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Dónde encontrar roscones de Reyes que no dejen fuera a ningún niño intolerante o alérgico

En España, se estima que entre un 4 y un 6% de los menores padece alguna patología relacionada con el consumo de ciertos alimentos. Conscientes de ello, muchos obradores han adaptado su oferta a esta realidad que facilita a las familias disfrutar con seguridad de este dulce tan tradicional en Navidad

Roscones de Reyes para niños alérgicos o intolerantes

Durante años, el roscón de Reyes fue uno de esos rituales que no se discutían. Estaba ahí, ocupando el centro de la mesa, y alrededor se repartían coronas, risas y el pequeño suspense del haba. Hoy, en muchas casas, ese momento se ha vuelto más complejo. No por el relleno —nata o sin nada—, sino por algo mucho más prosaico: quién puede comerlo y quién no. En el desayuno del 6 de enero —y ya toda la Navidad o si no antes— conviven intolerancias al gluten, a la lactosa, alergias al huevo o frutos secos, decisiones dietéticas que no son capricho y niños que ya han aprendido a preguntar, leer y mirar antes de probar. El roscón ha pasado de ser un dulce compartido a un posible punto de fricción. Y, sin embargo, también se ha convertido en una oportunidad: la de pensar la fiesta desde la inclusión cotidiana, no desde la excepción.

En España, entre el 4% y el 6 % de los niños sufre consecuencias adversas para la salud como resultado del consumo de determinados alimentos o ingredientes alimentarios, según Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición. “Tales respuestas hipersensibles pueden manifestarse de varias maneras y pueden categorizarse ampliamente como alergias alimentarias o intolerancias alimentarias”, añaden desde el organismo. Y explican que mientras las alergias alimentarias se producen por una reacción adversa del sistema inmune a un determinado alimento, las intolerancias suelen ser más difíciles de caracterizar, ya que pueden estar causadas por componentes alimentarios no proteicos (la lactosa, por ejemplo). Con esta realidad sobre la mesa y con el objetivo de que todo el mundo disfrute del dulce, y de forma segura, durante estas fiestas navideñas, Madrid y otras ciudades llevan años viendo crecer obradores que trabajan precisamente ahí, en ese espacio donde la tradición no se niega, pero se adapta. No todos lo hacen desde el mismo lugar ni con el mismo discurso, y quizá por eso funcionan: porque no prometen milagros, sino normalidad.

Para muchas familias, esa normalidad empieza en Celicioso, situada en pleno de centro Madrid. Entrar en una de sus tiendas no tiene nada de épico, y eso es justo lo relevante. No hay que explicar nada, ni pedir favores, ni cruzar los dedos. El roscón sin gluten forma parte del calendario como lo hacen las cookies o los brownies el resto del año. En comparativas de consumo se ha señalado que sus precios son altos —en torno a los 49,92 euros el kilo—, pero quienes compran aquí suelen poner el acento en otra cosa. “La tranquilidad de no tener que negociar cada ingrediente”, dice un trabajador de la tienda. El roscón no es “el especial”, es simplemente el roscón que se come en casa.

Algo parecido ocurre en Sana Locura Gluten Free Bakery, aunque su relato tiene más de barrio. Sana Locura funciona como una panadería diaria para personas celíacas, y esa rutina se nota cuando llega Reyes. El roscón no aparece rodeado de un discurso grandilocuente, sino integrado en la vitrina como un producto más, con tamaños distintos y precios claros. Hay familias que compran uno pequeño solo para el niño que no puede comer gluten; otras se llevan el grande para todos. En campañas recientes, además, han incorporado versiones veganas, lo que amplía aún más la mesa. Aquí el gesto no es heroico: es práctico.

