reportera de la sección de España desde 2006. Además de reportajes, realiza entrevistas y comenta las redes sociales en Anatomía de Twitter. Especialista en memoria histórica, ha escrito los libros 'Valientes' y 'Vidas Robadas', y la novela 'Recuérdame por qué te quiero'. También es coautora del libro 'Chapapote' sobre el hundimiento del Prestige.
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