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Elección judicial
Columna
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Poder Judicial: nada de sufragio efectivo y algo de reelección

El hilo de acontecimientos que desembocarán en las urnas el domingo contradicen lo aprendido, y avanzado, en medio siglo de reformas

La ministra Yasmín Esquivel durante un acto de campaña para las próximas elecciones judiciales, el 30 de marzo en Estado de México.
Salvador Camarena

“Sufragio efectivo, no reelección” fue la consigna que condensó el hartazgo frente a una dictadura que se daba un barniz de legitimidad al simular comicios. La frase maderista dio pie a una Revolución y ésta a un régimen que asumió la proclama traicionándola.

Con los generales sonorenses y a la mala, México adoptó la parte de “no reelección”, pero ni con Lázaro Cárdenas, revolucionario en muchos sentidos, se avanzaría en volver realidad lo del “sufragio efectivo”. Luego, el PRI elevó a grado cínico la simulación electoral.

La famosa “caída del sistema” en la elección presidencial de 1988 fue el parto de los montes de la democracia. Es decir, sí, fue un cisma rumbo al sufragio efectivo, pero las múltiples reformas para elecciones libres y equitativas fueron producto de duros jaloneos con el régimen.

Y hasta el último minuto de la elección del 2000, el PRI vivió en la ilusión de que no acabaría ese 2 de julio el dominio político que tuvo por siete décadas. Ni la pérdida de la mayoría legislativa en San Lázaro en 1997 les preparó para esa derrota.

Porque el PRI-Gobierno no veía el país que era obvio para tantas y tantos mexicanos. Un país, en la debida proporción, harto del tricolor como antes estuvo hastiado de Porfirio Díaz y sus simulaciones. Un México que quería, además de no reelección, que el voto contara.

Esa conveniente miopía desde el poder suele ser así: una profunda negación a prueba de las aberraciones que, a pesar de la férrea censura y el acoso gubernamental, prensa e intelectuales denunciaban y sustanciaban en tan defectuoso modelo.

Tan solo dos años antes de la conmoción electoral de 1988, el PRI se negaba a acusar recibo de esto que describió José Agustín Ortiz Pinchetti en su crónica de la operación electoral que impidió al PAN hacerse de la gubernatura de Chihuahua en 1986: “Para poder cronicar los transparentes comicios del domingo pasado en Chihuahua, será necesario convocar el realismo mágico de Gabriel García Márquez; solo así describiríamos la enorme riqueza del ingenio del fraude que se inicia con la propaganda abusiva, el prefraude, la disposición de fondos públicos, la coalición entre el partido oficial y el gobierno, el bloqueo de todo género de propaganda opositora, las campañas ingeniosas de calumnia y descalificación…”.

En unas cuantas líneas, Ortiz Pinchetti, fallecido en agosto pasado mientras se desempeñaba como Fiscal de delitos electorales en este régimen, retrata lo que era común en la cultura del fraude que los priistas crearon pero que, quién lo duda, mucho les trascendió.

No sobra decir que Chihuahua tendría que esperar seis años para que la voluntad popular se respetara: al PRI no le incomodaba que lo ocurrido en 1986 se terminara conociendo como el “fraude patriótico”, dado que no veían mal impedir al PAN tener un estado fronterizo.

Si eso cambió se debió a que muchas personas, entre ellas el propio Ortiz Pinchetti, se involucraron para darle a la nación un sistema electoral donde la competencia fuera equitativa, el árbitro imparcial y, nada menor, una realidad la posibilidad de tener éxito al apelar.

El común denominador de las sucesivas reformas tras la sucia elección de 1988 fue quitar al gobierno control e influencia en todas las etapas de los procesos electorales. Justamente lo que ha cambiado desde 2018. Justamente lo que hace inviable la cita del 1 de junio.

Porque independientemente de los argumentos a favor o en contra de elegir en las urnas a jueces, magistrados y ministras y ministros, el hilo de acontecimientos que desembocarán en las urnas el domingo contradicen lo aprendido, y avanzado, en medio siglo de reformas.

El sentido aperturista de las leyes que se fueron negociando desde 1977 chocará con una fuerza política que machuca sin rubor sus luchas del pasado: Morena ha cooptado al árbitro (INE y Tribunal), apoya sin disimulo unas candidaturas sobre otras, sus medios satelitales apoyan en Palacio Nacional mismo a algún candidato a la Corte, los ciudadanos han sido marginados de la centralidad de la garantía del conteo de los votos (por primera vez desde los noventa), y el acarreo, acordeones incluidos, está de regreso con tal descaro que el dinosaurio priista soltaría una lagrimita de pura nostalgia.

El tema no es si uno va a votar o si no va a votar, decisión libérrima de un sistema que no obliga a la ciudadanía a ejercer ese derecho. El tema es si el ejercicio, independientemente de lo que decidan unos u otros, calza con la centenaria aspiración de Madero.

Ese sistema, ese con el que en 2018 ganó Morena, se construyó, en palabras de José Woldenberg, presidente electoral (1996-2003) “de tal suerte que todos los eslabones del proceso garantizaran su absoluta imparcialidad, porque, ya se sabe, si uno solo de los eslabones de la cadena está trucado, toda la cadena se descompone”.**

En algún libro leí que a Dios le gusta pegar en los bajos. Si la era priista nos llenó de mapaches, ratones locos, carruseles, compra del voto y los acarreos, con Morena, que prometió regenerar la vida pública, Dios nos tenía reservada “el acordeón del bienvotar”.

La cadena está descompuesta y no solo por un eslabón. La presidenta denuesta a la oposición casi tanto como su predecesor; el voto corporativo, cual Frankenstein, cobra (vaya verbo) vida; el INE es una broma; el Tribunal, un descaro. Y no pocas candidaturas tienen una exposición mediática que emula a la que gozaban los candidatos presidenciales de la era del partidazo.

No hay equidad en esta competencia y no hay medios de impugnación con imparcialidad creíble. Tres décadas de negociaciones entre la derecha, el PRI y la izquierda de Ortiz Pinchetti para avanzar en democracia, tiradas a la basura de la historia.

Y encima, algunas de las personas que van a ganar (porque en no pocas candidaturas hasta eso se perdió, el margen, mayor o menor, de incertidumbre) son casos de reelección.

Reforma judicial: ni sufragio efectivo, y algo de reelección. Y de aquí, para el real.

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Sobre la firma

Salvador Camarena
Periodista y analista político. Ha sido editor, corresponsal y director de periodistas de investigación. Conduce programas de radio y es guionista de podcasts. Columnista hace más de quince años en EL PAÍS y en medios mexicanos.
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