Marcial Maciel: arrojar luz tras 80 años de oscuridad
La difusión de la serie documental ‘Marcial Maciel: el lobo de Dios’ es fundamental porque la Legión de Cristo apuesta al olvido de los crímenes de su fundador

Hoy sabemos que Marcial Maciel abusó de al menos 60 menores de edad; que compró la protección de obispos y cardenales; sabemos, sin sombra de duda, que se inyectaba cantidades de morfina que habrían derribado a un caballo. Sabemos que mandó a disidentes de la Legión de Cristo a tratamientos psiquiátricos donde los drogaron y neutralizaron; sabemos que amenazó de muerte, y que por lo menos uno de los amenazados murió en un extraño accidente.
Además, practicó otros delitos menores: plagió libros enteros, falsificó documentos y se hizo pasar por agente de la CIA o de la petrolera Shell.
Vestido de sotana negra, de ojos azules y peinado de raya, ese hombre convenció a decenas de miles de que era un santo en vida: la providencia le hablaba al oído. Con ese disfraz, creó un emporio religioso, educativo y financiero calculado en 25.000 millones de dólares.
Los Legionarios de Cristo y el Regnum Christi —dos organizaciones sectarias que lo sobrevivieron— acumularon cientos de colegios y una decena de universidades en diversos países, además de un banco, medios de comunicación e inversiones millonarias. Según el periodista Raúl Olmos, invertían incluso en armas, condones y pornografía.
Pero esto que sabemos hoy era imposible escribirlo hasta hace pocos años. Las élites mexicana y vaticana tenían un pacto de encubrimiento para proteger a Marcial Maciel. Ese pacto lo encabezó el papa Juan Pablo II. En México tuvo aliados de poder. Apellidos como Slim, Servitje, Azcárraga, entre otros empresarios; políticos como Ernesto Zedillo y Marta Sahagún, y prelados como Girolamo Prigione y Norberto Rivera, le ofrendaron su respaldo, aun cuando ya eran públicas las denuncias de sus crímenes.

Hay recuerdos que no se borran y te persiguen para siempre. Eso me pasó a los 15 años de edad. Era la primavera de 1997 y vi en la televisión el testimonio de unos hombres en sus sesentas, con trajes elegantes y cabello blanco, contar al mundo que habían sido ultrajados sexualmente por el sacerdote Marcial Maciel cuando tenían la edad que yo tenía en ese momento.
Aún hoy en 2025, después del #MeToo, se requiere un montón de coraje para hacer una denuncia pública de abuso sexual. Hace 28 años era mucho peor: un estigma, una marca de impureza, una invitación a ser escarnecido socialmente.
Esos valientes eran José Barba, Juan José Vaca, Alejandro Espinosa, los hermanos Fernando y José Antonio Pérez Olvera, Saúl Barrales, Félix Alarcón y Arturo Jurado. CNI-Canal 40, la pequeña televisora que transmitió sus testimonios, pagó el atrevimiento con un sabotaje publicitario que le llevó a la bancarrota.
Algunos años después, en enero de 2005, volví al estupor: ahora Maciel —o su estela— me tocaba directamente. Yo tenía 23 años y era un novato reportero de un periódico, asignado a la cobertura del sector religioso. De repente, llegó la noticia más importante para quien cubría esa fuente: sorpresivamente, Marcial Maciel renunciaba a la dirección general de los Legionarios de Cristo, la congregación religiosa que había fundado en 1941.
El diario en el que trabajaba publicó las notas de rigor sobre Maciel. Pero aquellos textos un poco más profundos e investigados simplemente se perdían entre las carpetas de los editores y nunca llegaban a la edición impresa. Meses después me enteré de que las redes de Maciel llegaban hasta la dirección general del periódico. Esa fue mi pérdida de inocencia periodística: saber que hay poderes que impondrán la censura y no sentirán la necesidad de darte una explicación.
La estrategia de Maciel era sencilla: promover la canonización de su madre, Maura Degollado, para que luego los legionarios promovieran la suya. Su mamá no era ninguna santa, pero al interior de la Legión ya se le rendía culto. De haberse salido con la suya, Maciel habría ascendido a los altares y sepultado así su oscura vida delincuencial.
Pero no lo logró gracias a un grupo de ocho hombres tenaces, que habían sido reclutados en la infancia y habían tenido el coraje de abandonar la Legión de Cristo. Esto era en sí un acto de valentía, porque dejar una secta es muy difícil y poca gente lo logra.
En los años 90, ellos se enteraron de que un niño había sido abusado sexualmente en el Instituto Cumbres —fundado por Maciel en 1954— y se sintieron compelidos a decir basta. La tarde del 1 de enero de 1994 estos hombres se reunían en el Sanborns de San Ángel para reconocerse y contar sus historias, su propio MeToo: yo también fui abusado por Maciel; a mí también me hizo creer que yo era el favorito; a mí también me mandó a conseguirle droga.

Se tardaron tres años en salir a denunciar: sabían que en México nadie estaría dispuesto a publicar sus testimonios. Buscaron un reportero en Estados Unidos y encontraron a Jason Berry, pero él topó con pared. Ni The New York Times ni The Washington Post quisieron llevar la historia. Tuvo que encontrarse, casi por casualidad, con Gerald Renner, reportero de un diario pequeño pero combativo, el Hartford Courant, de Connecticut. Ambos publicaron el reportaje en febrero de 1997.
Los ocho exlegionarios serían conocidos entre sus pares como “los ocho magníficos” (8M). De no haber sido por ellos, hoy Maciel estaría en camino a los altares. La pregunta es: ¿cuántos como Maciel se salieron con la suya porque no tuvieron a sus 8M?
Este 14 de agosto se estrena la serie Marcial Maciel: el lobo de Dios, en HBO Max, en la que tuve la suerte de participar como investigador y entrevistado. Su difusión es fundamental porque tanto la Iglesia católica como la Legión de Cristo apuestan al olvido: a ocultar bajo la alfombra las fechorías de Maciel y presentarlo como un criminal solitario. Muerto el perro, se acabó la rabia.
Sin embargo, la Legión reconoció a otros 30 sacerdotes pederastas en sus filas. Hoy, dos sacerdotes de la cúpula legionaria, Antonio Cabrera y Marcelino de Andrés, enfrentan procesos judiciales por abuso de menores en México y España, respectivamente. En Chile se han destapado casos de violaciones atribuidas a legionarios después de la muerte de Maciel. Por mucho menos, el papa Francisco extinguió al Sodalicio, una congregación con un fundador pederasta.
José Barba —el líder moral de los 8M— ha pedido un “juicio de Núremberg” a la Legión de Cristo: un proceso de verdad y sanación que exponga no sólo los abusos sexuales sino el sistema de control sectario de la congregación, y que repare a sus víctimas: que arroje luz tras 80 años de oscuridad.
Le queda pendiente al papa León XIV decidir si se atreve a investigar la verdad.

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