Chapula, el pueblo mexicano que se resiste a desaparecer
A un mes de que las lluvias torrenciales del huracán ‘Priscilla’ anegaran una comunidad de apenas 200 habitantes en Hidalgo, solo seis personas apuestan aún por reconstruir sus hogares

De 200 habitantes, ahora solo quedan seis. Todos los demás se han ido de Chapula, una comunidad en la huasteca de Hidalgo que solía estar rodeada por un río y es una de las más afectadas por el paso del huracán Priscilla un mes atrás. Las lluvias torrenciales enterraron la localidad con una fuerza que, dicen los que han decidido reconstruirla de la nada, “no se había visto en 100 años”. Raúl Jiménez Montiel, un hombre de 50 años que se dedica al campo, está cuidando la entrada al pueblo, que pertenece al municipio de Tianguistengo, mientras algunas familias regresan solo a rescatar de sus hogares lo poco que dejó el agua y el lodo. Todavía hay quienes mantienen la esperanza de levantar una población que quedó incomunicada, sin luz ni servicios básicos.
La única forma de llegar a Chapula ahora es a caballo o caminando por las montañas, un trayecto que puede tomar más de tres horas de caminata desde el punto más cercano. Muchos de sus habitantes, resignados, ya no volvieron después de las lluvias. Pero Zoralia Cruz Hernández, de 32 años, no quería dejar atrás dos cosas fundamentales para ella: una figura de aproximadamente un metro de San Judas Tadeo, que asegura siempre la ha cuidado, y sus animales, entre ellos, dos cerdas. Una de ellas está cerca de parir. Además de cerdos, perros, algunos patos y las gallinas que sobrevivieron empiezan a reclamar ahora las calles del pueblo como suyas, ya que no hay forma de sacarlos de ahí.

Por lo difícil de entrar y salir de Chapula, a Zury -como le dicen cariñosamente en el pueblo- no le queda más remedio que resignarse a dejar a “su puerquita” allí, pero al menos resguardada dentro de su propia casa. “Anduve batallando con ella, porque yo siempre la he cuidado. Sí me duele, porque andaba afuera y sola y va a tener unos puerquitos”, cuenta la mujer que se dedicaba a la cría de porcinos, mientras masajea la panza embarazada del animal. Intentando contener el llanto por todo lo perdido y frente a la visión de su hogar toda enlodado, recuerda que las lluvias casi se llevan a su Lupita. “Hace un rato vine cargando alimento para darles de comer porque para mí ellos son parte de mí. Ya tengo tiempo cuidándola y no me gusta dejarla sola”, cuenta sobre su cerda.
Cerca de ella, Alberto y su hermana Edith siguen ahí. Son de los pocos. Intentan volver a poner en pie su negocio para que la comunidad tenga una oportunidad de mantenerse viva, pese a que ha sido declarada inhabitable por las autoridades mexicanas. Ante los daños en Chapula, la balanza se inclina más por empezar de cero en otro sitio que por la reconstrucción. Pero los hermanos se resisten a renunciar a su criadero de mojarras. El agua se lo llevó y solo dejó una pequeña presa llena de lodo. “Venimos a recoger lo poco de pescado que quedó”, dice Edith. Como ellos, los pocos que han regresado al pueblo intentan devolver a la vida las tierras que alguna vez estuvieron llenas de cultivos de maíz, calabaza y frijol y que hoy están sembradas de piedras y barro. “Teníamos que venir a ver qué quedaba porque, pobrecitas mojarras, algunas seguían aquí en el lodo”, añade Beto, el apelativo con el que conocen al hermano mayor. A don Antonio Bautista Hernández, un agricultor del maíz de 54 años, las lluvias le quitaron lo que consiguió levantar tras migrar y volver a Chapula: una casa y unas tierras en las que hasta hace un mes cosechaba esperanza.
El gobernador del estado de Hidalgo, Julio Menchaca Salazar, anunció que el pueblo de Chapula fue declarado como una zona inhabitable después de las lluvias en la sierra, indicando que “ya no hay casas” en esta comunidad. Sus pocos habitantes se quejan por no haber sido notificados oficialmente y se resisten a dejar atrás sus pertenencias. Entre ellos, don Nabor Hernández Montiel, un ganadero y agricultor de 57 años que sirvió de guía en buena parte de este recorrido de EL PAÍS. En su empeño en recuperar la vida del pueblo, va y viene hasta tres veces al día para tareas de limpieza y de recuperar enseres. La bajada es de hora y media, pero la subida toma más de tres horas desde Pemuxco, el poblado más cercano.

Hay helicópteros que bajan a dejar agua y algunas despensas, pero ya no llega ningún otro tipo de ayuda ni volvieron aquellas manos que ayudaban a los habitantes a retirar el lodo en los primeros días. No hay accesos carreteros, ni luz, ni señal de telefonía.
Don Antonio es -junto con Edith, Raúl, Rey, Maximina y su hermano mayor Beto- uno de los últimos seis habitantes fijos de Chapula. Están organizándose para formar una comisión que presente su caso ante las autoridades en un intento de defender sus tierras y su existencia como comunidad. Dicen que están dispuestos a arriesgar su vida si se repitiese este tipo de inclemencias torrenciales. Los demás vecinos hacen el recorrido de bajada y subida mientras recuperan sus pertenencias o mantienen vivos a sus animales pero ya no hacen base en el pueblo. La escena, admiten, se vive con desolación. Chapula solía ser un pueblo lleno de vida, con un puente colgante que adornaba el paso del río y pozas grandes en las que sus residentes nadaban y disfrutaban de la naturaleza.
Hoy, de eso solo queda el recuerdo. Las calles permanecen cubiertas de barro, cada vez más seco, y el puente es apenas un cable de alta tensión al que se aferran quienes pretenden cruzar el río sin que los arrastre la corriente. El agua clara de antes sigue marrón y aún fluye con una fuerza avasalladora que desanima el regreso de los que sobrevivieron. Los seis de Chapula se sienten condenados a desaparecer, pero se declaran en resistencia.





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