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Crimen organizado
Tribuna
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Siga el rastro del yate

En México, el gran dinero no solo acaba en paraísos fiscales, lo peor es que financia al narco

Vista de el malecón de Isla de Venados, Mazatlán, México.
Carmen Morán Breña

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Es ver un yate y pensar en dinero sucio, qué mala costumbre. Pero eso nos enseñaron los Panama Papers, los Pandora Papers o cualquiera de esas islas que también deberían acabar en Papers. Siga la pista del yate. Cuando uno tiene tanto dinero que puede comprarse un barcazo de lujo más vale sospechar de oficio. Hay negocios, todos ellos relacionados con el placer prohibitivo que ponen la mosca detrás de la oreja, por ejemplo, los que dirigían la parejita que forman Raúl Núñez Ríos y Sheila Paola Urías Vásquez, él, un abogado de 44 años con inmobiliarias en las playas de Mazatlán, uno de esos destinos dorados de México, y ella, de 31, daba lecciones de maquillaje en You Tube y en menos de un año tenía su spa y salón de belleza para la misma clientela de dientes de oro. Alrededor de ellos, modelos, influencers y el Partido Verde, la receta habitual. Lo que había detrás de tanta prosperidad era una lavandería para los hijos del Chapo Guzmán. En México, yate puede sustituirse por buchones del narcotráfico. Se tira de ese hilo y acaba por verse a quiénes financian los ricos.

El Departamento del Tesoro estadounidense ha publicado sus nombres como colaboradores del entramado criminal y ha tomado medidas para sancionar a las empresas involucradas en la red. El rastro del dinero es una de las mejores fórmulas para acabar con los mafiosos, bien lo aprendió Al Capone. El problema de tener tanto billete es que llega un momento que no hay forma de esconderlo, por más que se han perfeccionado las islas del tesoro. Estados Unidos lleva tiempo colaborando con México o México con Estados Unidos, según se mire, para acogotar a los grandes capos por la vía de los ingresos tanto como con operaciones policiales, siempre más riesgosas. Pero la hidra tiene demasiadas cabezas y a rey muerto, rey puesto.

El narcotráfico es una de las empresas más poderosas de México, el quinto empleador del país, según contó la prestigiosa revista Science. Con unos 175.000 integrantes en sus filas, supera a conglomerados como Oxxo o Pemex, y eso que no dejan de encarcelarlos o matarlos. Pero aquel estudio que asombró al mundo en 2023 ya advertía que solo habían contado a los sicarios, es decir, al Ejército al mando de la violencia. No estaban incluidos personajes como Núñez y Urías ni mucho menos los miles de personas que se desempeñan en los negocios que regentan ellos y otros. Porque parte de las tareas y la contabilidad de esas empresas es lícita.

Si los ciudadanos dispusieran de una lista de cada uno de los establecimientos que el narco aprovecha para limpiar su dinero y seguir ensuciando el mundo, al menos podrían elegir mejor sus hoteles y restaurantes cuando salen de vacaciones. Los que no tendrían tan fácil la elección son esos trabajadores honrados que remueven el cemento y colocan los ladrillos en el beach club. La asignatura pendiente es que toda esa actividad económica pase a manos legales y pague impuestos. Solo así los gobiernos serían más ricos y los más ricos estarían en la cárcel. O por lo menos algunos de los que tienen yates.

Revisar con lupa aquellos negocios alrededor del lujo no se hace tan difícil, ¿verdad? Pues debe serlo, habida cuenta de los muchos truhanes que se esconden detrás de los negocios. Las grandes fortunas, sucias o limpias, juegan al ratón y al gato con quienes tratan de fiscalizar sus cuentas e inventan tramas tan enmarañadas para ocultar los dineros que sorprenden al más ducho. Llegará un día en que esas mentes tan agudas jueguen en el campo de los honrados. O no llegará.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.
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