Luis Estrada: “La clase política en México es poco fiable, corrupta e impune”
El director mexicano estrena en Netflix ‘Las muertas’, una miniserie basada en la famosa novela de Jorge Ibargüengoitia y que considera una “crítica vitriólica” sobre la realidad mexicana

Una de las grandes escenas de Las muertas, la miniserie que firma en Netflix el director mexicano Luis Estrada, muestra a un grupo de políticos en una bacanal de sexo y alcohol en un prostíbulo. Los hombres, que beben, besan a las prostitutas y bailan apasionados con ellas, se desbocan en una orgía de tequila que les calienta la sangre y el patriotismo. Es 15 de septiembre y las hermanas Baladro, madrotas de larga carrera, inauguran su nuevo y más fulgurante lupanar. A la fiesta han asistido todos los nombres de peso del Estado y el municipio, incluyendo el cura que da su bendición y pide prosperidad para el negocio. Cerca de la medianoche el furor nacionalista es tal, que el secretario del gobernador sube a un balcón de la mancebía y con el pecho henchido de orgullo y la bandera en la mano da el grito de la independencia. ¡Viva México!, chingao.
Esta es la más reciente provocación de Estrada (Ciudad de México, 63 años), el irreverente director que es una de las voces más aplaudidas del cine mexicano. La escena es una adaptación de la escrita por Jorge Ibargüengoitia en Las muertas, la celebrada novela que durante mucho tiempo rondaba la cabeza de Estrada y sus ganas de filmarla. Primero la pensó como película, pero luego llegó a un acuerdo con Netflix —compañía con la que parece haberse reconciliado después de una dura riña debido a la distribución de su anterior filme, ¡Qué Viva México!— y decidió adaptarla en formato de miniserie: seis capítulos de una hora de duración. El resultado ha sido una producción portentosa, muy cuidada y adictiva, que Netflix estrenará el 10 de septiembre. Cuenta la historia de las Baladro, inspiradas en las hermanas Valenzuela, más conocidas como Las Poquianchis, terribles personajes que sembraron el miedo en los años 50 del pasado siglo. Eran cuatro hermanas dedicadas a la prostitución y trata de mujeres y, según cifras oficiales, asesinaron a más de noventa personas, la mayoría sexoservidoras que trabajaban en sus burdeles. Se cree que muchas de las asesinadas fueron enterradas vivas.
Ibargüengoitia contó la historia de las siniestras hermanas con mucho humor y con la ironía que le caracterizaba, pero también con una dura crítica a la clase política mexicana, siempre señalada de corrupción, y a la misma sociedad, mojigata en lo superficial, pero profundamente contradictoria, “quejumbrosa, insatisfecha” y que “sabe que vive en un mundo infantil, en el que no llora no mama”, como el mismo escritor la describió en otro de sus clásicos, Instrucciones para vivir en México. “En cualquier organismo mexicano que examinemos, encontraremos una persona que funge como rey y que ejerce poder ilimitado y por derecho divino”, dijo de la clase política. De ese poder se aprovecharon Las Poquianchis y crearon un emporio de lenocinio con mucha impunidad y con la bendición de los hombres de autoridad de su tiempo. Esa es la historia que presenta ahora Estrada en un serial que arrancará muchas carcajadas y también muecas de disgusto.