Más al norte, en San Lorenzo de El Escorial (Madrid), Elka Obrador Sin Gluten ofrece otra narrativa posible. Hablan de fermentaciones largas, de fruta confitada en el propio obrador, de evitar atajos. Su roscón no pretende parecer “especial”, sino reconocible: corona, haba, aroma cítrico. Es un sitio al que muchos padres y madres no acuden solo por Reyes, sino durante todo el año, y eso cambia la relación con el producto. El roscón deja de ser una concesión puntual y se convierte en una continuidad.

En medio de esta conversación aparece una realidad menos ideal: no siempre un solo roscón resuelve todo. Hay mesas donde conviven intolerancias o alergias muy distintas y expectativas también diferentes. En esos casos, algunas familias optan por una solución sencilla y honesta: dos roscones. Uno seguro, pensado para quien no puede comer determinados ingredientes, y otro tradicional, excelente para el resto. Ahí encaja Doble Uve Obrador, un obrador madrileño muy reconocido por la calidad de su roscón clásico. No trabaja la inclusión alimentaria como bandera, pero sí ofrece un producto cuidado que evita la sensación de “roscones de primera y de segunda”. La mesa se equilibra así, sin forzar expectativas imposibles.

Fuera de Madrid, la conversación se amplía. En Castelldefels (Barcelona), Pastelería Natural La Luciérnaga ha construido su identidad desde una coherencia muy clara: su roscón es sin gluten, sin leche, sin huevo y 100% vegetal. No se presenta como alternativa, sino como elección. El lenguaje es directo, casi pedagógico, y eso resulta especialmente valioso para familias que necesitan certezas. Aquí no hay que preguntar qué lleva o qué no lleva: está todo dicho antes de llegar.

Más al sur, en Elche (Alicante), Repostería Lozano aporta una perspectiva distinta, ligada al volumen. En plena campaña de Reyes han comunicado que la mayoría de sus roscones son sin lactosa, salvo rellenos concretos. Es una decisión que, sin grandes titulares, tiene un impacto real: permite que muchas personas puedan comer roscón sin siquiera planteárselo. La inclusión, en este caso, no se subraya; se incorpora al proceso.

Detrás de todos estos ejemplos hay una cuestión que no desaparece: el precio. Los roscones aptos para intolerancias o alergias suelen ser más caros, y los análisis de consumo lo confirman —en enero de 2025 la Organización de Consumidores Unidos denunciaba, por ejemplo, que estos dulces sin gluten son un 117% más caros que los normales—. Ingredientes específicos, obradores separados o protocolos estrictos, producciones más pequeñas. Nada de eso es invisible para quien produce, pero sí pesa en las economías domésticas. Aun así, muchas familias hacen el esfuerzo porque el coste de dejar a alguien fuera —aunque sea simbólicamente— es mayor.

Quizá por eso el roscón se ha convertido en algo más que un dulce. Es una especie de termómetro familiar. Habla de cómo se organizan los cuidados, de quién pregunta antes de servir, de si se entiende que una intolerancia no es un capricho. Los obradores que trabajan estas recetas no están reinventando la tradición; están haciendo algo más modesto y, a la vez, más profundo: permitir que el ritual siga teniendo sentido. En el fondo, el roscón de Reyes no va de encontrar el haba ni de estrenar la corona más brillante. Va de sentarse juntos, aunque la mesa sea un poco más complicada que antes. Y de comprobar que, al partir el roscón, nadie tiene que apartar el plato.

Encargar sin dramas: un pequeño manual familiar

  1. Ajustar expectativas: textura y conservación pueden variar en recetas especiales; no es peor, es distinto.
  2. Preguntar por trazas, no solo por ingredientes. “Sin gluten” no siempre significa “obrador exclusivo”.
  3. Planificar tamaños: mejor dos roscones pequeños (uno seguro y uno tradicional) que uno grande que no convence a todos.
  4. Pedir fotos reales del producto final: la mayoría de estos obradores las facilitan por WhatsApp o email.
  5. Confirmar recogida y conservación: algunos roscones especiales aguantan mejor el mismo día que 48 horas después.


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