No apartemos los ojos de Gaza, ni de Ucrania
Trump sacude al mundo con los aranceles y parece que los lugares donde se muere por las armas han quedado desconectados


Nada se ve bajo la niebla de la guerra, incluso cuando es arancelaria. Quedan difuminadas las que no son metafóricas, donde no caen las cotizaciones sino las bombas, y no se pierde la riqueza sino vidas a puñados. Justo cuando Donald Trump inicia su peligrosa subasta proteccionista, se diría que los territorios donde se sufre y muere por el fuego de las armas han quedado desconectados del mundo.
Si todo está estancado en Ucrania, el frente de guerra y las conversaciones de paz, todo empeora en Gaza, donde el ejército de Israel ataca con furia renovada y protagoniza una nueva atrocidad, como es la que han sufrido 15 socorristas que iban a auxiliar a las víctimas de un bombardeo, cuyos cadáveres han aparecido maniatados en fosas comunes. Es un nuevo baldón para Netanyahu, asediado por la corrupción y detestado por los familiares de los rehenes, que necesita la guerra para mantenerse en el poder y proseguir en su regresión autoritaria.
Ha fracasado la tregua, rota unilateralmente por Israel. Solo ha sido efectiva en su primera fase, cuando los gazatíes pudieron regresar a las ruinas que fueron sus casas, se reanudaron los suministros y quedaron liberados 25 rehenes. No se negoció nunca la segunda fase, que debió empezar el 1 de marzo con la liberación del resto y la retirada del ejército israelí, y se desvaneció al igual que la ni siquiera entrevista tercera fase de reconstrucción y negociación de la paz definitiva.
No llegan desde hace tres semanas los suministros básicos. Ha quedado abierto un nuevo corredor, el segundo que divide la Franja, bautizado como Morag, el nombre de un asentamiento desalojado en 2005, que los colonos extremistas entienden como el anuncio de su próximo regreso. Mientras Hamás no libere los rehenes, proseguirán los bombardeos y se ensanchará la ocupación militar. La siniestra ocurrencia de Trump, que prevé convertir una Gaza sin palestinos en opulento enclave turístico, es la carta blanca para que Netanyahu haga lo que quiera con los palestinos.
Según Pankaj Mishra, novelista y escritor indio, no hay acontecimiento tan definitorio del siglo XXI como la destrucción de la Franja, donde se diría que el mundo que hemos conocido está tocando fondo. Al lado de los otros desastres, “ninguno es comparable con Gaza: nada nos ha dejado una carga tal de aflicción, perplejidad y mala conciencia”. Es un “presagio de futuro para un mundo agotado y en bancarrota”, en el que “cada vez más gente se muestra convencida de que su nación, su raza, comunidad ética o clase no sobrevivirá si no se toman medidas despiadadas”.
A diferencia de Gaza, según el escritor, la guerra de Ucrania está más circunscrita y es ante todo un problema europeo. Su visión es muy representativa del llamado Sur Global, que suscita inmediatamente la comparación entre las distintas varas de medir ante Rusia e Israel desde los países llamados occidentales y el resto del mundo o, en términos más ideologizados, entre izquierdas y derechas globales. De un lado, contrasta el silencio actual ante Putin con las enormes manifestaciones contra la guerra de Irak hace 20 años. Como del otro, las denuncias europeas del expansionismo ruso con la inacción y la indiferencia ante la ocupación israelí.
Hasta que Trump se ha hecho cargo de la paz. En Naciones Unidas se vio la primera y más clamorosa exhibición de la inadvertida conexión entre ambas guerras, cuando una votación contra la invasión de Ucrania unió a Estados Unidos e Israel con Rusia, Corea del Norte, Hungría y Nicaragua. Como si estuviera en fase de construcción una nueva internacional autoritaria y nacionalista, definida por su hostilidad hacia las instituciones multilaterales, en especial Naciones Unidas, su Tribunal Internacional de Justicia y la Corte Penal Internacional.
Los partidos que mejor la representan acaban de reunirse en Jerusalén en una extraña conferencia contra el antisemitismo convocada por el Gobierno de Netanyahu, como hubieran podido asistir a otra conferencia que hubiera convocado Putin en nombre del antifascismo. En este caso el organizador ha sido Amichar Chikli, el ministro que ostenta precisamente la cartera para el combate contra tal lacra racista y auténtico martillo en busca de clavos, que ve antisemitas por todos lados. ¿Qué es un antisemita para Chikli? Alguien solidario con los gazatíes, que pide un Estado para los palestinos, critica a Netanyahu o denuncia el apartheid en la Cisjordania ocupada, el exterminio y la limpieza étnica. Es un terrorista, un partidario de Hamás y enemigo de Estados Unidos, la ficha de culpable a perseguir en la caza de brujas trumpista.
No es tiempo para cerrar los ojos. Se mire desde donde se mire, ahí están las imágenes trágicas de muerte y destrucción conectadas por los propósitos de aniquilación de Putin y Netanyahu. Por desgracia son las que definen de momento nuestro siglo.
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