Pregunta. Parece que la vida los tenía destinados a trabajar juntos, a usted e Ibargüengoitia. Son dos provocadores.
Respuesta. Dos provocadores natos. Mis cinco últimas películas tienen esta especie como de distorsión, como un espejo de esos de las ferias, en el que sí estás retratando, pero no es de una manera realista, naturalista o documental, sino que utilizas las herramientas que te da la misma sátira para crear estos personajes, retratar estas situaciones tan complejas de nuestra realidad.
P. ¿Por qué le atrae tanto la caricatura política?
R. He sido muy minucioso en la manera de tratar de entender quiénes somos y cómo somos los mexicanos. A mí, además del cine, hay muchas otras cosas que me interesan, como la historia, la política, la economía, la literatura, el arte mexicano y creo que la mejor manera de entender y analizar la historia del país es a través de la caricatura. Los muralistas Rivera, Orozco, Siqueiros usaban un poco esta brocha gorda, este retrato no demasiado sutil, para reflejar a un país y a una realidad. Las muertas llegó en el momento en el que debieron llegar. Y me alegro de ello.
P. ¿Por qué se decantó por esta obra de Ibargüengoitia?
R. Desde muy joven tuve una fascinación por la literatura de Ibargüengoitia, porque maneja como nadie el que para mí es mi género favorito, que es la sátira y el humor negro. Las muertas fue una especie de revelación, porque obsesionado por la historia, la literatura, la política, el humor, la sátira, el retrato de este país, de un tema tan escabroso, tan por momentos sórdido, con este tratamiento magistral que hacía Ibargüengoitia, me sentí muy atraído y se volvió una especie de obsesión cíclica en mi carrera el querer algún día tener la oportunidad de hacerla.
P. ¿Por qué en formato de serie y no en película como hizo con otras obras de Ibargüengoitia?
R. Nunca me imaginé haciendo una serie para la televisión, pero también el mundo ha ido cambiando, porque estos últimos años han sido de un vértigo en las transformaciones que hemos tenido, tanto en la forma en la que consumimos información como de entretenernos. Francisco Ramos, el director de Netflix para América Latina, me preguntó qué me gustaría hacer y lo primero que pensé fue en Las muertas, y reflexioné sobre cómo hacer esta maravillosa historia sin tener que sacrificar demasiado. Terminó siendo una serie de seis capítulos.
P. ¿Se sintió cómodo con la experiencia de hacer una serie?
R. Me encantó. Fueron 22 semanas de rodaje, muy ambicioso en términos de la cantidad de personajes, de locaciones, los Estados en los que se grabó. Construimos cuatro foros en los Estudios Churubusco, para recrear todos los burdeles de las Baladro, y muchos otros sets. Tuve la gran ventaja de que el proyecto a los ojos de todos los que participaron era muy atractivo, todos los actores venían con mucho entusiasmo. Abordamos la grabación como si fueran seis películas con una sola línea dramática, que es el ascenso y la caída de las hermanas Baladro. Creo que la forma en la que se adaptó era la mejor para llevarla a la pantalla.

P. ¿Se propuso mantener el humor y la ironía de Ibargüengoitia?
R. Sin ningún lugar a dudas fue un reto. Lo digo un poco en broma y un poco en serio, pero a lo largo de mi carrera siempre he estado alrededor de ese tono. Ibargüengoitia tenía esta visión crítica, ácida, vitriólica sobre la realidad mexicana y también es una gran coincidencia la de jugar con espejos con los problemas de esa época, que para bien o para mal siguen siendo los mismos problemas de nuestra época: la corrupción, la impunidad, la trata de mujeres, la desaparición de las mismas. También creo que es algo muy de nuestra manera de entender la realidad, la de juguetear y coquetear siendo conscientes de las gravedades de muchas situaciones que se dan a diario en nuestro país, encontrar la manera también de acercarse a ellas con ironía.
P. ¿Sigue siendo México el mismo país que retrató Ibargüengoitia?
R. Es importante que te diga que yo no me siento ni politólogo, ni historiador, ni analista; yo soy un contador de historias y de cuentos a través del cine y, en este caso, a través de la serie. Pero creo que los problemas esenciales de México están enquistados en esta sociedad y que, efectivamente, cambian los rostros, cambian las promesas, cambia la clase política, ha habido unas supuestas alternancias, pero creo que no se ha dado realmente una transición completa. A lo mejor, claro, hay matices, sutilezas, pero la esencia, cuando tú hablas de una clase política, se mantiene muy poco fiable, corrupta, impune. Ibargüengoitia retrataba un país del PRI, pero la esencia de la desigualdad social, el abuso y la violencia siguen y Las muertas es un ejemplo de que estaba en nuestro ADN.
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