Derechos humanos y democracia
En la Ciudad de México debemos dar mayor contenido a las vertientes que promueven un nuevo pensamiento, relaciones, prácticas sociales y culturales

Si entendemos los derechos humanos como parámetro de una vida digna, libre e igualitaria, el actual sistema económico y político plantea múltiples obstáculos para hacerlo.
Vivimos una crisis civilizatoria, con una exacerbación de las tensiones y contradicciones más profundas: el extractivismo y el catastrófico cambio climático; la creciente desigualdad en sus múltiples expresiones y formas; las economías criminales y de guerra con violencias extremas y crónicas de altísimos costos humanos y sociales; la disputa por el dominio geopolítico que tiene en Gaza el rostro inaudito de un genocidio tolerado, incluso aplaudido por un conservadurismo que se propaga por el mundo sobre la base del miedo y la incertidumbre, los nuevos sentidos y pautas de vida que promueven la competencia, el individualismo y el consumismo como modo de relación social. Así la defensa y protección de derechos humanos, por su naturaleza y sus implicaciones, enfrentan cada vez más desafíos de carácter estructural.
Ante la pregunta de cómo y con qué herramientas podemos dar estas luchas por los derechos con la profundidad y alcance necesarios en las condiciones actuales, debemos reconocer la necesidad de generar horizontes y estrategias que respondan a las difíciles condiciones del momento.
Un modelo político que también está en crisis, el paradigma de la democracia liberal y los derechos humanos, interdependientes entre sí hoy sufre las consecuencias de décadas de un neoliberalismo que promovió la reducción del Estado, de su función social y reguladora, en aras de facilitar la expansión del gran capital.
La democracia perdió espacio de deliberación, participación y decisión de los asuntos públicos. Una parte importante de la agenda pública se dirime ahora en la arena judicial, la arena mediática, incluyendo la complejidad de las redes sociales y en la lógica del mercado. Un segmento de la vida política ha sido capturado por los poderes fácticos corporativos, delincuenciales y otros. Además, de un andamiaje institucional de derechos humanos erosionado a nivel global.
En este contexto se requiere volver a los problemas de fondo. Cómo resignificar el paradigma de derechos humanos, con un contenido que, anclado en la base de una sociedad, permita apropiarse de estos, mediante su conocimiento y reconocimiento como su asidero de exigencia y justicia para mejorar su situación en las diversas esferas de la vida y conducir sus esfuerzos hacia una nueva visión de la sociedad que queremos.
Las organizaciones de la sociedad civil, un sector muy amplio y heterogéneo está en un proceso de reflexión colectiva en varios espacios, tendiente a identificar las rutas para redefinir su ser y quehacer en el escenario político y posibles acuerdos para la acción social compartida, en los procesos de acompañamiento a los sujetos de derechos, de cara a sus necesidades y anhelos más sentidos.
En este marco, la sociedad civil, en sus variadas formas de expresión y organización social, gremial, cívica, identitaria o cualquier otra de interés común, debe generar agendas e interlocutores colectivos para hacer posible la participación sustantiva y que, sin perder su autonomía y pensamiento crítico, aporte a la construcción de alternativas incluyentes con el fin de establecer condiciones propicias para el ejercicio pleno de los derechos individuales y colectivos. Se requiere articular los casos particulares a procesos sociales, las demandas específicas inmediatas a las causas y propuestas de carácter general, para impulsar los cambios con la profundidad y rumbo necesario.
El Estado, en su proceso de democratización, debe reconocer en el conflicto una oportunidad y en la participación social una fortaleza, asumiendo desde una cultura democrática de pluralismo y consenso el abordaje de los problemas comunes a partir del interés público, desde la palabra compartida, para la búsqueda de nuevas soluciones justas y creativas. Una ruta que permita ampliar efectivamente el campo de los derechos y las libertades fundamentales para todas, todes y todos
Frente a estos retos, y desde la perspectiva de derechos humanos y construcción de paz, en estos tiempos de fragmentación social y polarización es necesario encontrar los puentes que nos permitan la convergencia de múltiples capacidades y voluntades abriendo procesos de diálogo con nuevas estrategias y metodologías de trabajo participativas e incluyentes. Tratar las diferencias y transformar los conflictos así, transforma también las relaciones sociales y fortalecer la cohesión social.
En la Ciudad de México, por la complejidad de las problemáticas y desafíos que enfrenta en tanto su magnitud, capitalidad, dimensión de metrópoli, enormes contrastes y diversidad, tenemos las posibilidades y el reto de encontrar el espacio común y mirar más allá, para dar mayor contenido a las vertientes que promueven un nuevo pensamiento, relaciones, prácticas sociales y culturales que apuestan por otras formas de convivencia basadas en la justicia, la paz y el pleno ejercicio de los derechos humanos, desde una perspectiva sistémica, integral e interseccional, en su sentido amplio, como camino hacia nuevo horizonte civilizatorio.
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