¡Que vienen los autócratas!
Si la última obra de Applebaum no viniera cargada de datos, lógica y sentido común, su premisa sería digna de terraplanistas y conspiranoicos tuiteros


No sé cómo llevará Anne Applebaum su papel de Casandra. A diferencia del personaje mitológico, yo diría que es relativamente feliz y que tiene algún que otro lector atento a sus augurios —yo le soy devoto desde el relato de la fiesta de Nochevieja de 1999 que contó al comienzo de El ocaso de la democracia—, por disparatados que suenen. Su último libro está dedicado “a los optimistas”, y se necesita un optimismo fronterizo con la ingenuidad para convencerse, al final de la lectura, de que cabe otro desenlace que no sea armagedónico. Hablando en términos geoestratégicos: estamos jodidos. Y lo peor es que andamos tan aturdidos con las miserias cotidianas y locales que no nos damos cuenta de la que se nos viene encima.
La obra de Applebaum se titula Autocracia, S. A., y si no viniera cargada de razones, datos, lógica y sentido común su premisa sería digna de terraplanistas y conspiranoicos tuiteros. Una internacional autocrática comandada por Rusia y China amenaza seriamente a los países democráticos. La guerra de Ucrania sería el primer campo de batalla abierto entre la autocracia y la democracia. Hay poco que hacer contra unos autócratas que controlan grandes países, han saqueado sus recursos, han aplastado a sus disidencias y han eludido el aislamiento internacional con socorros mutuos: si le cortas el grifo bancario a Rusia, China le da aire; si ahogas a Venezuela para que Maduro desista, Irán le echa una mano. Etcétera.
Todo esto es consecuencia de una Guerra Fría mal cerrada (Applebaum se remonta a los años sesenta para explicar la cleptocracia de Putin), y aunque los dos bloques no sean tan homogéneos como en tiempos de la URSS, todo funciona mejor porque los autócratas no tienen fronteras morales. Les da igual matar a la gente de hambre o en una guerra; se saben impunes y poderosos. Y lo peor de todo: saben que las democracias son débiles y están enfrentadas. Entre ellas e internamente, cada país enfangado en su propia crisis.
La parte autocrítica es interesantísima: Applebaum señala a los gobernantes occidentales y a sus poderes financieros, que nunca han preguntado de dónde venía el dinero, como colaborares necesarios. La hipocresía occidental ha creado gólems como Putin. Con este panorama, cuesta creer que nos quede otra salida que arrodillarnos ante los tiranos o buscar un país pequeño y aseado donde exiliarnos, pero nuestra Casandra cree que las democracias no caerán tan fácilmente. La historia está de su lado: horas más negras pasó Europa en 1939 y, al final, la democracia acabó imponiéndose sobre las ruinas y la catástrofe. Confiemos en los optimistas, porque yo miro y remiro el mapa y no encuentro dónde exiliarme.
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