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Del chibalete al mimeógrafo: la historia de la modernidad contada en más de 3.000 objetos expuestos en el MODO de Ciudad de México

El Museo del Objeto del Objeto celebra 15 años con una muestra que reúne una parte sorprendente de su enorme acervo, contada a través del abecedario en una original narrativa visual

Carlos S. Maldonado

Cuando en 1968 el coleccionista Bruno Newman compró en el mercado de pulgas La Lagunilla de la capital mexicana una vieja caja de perfume, no se imaginó que sería el inicio de una obsesión por el coleccionismo que lo llevaría a crear uno de los museos más singulares de Ciudad de México. Aquel recipiente de “Perfume Pompeia” de L. T. Piver que muestra a una mujer ataviada con ropaje helénico y cargando rosas, es ahora la pieza 001 de una colección de más de 200.000 artilugios que forman el acervo del Museo del Objeto del Objeto (MODO), galería que cumple 15 años sorprendiendo a los visitantes con las más singulares piezas que cuentan la historia de una humanidad que se aferra a la modernidad: desde viejas imprentas hasta lavadoras manuales del siglo XIX. “Es un acervo muy valioso y único en su tipo en México”, afirma Paulina Newman, directora del MODO e hija del fundador.

El museo, instalado en una hermosa casa porfiriana de la coqueta colonia Roma, abrirá el próximo domingo una peculiar muestra que exhibe más de 3.000 objetos cuidadosamente seleccionados de la inmensa colección para demostrar la riqueza de la que habla Paulina Newman. La exposición ha sido titulada +3,000 objetos | 26 letras y se aferra al abecedario para desarrollar una original narrativa visual, porque “cada letra es un universo”, como explican los curadores. Un corazón abre ese abecedario de objetos bajo la palabra afecto, que incluye apasionadas cartas de amor y viejas fotografías en sepia o blanco y negro de parejas en ardiente deseo. “La intención principal era poder mostrar el acervo, su diversidad, todos los alcances que tiene”, explican Manuel y Christian Cañibe, hermanos a cargo de la curaduría de la exposición.

Organizar la muestra les llevó más de un año de trabajo, porque tuvieron que sumergirse en más de 250 cajas de objetos para encontrar los adecuados para cada letra. Así, la palabra oro reúne a todas las cosas doradas que más les atrajeron, mientras que escritura tiene una hermosísima colección de viejas cajas de tinta, lápices, borradores y plumas. El trabajo tuvo sus retos, como el hecho de intentar agrupar objetos bajo la letra Ñ, si bien símbolo del español, complicada a la hora de hallar imágenes que la representen. La solución fue usar una palabra magnífica: ñáñaras, que define la repulsión que provoca una situación desagradable. Ahí están exhibidas una cabeza encerrada en un cristal, tarántulas, escorpiones y muñecos fantasmagóricos. “El reto era justamente encontrar un formato con el cual poder darle a la exposición un toque atractivo para el público, que pudiera ver las posibilidades de lectura que los objetos contienen”, dice Manuel Cañibe.

La exposición reúne máquinas que parecen artefactos mágicos, pero que son el testimonio de esa perpetua lucha de la humanidad por alcanzar la modernidad. El chibalete es uno de esos objetos, un precioso armazón de madera utilizado en las imprentas para guardar los tipos de letra usadas para componer textos. Hay una majestuosa lavadora Coffield del siglo XIX que al verla uno cuestiona que haya ayudado a mejorar el trabajo hogareño a las mujeres, pero que sin duda en su momento fue toda una innovación. Está también una troqueladora que grababa cifras, nombres o datos en metal y un mimeógrafo para reproducir textos, el abuelo de las actuales fotocopiadoras. “Queremos que las personas se enfrenten a la memoria a partir de cosas que formaron parte de su vida o de sus familias, cosas que había en las casas”, asegura Manuel. “Queríamos remitirnos a los objetos de manera textual, alegórica, sugerente, para que provoquen la evocación de otra manera”, afirma su hermano Christian.

Es una cita con la historia contada desde una cotidianidad pasada, que despertará nostalgia entre quienes la visiten. Porque aquí se muestran las botellas viejas de refresco y cervezas, algunas marcas ya desaparecidas; los cajones de los limpiabotas —boleros, se les llama en México— adornados de forma kitsch, pero original, algunos con billetes de los años setenta. Los amantes de la música podrán observar los tocadiscos portátiles que fueron el origen de los ya fallecidos walkman y discman y el corazón de los periodistas laterá a otro ritmo con las viejas Remington que alguna vez marcaron la banda sonora de todas las redacciones del mundo. “Queremos mostrar la capacidad que tienen los objetos de contar la historia, porque cuando ves el acervo del museo te das cuenta de que si sabes verlos de diferente manera o hacerles las preguntas correctas, te dicen mucho de qué estaba pasando en el mundo cuando fueron producidos, qué necesidades había, qué gráfica se usaba en ese momento, qué materiales había”, explica Paulina Newman. Ese viaje por la historia comienza el próximo 5 de octubre en la hermosa casona porfiriana de la calle Colima 145, en la colonia Roma.

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Sobre la firma

Carlos S. Maldonado
Redactor de EL PAÍS México. Durante once años se encargó de la cobertura de Nicaragua, desde Managua. Ahora, en la redacción de Ciudad de México, cubre la actualidad de Centroamérica, temas de educación, cultura y medio ambiente.
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