Soy vecino del barrio más ‘cool’ del mundo: en la Colonia Americana también hay peligro y delito
La revista ‘Time Out’ eligió la Colonia Americana, en Guadalajara, como el mejor barrio del planeta, pero para quienes viven en estas calles la zona no es segura


Soy vecino del barrio más cool del mundo y eso sin necesidad de pagar una mudanza a Nueva York, París o Viena. Nada de eso. Porque la revista Time Out, emblema de una marca internacional de medios que promueven el turismo, la hostelería y el entretenimiento, eligió a la zona de la Colonia Americana, de Guadalajara, como el vecindario más cool en el planeta Tierra en este año del señor 2022.
Como residente del área, debo reconocer mi asombro por los alcances de nuestros cafés, restaurantes, barecitos y antros, del Templo Expiatorio, la avenida Chapultepec y cinco o seis cuadras de la calle Libertad. Y me repito, claro, que debe ser cierto, y que si estoy sorprendido debe ser porque, a veces, uno se ciega a lo inmediato y falla al notar sus méritos y bellezas. Así de malagradecidos somos los humanos. A la vez, y espero que me perdone el señor Time Out (a quien, con el debido respeto, imagino como una persona: un sonriente británico que utiliza bermudas incluso en un día nublado) si le señalo algunos detalles que, para quienes vivimos en estas calles, hacen que la vida diaria resulte un poquito menos cool.

Digámoslo sin tapujos: la Americana no es una zona segura. Tomo como prueba unas cifras que el especialista en estadística Carlos Ruiz, profesor de la Universidad de Guadalajara, obtuvo de reportes de la Fiscalía del Estado de Jalisco y que compartió en sus redes: entre enero y septiembre de este 2022, en el “barrio más cool del mundo” se han denunciado 881 delitos contra la vida, la integridad física y el patrimonio. Hablamos de homicidios (4) y lesiones dolosas (31), y de toda una infinidas de robos: a cuentahabientes de bancos o instituciones de crédito (12), al interior de vehículos (142), hurto de vehículos enteros (194), de autopartes (169), robo a negocios (71), a personas (241) y a casas habitación (17). Todo esto en una ciudad en la que, según el INEGI, solo se denuncian 7.1 de los delitos. Es decir, que existe una cifra “negra” enorme de 92.9%. Todo nos lleva a inferir, pues, que la realidad es incluso peor que esta, ya intolerable.
Si vamos al anecdotario de los círculos cercanos, la cosa se pone atroz. A una amiga y a su novia (funcionarias ambas) las encañonaron unos ladrones cuando salían de un restaurante, las subieron a una camioneta y las llevaron de gira por cajeros automáticos para que sacaran dinero de sus cuentas (y esperaron a que pasara la media noche para eludir el límite de retiros diarios). A otros dos amigos les hurtaron los automóviles de la calle: uno había entrado a una farmacia y otro estaba en una funeraria, dándoles el pésame a los deudos de un fallecido. Estos son los casos más aparatosos pero hay otros. Muchos más.

Yo mismo viví acá sin incidentes durante quince años, en distintos departamentos y casas, antes de mudarme al oeste, a la zona de Zapopan. Volví hace unos meses. La casa en la que vivo ahora tiene su historia, que me fue relatada como para disuadirme de regresar, pero que me consta que es real. Ladrones, a quienes no les importaron las cámaras de seguridad, le tirotearon el tinaco (nadie sabe para qué, pero hubo que cambiarlo), rompieron la mitad de la protección de hierro forjado de una ventana jalándola con barras (fracasaron, pero el intento se hizo), robaron una bicicleta de la cochera, y cinco botes de basura y tres macetas (en distintos incidentes), intentaron forzar las dos puertas metálicas que dan a la calle y trataron de limar una chapa de acero. Hubo que instalar toda clase de cerrojos, candados, alarmas y hasta una cerca electrificada para que los incidentes se detuvieran.
Supongo que los vecinos del área tenemos el consuelo de que podemos bajarnos el susto si seguimos las recomendaciones de la revista; es decir, con una cena gourmet, una visita a un club de música electrónica o un agradable paseo por las banquetas arboladas. Y repitiéndonos como mantra: somos los más cool del mundo. Y lo somos. Hasta que alguien, imagino, nos robe el título.
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