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Claudia Sheinbaum
Columna
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En el nombre de Sheinbaum

En el doble riel en el que la presidenta administra el avance del partido-Gobierno, sus decisiones han estado lejos de generar una crisis

Salvador Camarena

Ha cambiado el modelo y la narrativa del combate al crimen organizado.

Ha logrado que la economía resista y que incluso las expectativas de crecimiento se revisen al alza. Poquito, pero para mejor.

El programa de rescate a Petróleos Mexicanos creado por ella y su equipo fue saludado por los mercados y generó interés de los analistas.

Plan C y otras leyes totalmente suyas, como la polémica iniciativa que modifica el amparo, han tenido un camino sin sobresaltos de consideración al ser tramitadas. Es decir, el Congreso no le retoba.

Y hasta su ley antinepotismo, que por resistencias de los aliados PT y PVEM se aplicará a partir de 2030, en Morena se asume vigente, como ella quería, desde ya.

Hechos que, sumados al más que decoroso papel frente a una Casa Blanca desaforada, evidencian el solvente manejo político de Claudia Sheinbaum quien, sin embargo, no escapa a la tenaza de una comentocracia afanada en preguntarse 365 días después que si Andrés Manuel López Obrador esto o que si López Obrador lo otro.

A Sheinbaum no le obsesiona que le quieran medir solo con lentes de un maximato tallados 89 años atrás cuando el presidente Cárdenas sacó en pijama al general Calles para mandarlo lejos. ¿Es acaso que buscan imponerle una ruptura que hoy ni estratégica resulta?

Morena es un régimen lejos de la consolidación. Una primera responsabilidad que asumió la candidata triunfante el verano del 2024 fue procurar la unidad interna. Hasta en ese plano, la coordinadora de la defensa del movimiento puede dar buenas cuentas.

En el doble riel en el que Claudia administra el avance del partido-Gobierno, las decisiones de la presidenta han estado lejos de generar una crisis, de insuflar ánimos artificial o temerariamente. Y si frente a Trump ha mostrado cabeza fría, ante sus compañeros cuantimás.

Al grado de absorber la disfuncionalidad administrativa o aberrantes entuertos a fin de no dinamitar la cohesión del partido. En el desabasto médico culpa por método al PRIAN urgida de corregir torpezas de Andrés; en Sinaloa soporta a Rocha encargando la paz a Harfuch…

Se puede incluso criticar a la presidenta por su renuencia a deslindar responsabilidades de lo que le entregaron; pero no sin advertir que ha sido personal la decisión de que su narrativa no descargará culpas en su predecesor. ¿Por qué? Porque cree en, y quiere lo mismo que, él.

Tal convicción en un cambio sexenal ordinario —a la usanza del priismo clásico— sería anómalo. O ruptura a nivel de asonada como signo de libertad o sospecha que en sí misma sería confirmación de maximato reloaded. Sheinbaum hasta hoy ha optado por otro camino.

La ceremonia del Grito fue una señal más de que hay un estilo no solo nuevo sino original; y la dura condena del secretario de la Marina contra la corrupción es otra. Símbolos y mensajes de Claudia al timón. La galería mediática, en cambio, sigue preguntándose sobre Andrés.

¿No es obligado cuestionar si no hay machismo en columnas que duro que dale con que la suerte de Adán —ahora, en tiempos de gusano barrenador y frontera gringa cerrada, dizque exitoso ganadero— depende esencialmente de López Obrador? ¿La suerte de Claudia, incluso?

El sentido de lealtad de la presidenta le obliga a buscar los mejores resultados en el Gobierno. Esto incluye, porque no es novata, y ahora el senador Augusto ya sabe que tampoco ingenua, desazolvar al movimiento de los lastres que le compliquen en lo electoral.

Al mismo tiempo, la marcha de su Gobierno será mejor sin los atorones mediáticos de andar defendiendo a indefendibles. Por eso la herencia en el gabinete, o en el partido, de personajes de López Obrador se desgranará al paso de los próximos meses. ¿Cómo va resistir Palenque?

Las jugadas que están ocurriendo tienen lógica en el plano del ideario obradorista. Desgastar a Adán Augusto es en favor de Morena, y una consecuencia del polémico desempeño como gobernador, como secretario de Gobernación y como empresario de López Hernández.

Si, como se ha publicado, López Obrador intercede por su “hermano” estaría obviando que Claudia no solo ha consolidado su poder hacia adentro. Ella tiene algo que Andrés Manuel nunca pudo o intentó: una relación con Estados Unidos más alienada a intereses mutuos, entre ellos, la seguridad.

La alumna está superando al maestro. Los entenados de éste no se muestran complacidos de tal desempeño. Y no sería raro que el clan familiar, por su parte, resienta y resista el escenario donde su relevancia, solo por ser hijos de, quede a nivel de un pie de página.

En el marco de su primer aniversario en Palacio, Sheinbaum hizo fijar en la conversación la etiqueta de #muchapresidenta. Así se siente, así se asume. Es un mensaje con múltiples destinatarios pero inequívoco: en esencia, el regateo a su modo de hacerse del poder no le desvela.

Y en el plano sucesorio, otra fortaleza. La caballada que no depende de ella hoy está flaquísima. Los que puntean Omar García Harfuch y Marcelo Ebrard, son gente plegada a Palacio. Los puros no tienen cartas, la presidenta tiene dos. ¿Los hijos, qué partida intentarán?

Relación tersa con la IP, confianza y colaboración de Estados Unidos, criminales —convencionales— en modo de defensa, corruptos tomando nota de que el recreo está cambiando de reglas, más prensa amiga, cero escándalos personales y mayor reconocimiento que AMLO…

Al cumplirse un año el balance de lo hecho y lo pendiente, incluido cómo su perfil político llena el espacio, se registra extraordinariamente en cuanta encuesta surja. Una popularidad que nadie pone en duda aunque de inmediato salga el “pero es que falta lo que diga Andrés”.

Doce meses de un talante, el de Claudia Sheinbaum, a la altura de cualquier otro primer año de cuanto mandatario mexicano le pongamos enfrente. Un periodo que para su análisis y prospectiva demanda ser enunciado, llanamente, solo en el nombre de Claudia Sheinbaum.

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Sobre la firma

Salvador Camarena
Periodista y analista político. Ha sido editor, corresponsal y director de periodistas de investigación. Conduce programas de radio y es guionista de podcasts. Columnista hace más de quince años en EL PAÍS y en medios mexicanos.
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