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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El papa que tenía el casco de mi mejor amigo

Francisco recibió en 2022 el objeto que el periodista David Beriain, asesinado hace cuatro años en Burkina Faso, utilizaba para protegerse en el ejercicio de su misión: informar del dolor ajeno

La periodista Cristina Cabrejas entrega en 2022 al Papa el casco del reportero David Beriain, asesinado en Burkina Faso en 2021.
Natalia Junquera

Ha muerto el papa “revolucionario”, “ecologista”, “futbolero”. El papa de la periferia; el que enfadó a Milei, a Bannon, a Jiménez Losantos. El papa que tiene una foto en metro y que acarició un tigre. El que le dio la mano a Dios (Maradona) en 2014 y a Spiderman en 2021. Y el que recibió el casco de protección de mi mejor amigo, David Beriain, asesinado hace hoy cuatro años en Burkina Faso junto al cámara Roberto Fraile mientras realizaba un documental sobre cómo los yihadistas se financian con la caza furtiva. Su mujer, Rosaura Romero, lo donó a Reporteros sin Fronteras y la organización se lo entregó a la periodista Cristina Cabrejas para que, en julio de 2022, a bordo del avión papal, que se dirigía a Canadá, se lo regalase a Francisco. En el vídeo que recoge ese momento se escucha a Cabrejas explicarle al Pontífice por qué David había llamado a su productora 93 metros. Esa era la distancia, le explicó, que separaba la casa de su abuela del banco de la iglesia donde rezaba todos los días. Juanita murió a los 98 años sin haber hecho más recorrido que ese. Ella nunca salió de su pueblo, Uterga (Navarra, 170 habitantes) y no lo necesitó para tener una vida plena, para querer y que la quisieran. Su nieto quiso poner ese nombre a la productora con la que iba a recorrer el mundo para no olvidarse nunca de que “a veces, las mejores historias están en los sitios más pequeños”. Ha muerto el Papa que sabía quién era la abuela de mi mejor amigo.

“David habría temblado hoy de emoción”, escribió Rosaura al ver el vídeo. Era muy creyente. Recuerdo que me llamaba enfadadísimo al salir del curso prematrimonial. Fueron a uno de esos intensivos, que dura un fin de semana. El cura era bastante cafre, en las antípodas de Francisco. Los alumnos -incluida otra amiga mía y su novio- aguantaban estoicos los sermones porque lo único que les interesaba era el salvoconducto final para la boda con fotos bonitas en una iglesia. Todos menos él. David se pasó el fin de semana discutiendo con el sacerdote porque aquello le importaba. Cuánto lo respetaba, también, por eso. A mí, la religión había dejado de interesarme el día que murió mi abuela Fina. Yo tenía 10 años y me pareció una canallada imperdonable. Pero admiraba la convicción de mi amigo, ese hombre único, inclasificable: el reportero de guerra que lloraba viendo Las chicas Gilmore; el tipo que, después de entrevistar a sicarios, talibanes y víctimas de toda clase de desastres, seguía creyendo en Dios, explorando la naturaleza humana. Si me preguntaran en qué creo yo, tendría que confesar: “En David Beriain Amatriain”.

Fueron las historias de los misioneros de su entorno, que escuchaba desde pequeño, las que forjaron al reportero: ahí despertó su interés por los demás, todos los demás. “El periodismo”, explicaría ya adulto, “es la religión del otro”. Por eso, cuando murió, lo lloraron, como a Francisco, en los cinco continentes. En su funeral sonó un narcocorrido, el que le compusieron después de haber entrevistado a los capos del cártel de Sinaloa: “aquel niño tan inquieto que todo quería saber; quiso conocer el mundo al derecho y al revés…”, dice la letra. También le despidieron con Solo le pido a Dios, la canción que David cantaba en las comidas familiares y la que el argentino León Gieco interpretó para el Papa en El Vaticano en 2023. Antes de que lo mataran en Burkina Faso, hablaba de buscar destinos más tranquilos para sus documentales. Pero sé que ninguna de las dos guerras que estalló después de su asesinato, la de Ucrania y la de Gaza, le habrían sido indiferentes. Nadie habría conseguido evitar que quisiera ir, ver y contar. Seguir cumpliendo su misión: informar del dolor ajeno.

Su primer destino, recién cumplida la mayoría de edad, fue precisamente a Argentina, la patria de Francisco, donde destapó los abusos que se cometían sobre los internos en un manicomio. Ya entonces levantaba alfombras gigantes por encima de su propio peso. Como Dios escribe en renglones torcidos, se llevó a David, uno de los suyos, uno de los buenos, mucho antes de tiempo, con 43, pero hoy, cuatro años después de su asesinato y seis días tras la muerte del Papa que tiene su casco, me gusta imaginarlos a los dos con la abuela Juanita, comiendo sus célebres lentejas en el rincón del cielo reservado para los que hicieron mucho más que lo suficiente frente a ese monstruo grande que pisa fuerte. Ojalá.

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Sobre la firma

Natalia Junquera
Reportera de la sección de España desde 2006. Además de reportajes, realiza entrevistas y comenta las redes sociales en Anatomía de Twitter. Especialista en memoria histórica, ha escrito los libros 'Valientes' y 'Vidas Robadas', y la novela 'Recuérdame por qué te quiero'. También es coautora del libro 'Chapapote' sobre el hundimiento del Prestige.
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